La fragancia del vaso: una nota sobre Azorín, Cervantes

Publicado el 06 diciembre 2015 por Mora Fandos @Morafandos
Este capítulo de Castilla, de Azorín, es de esas cosas que, puestos a hacer una apresurada maleta, metería sin pensármelo.

Entra la luz primera por el tamiz de los visillos. El cuarto de la fonda donde habéis pasado la noche es modesto. Una mesa recia de pino, una silla a juego, una jofaina sobre el poyo de la ventana, os acompañan. Sobre la mesa, el librito de Azorín y otro de Cervantes, La ilustre fregona. Os habéis despertado con el quiquiriquí de esos gallos arcanos de los pueblos. No habéis querido faltar a la llamada y pronto os habéis aseado y ya estáis sentados frente a la mesa, releyendo el librito de Azorín, revolviendo las páginas de la novella de Cervantes. La luz va enjalbegando la pared a la que se enfrenta la mesa, y difundiendo una claridad por el cuarto. Pero vosotros no reparáis, y seguís enfrascados en la relectura, en esa fragancia antigua. Constancica, la heroína de Azorín, salta al libro de Cervantes, y vuelve al de Azorín. Como de la mano os lleva Constancica a aquellos otros ratos de lectura, a aquella primera vez. Habéis sacado unas cuartillas en blanco y comenzáis a emborronarlas con no sabéis qué pensamientos. Llega un rumor de conversaciones del piso de abajo. Se escuchan voces femeninas, una es admonitoria y lacónica; la otra, aguda y cantarina. De la calle, sube el golpeteo rítmico de los cascos de alguna cabalgadura, que en un momento se adivina bajo la ventana, y que luego se la siente alejarse con su cadencia sorda. Pero nada de esto habéis oído. Miráis con un nostálgico sobresalto el reloj y pensáis que hay que hacer la maleta, y en ella metéis apresuradamente a Azorín y Cervantes y las cuartillas. El recuerdo, como la fragancia del vaso del vino apurado, os aturde dulcemente. Salís, una vez más, a la calle.  Hola, esto es lo que hay