Revista Cine

La Garbo hace mutis con una sonrisa: La mujer de las dos caras (George Cukor, 1941)

Publicado el 22 noviembre 2013 por 39escalones

La mujer de las dos caras_39

Si Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939 -con guión de Charles Brackett y Billy Wilder, entre otros-) se vendió con el lema publicitario “¡Garbo ríe!”, de La mujer de las dos caras (Two-faced woman, George Cukor, 1941) cabría decir que la Garbo se descojona. Aprovechando el tirón mediático de la exitosa pareja en su anterior producción, la Metro Goldwyn Mayer volvió a repetir protagonistas, Greta Garbo y Melvyn Douglas, esta vez dirigidos por un seguro de vida, George Cukor, en una fórmula más o menos similar, otra comedia sofisticada con tintes románticos, esta vez mucho menos redonda, vitriólica y negra, y más lírica, sentimental y “blanca” y, por lo mismo, también más suave y blanda.

Larry Blake (Douglas) es un frívolo millonario y playboy neoyorquino dedicado al mundo editorial que, de paso en una estación de esquí, descubre a una bella monitora, Karin Borg (Garbo). Desde ese mismo momento siente irrefrenables deseos de tomar clases hasta conseguir que Karin le haga una tutoría particular. Su torpeza, no obstante, depara algún que otro desastre, hasta que terminan perdiéndose en la montaña. La desaparición de Larry lleva hasta allí a sus ayudantes más próximos, Miller (Roland Young) y Ruth Ellis (Ruth Gordon, actriz y guionista que formó equipo con su pareja, Garson Kanin), pero sólo para descubrir que esa desaparición no era más que una luna de miel: súbitamente enamorados pese a su antagonismo inicial, Larry y Karin se han casado en una capilla de la montaña. Sin embargo, el idealismo romántico de su encuentro y vertiginoso enamoramiento mutuo empieza bien pronto a resquebrajarse y naufragar, porque de las promesas de Larry -vida tranquila en la montaña, alejado del bullicio y las tentaciones de la ciudad- poco queda ya en la primera noche de vuelta, cuando Larry siente la llamada de los negocios desde Nueva York -donde le espera su anterior pareja más o menos oficial, la dramaturga Griselda Vaughn (Constance Bennett)- y se empeña en volver junto a su nueva esposa, algo a lo que ella se opone. De modo que Larry vuelve igualmente y ella se queda en la montaña a esperarle. Cuando no hace más que recibir telegramas en los que Larry demora cada vez más su regreso, Karin piensa en volar a Nueva York y darle una sorpresa. Pero la asombrada es ella porque nada más llegar descubre a Larry muy acaramelado con Griselda. Descubierta, y temerosa de que se monte un escándalo, decide hacerse pasar por una falsa hermana gemela de comportamiento y actitud radicalmente opuestos a los suyos (se convierte en una mujer frívola, extrovertida, bailonga y lenguaraz), con lo que se gana la admiración de los hombres y la animadversión de sus rivales en los clubes nocturnos, las cenas de etiqueta y los eventos sociales. Por supuesto, la situación genera no pocos equívocos, aunque Larry, que sospecha la verdad, entra en el juego a su manera…

La brevedad de la película -apenas 85 minutos- explica en parte su concentración narrativa en un argumento sin subtramas ni peso de los personajes secundarios más allá de su necesario acompañamiento a las figuras y al tema principal. Douglas y Garbo acaparan, juntos o por separado, como buen fenómeno comercial, prácticamente la totalidad de los planos, más allá de los breves momentos de transición que encadenan secuencias, escenas y situaciones. Algo falta de mordiente en cuanto diálogos, en cantidad y en conjunto menos veloces, agudos y ácidos que en otras producciones del mismo género, el equipo de guionistas -en el que destaca Salka Viertel, la madre del guionista y escritor Peter Viertel, más tarde acusada y perseguida durante la “caza de brujas”-, sí consigue lucirse en un terreno más complejo, el del doble sentido sexual que logre burlar la censura, con comentarios y réplicas que permiten presuponer mucho más de lo que significa su tenor literal, insólitamente atrevidos en sus implícitas sugerencias. Aparte de esto, la acción transcurre en los habituales entornos de lujo de la aristocracia económica neoyorquina de la época de mansiones, clubes y restaurantes caros, con algún que otro apunte teatral, terreno en el que Cukor, con estrellas de por medio además, se mueve como pez en el agua. Al acabado final contribuyen la partitura de Bronislau Kaper y la fotografía de Joseph Ruttenberg, que cuenta como punto débil el uso de las chapuceras transparencias en las secuencias de esquí, en las que Larry se lanza descontrolado montaña abajo entre rocas y bosques.

Sin embargo, la película cuenta con escenas de talento. Por ejemplo, momentos de grupo en los que las conversaciones a varias bandas entrelazan diálogos de distintos frentes que en ocasiones se cruzan y complementan con resultado humorístico y dobles sentidos. Pero también algún que otro instante de acción, como el baile que la tímida e inexperta Karin, haciéndose pasar por su supuesta hermana, se marca en el club, y que hace que toda la concurrencia haga corro alrededor para contemplar sus “exóticas” evoluciones y el sensual contoneo y alegre batir de palmas. O, por último, las finales complicaciones de Larry con los esquíes, que alternan el tosco uso de las transparencias con la meritoria filmación de una caída continúa por la montaña, magníficamente compuesta por el especialista, en la que se combina el descenso más o menos ortodoxo con volteretas, tropezones y revolcones, pero siempre recuperando la vertical y continuando el descenso para llevar la historia al punto final que le interesa a Cukor.

Con todo, los interludios románticos y los encuentros cara a cara de Larry y Karin, más allá de sus breves apuntes humorísticos y de su vocación por rentabilizar su eco mediático proveniente de su película anterior juntos, decidicamente líricos y sentimentales, casi se diría que cursis, quizá lastran el conjunto al romper el tono cómico y ligero de la cinta y hacer más estática y ralentizada una historia que en otros momentos avanza con impetuoso ritmo. Esos baches, esas puntuales rupturas de tono, puede que demasiado acusadas, y el hecho de tratarse de un producto confeccionado a la medida de la pareja protagonista, no impiden disfrutar de un entretenimiento liviano y agradable en el que disfrutar por segunda y última vez de la sonrisa franca y abierta de la antaño sueca gélida Greta Gustaffson, la inmortal Greta Garbo, en la que fue su última aparición en la pantalla, con apenas 36 años cumplidos, antes de fallecer en una fecha tan tardía como 1990.


La Garbo hace mutis con una sonrisa: La mujer de las dos caras (George Cukor, 1941)

Volver a la Portada de Logo Paperblog