La función de la memoria

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
   Venir a la vida, descender a la realidad, es venir a parar al reino de lo concreto e individual, de la experiencia múltiple, diversa y caótica. Pero ya desde el principio traemos con nosotros una misión: ir agavillando ese sinfín de particularidades mundanas en generalidades, en formas unificadoras, en abstracciones supramundanas. Porque, en lo esencial, somos creadores de hornacinas conceptuales en las que ir introduciendo esa inagotable cantidad de experiencias, sucesos y fenómenos concretos en que la vida consiste, hasta conseguir hacerlos regresar al reino de la Unidad del que sentimos proceder y estar desterrados.   El infante (también el enfermo mental), rodeado aún por el caos de inconsistencias al que ha venido a parar, trata de escapar, de huir de la realidad. Incapaz de hacerse con conceptos, con generalizaciones que le ayuden a transitar por su circunstancia externa, regresa a su mundo interior, donde sigue vigente el imperio de la estabilidad, de la recurrencia y de la imitación. Escindida como está todavía su necesidad de orden del ámbito de la experiencia, atiende más a aquel que a esta. Empezará a hacer hueco en su memoria (empezará a haber memoria) cuando descubra ahí afuera alguna reiteración que poner a salvo, cuando consiga incorporar lo dado a alguna clase de generalización que lo convierta en significativo, cuando por encima de la dispersión sobre la que todo fluye descubra algo a lo que aferrarse y en lo que ponerse a salvo… cuando de algo descubra que tiene un ser.  

Representación del Mito de la Caverna, de Platón

    Pese a aquellos fracasos de los desmemoriados, el hombre como conjunto es el único ser al que le ha sido permitido adentrarse cabalmente en la realidad, abismarse en el caos de las particularidades, descubrirse como individuo. Platón diría que ha venido a introducirse en el mundo de las apariencias, de lo opinable y paradójico. Y su tarea, dice también, es recordar, descubrir lo esencial detrás de ese velo de singularidades, regresar, después de su experiencia mundana, al ámbito de lo ideal, lo modélico, lo arquetípico. Por eso, la memoria va evolucionando de manera que, cuando uno progresa y se hace mayor, empieza a encontrar dificultades en recordar las cosas concretas y sus nombres, y aumenta, sin embargo, su capacidad de abstracción. Y cuando la memoria va deteriorándose, lo hace, como dice Henri Bergson, como si supiera gramática: primero desaparecen los nombres propios, luego los nombres comunes, más tarde los adjetivos, y por fin, los verbos, recorriendo un camino que va desde lo más particular y, por tanto mundano, hasta lo más abstracto y, por eso, ultrarreal, hasta atravesar de nuevo el umbral del más allá, del cual un día se desprendió.