A los seres humanos nos encanta clasificar, establecer categorías, listar... Organizar nuestro entorno forma parte de nuestra idiosincrasia como especie cultural. Los seres vivos no son una excepción. De enumerarlos, clasificarlos y establecer categorías se encarga la taxonomía siguiendo criterios científicos. Yo, que no soy taxónomo y en estos momentos mi mente es poco científica, los clasifico [a los animales] en gigantes, grandes, medianos, pequeños, muy pequeños, microscópicos e invisibles. Un animal grande nunca será un gigante, el rango de los medianos es bastante más amplio, los microscópicos están bien acotados, ¿pero qué me decís de los invisibles? Esta última es una categoría cajón de sastre, en la que caben todos los anteriores. Es decir, un animal puede ser mediano y a la vez invisible. Lo mismo sucede con los grandes. A los gigantes quizás les afecte menos. Los pequeños, por el contrario, lo tienen más crudo. Y por supuesto no hay que confundir microscópico con invisible. Que no lo veas, no quiere decir que no esté. Y a qué viene todo esto, os preguntaréis.
Existen personas que tienen ojos pero no ven, igual que otras que oyen pero no escuchan. Puedo disculpar y entender que un sujeto con todas sus facultades perceptivas en aparente buen estado no sepa percibir. Se puede, por ejemplo, ver una salamandra y percibir un bicho asqueroso. Probablemente se deba a que su percepción está condicionada por determinados marcos sociales. Esa persona vive coja, y con su percepción mutila inevitablemente la existencia de la salamandra. Dicho de otro modo, hay percepciones que reproducen y legitiman ciertos comportamientos y creencias. Y lamentablemente con la naturaleza pasa muy a menudo. Muchos animales son simplemente invisibles y algunas personas se rigen por el “todovale”.
La mayoría conoceréis el mar, ¿verdad que parece infinito? Los únicos límites son los que marcan la orilla y el horizonte, el primero fijo y tangible y el otro que siempre está por llegar. Ahora os pido que imaginéis un saliente rocoso próximo a la orilla. Sobre él descansa una garceta común, un ave grande de plumaje blanco inmaculado. Se acicala tranquila en su reposadero, ajena a un observador cautivado por su esencia, que la vigila telescopio en ristre desde el dique de un puerto.
El FHP(Factor HijoPuta) fue descrito por primera vez por mi amigo de malandanzas y desventuras, el Dr. David Álvarez. Doctor en biología y estudioso de las salamandras donde los haya. Según el Dr. Álvarez, lo único que persigue el Hijoputa es hacer daño. Piensa también el Hijoputa, que es el amo del mundo, y va por donde le da la gana (así lo manifestó el piragüista). Y como bien dice mi amigo, nunca menospreciéis la capacidad de hacer daño de un Hijoputa, sobre todo si tiene el agravante de chulería.
http://www.naturalezacantabrica.es/2015/07/presentacion-del-libro-los-vencejos.html
BIBLIOGRAFÍA:
Álvarez, D. 2015. Los vencejos sueñan despiertos. Tundra Ediciones. Castellón.