Por Hogaradas
Fue una sensación muy extrańa, una ráfaga de aire que me hizo sentir que estaba más viva que nunca…
Todo había comenzado a mediodía, tras encontrarlo en el portal. No suelo cruzarme con demasiados vecinos, de hecho creo que desde antes del verano no lo hacía con él, con quien en otra época, recién llegada a esta casa, coincidía a diario, ya que mi vuelta al trabajo y su regreso compartían el mismo horario.
Salía despistada, pero solamente me hizo falta preguntar qué tal para percatarme de que algo no iba bien; sus palabras, aunque al principio escuetas, y sobre todo, el bastón que le acompańaba, eran las pruebas de que estos meses en los que no nos habíamos visto, la vida no había sido demasiado generosa con él, o si lo fue, no le había hecho precisamente el mejor de los regalos, el de la enfermedad.
Dos operaciones complicadas y una recuperación larga y difícil, a lo que ańadir otro tipo de problemas familiares y la sombra de la depresión en la convivencia del día a día.
No sabía muy bien qué decir, ante estas situaciones una no sabe nunca cómo reaccionar, qué comentar, cuáles serán las mejores palabras, al menos elegir aquellas que lleven un mensaje de esperanza, de ánimo, de aliento, de fuerza.
De fuerza… de eso nos habló él; nos dijo que él si nos veía a través de su ventana, supongo que cuando paseamos con Boni por el parque que ahí delante de nuestra casa, y que el vernos le daba fuerza, esa que necesitaba para seguir adelante.
Nos despedimos con los mejores deseos, los de una pronta recuperación, los de una vuelta a la vida, a las risas, a la alegría, al mundo de las ilusiones y de los sueńos, al de las ganas de hacer tantas y tantas cosas… pero fui incapaz de quitármelo de la cabeza durante todo el día, pensando en lo efímera que es la vida, en como en tan solo un soplo podemos pasar de la alegría a la más profunda de las tristezas, de la salud a la enfermedad, de la tranquilidad a la desazón, y en lo poco que valoramos muchas veces lo más importante que tenemos, entretenidos como andamos y perdidos entre otras tantas cosas.
Aquella tarde salí al parque, Boni me acompańaba, era nuestro paseo de rigor, e inmediatamente me lo imaginé observándonos a través de su ventana; el parque estaba lleno de gente, el día había sido soleado y todavía mantenía la temperatura y el color que los rayos de sol nos habían regalado, los nińos jugaban, los abuelos intentaban hacer acopio de ese calor para soportar el rigor del invierno, las madres charlaban, y como yo, muchas personas paseaban con sus mascotas.
Y de repente sucedió, una ráfaga de aire surgida de no sé dónde y que me envolvió, una bocanada de aire fresco que pude respirar y al hacerlo sentir la vida intensamente, como nunca; quizás él me estuviera observando desde su ventana, tal vez me estuviera cargando de esa fuerza que cada vez que nos ve le ayuda a seguir adelante.