No sé como andarán mis lectores de amiguetes mexicanos. Yo he conocido unos cuantos. Andaban por aquí muchos antes de la crisis. Algunos como Gunther y Gabi, preparaban unos margaritas exquisitos y te invitaban a Herradura, viendo ganar a Fernando Alonso. Ha llovido. Y te bebías todo el mezcal de Los Zopilotes, en la calle Burriana, con su jefe, pinche Alex. Y se hartaban de decir güey, no mames. No seas pinche pendejo. Y otras cosas por el estilo. Comentaban, entre Herradura y Herradura, que la tele de México era una mierda, porque no recogía el lenguaje de la calle. Todo eran cantidades industriales de azúcar. Mientras en la calle corre el tequila, uno que te deja ciego, a poco que te descuides chingan a tu vieja. La realidad es una. La televisión muestra otra. Las expresiones coloquiales estaban apartadas de los programas. De las telenovelas. Todo bajo un manto de lo políticamente correcto.
Aquella pareja que ya volvió al D.F. se me viene, a menudo, a la cabeza cuando pienso en la educación y la sanidad de este país. Por la distancia entre realidad y ficción políticamente correcta. Tan similar a la del lenguaje que allí sufren, entre otros países latinoamericanos. La sanidad española es de las mejores del mundo, pero… ¿conocen a alguien que no se queje de la Seguridad Social? La generación más preparada de la historia es un mito cayendo ya poco a poco. Derritiéndose bajo el calor veraniego. Los jóvenes no encuentran trabajo aquí y se topan con una realidad durísima en el exterior.
El nivel de satisfacción con ambos tótems del socialismo no es ya el deseado, desde hace mucho, y se hace más sangrante por la importancia de sus servicios. Lo mismo que en los proveedores de telefonía. Con una sustancial diferencia, en cuestión de teléfono me puedo cambiar. Surgen nuevas compañías. En sanidad y educación es algo más complicado. Y eso que las telecomunicaciones no son un sector ejemplo de libertad, pero bueno. Hasta en la propia administración para cualquier cuestión, por sencilla que sea, pedimos tres presupuestos. Pero en cuestiones mollares como la sanidad y educación tenemos que ceñirnos a lo que nos diga el Estado, pues la primera la pagamos, la usemos o no y en la segunda, aunque podamos elegir centro privado si nuestro bolsillo nos lo permite, el corsé de la administración nos limita el currículo formativo de cualquier centro.
No parece lógico pues, que si para comprar una camisa o un coche podemos y debemos visitar varias tiendas, para asuntos de vital necesidad como la salud y la educación no tengamos más que un solo proveedor. Cualquier manual de calidad lo desaconseja. Bueno, si tenemos un nivel de vida algo más alto, sí podremos elegir. Vaya, parece que el socialismo no favorece en este caso a las rentas más bajas. Como en ninguno, en realidad.
Es evidente que un sistema de centros privados, con libertad de elección tanto en cuestiones sanitarias como educativas, con un soporte de cheque para las rentas más bajas, soluciona de un plumazo todas las desventajas que plantea el sistema actual. Los mejores centros obtendrán más clientes y serán más rentables, interesando pues, desde el punto de vista empresarial, dar el mejor servicio posible. Y aquellos usuarios que por su renta no puedan permitirse el acceso directamente tendrían el respaldo de la administración, mediante un cheque, pudiendo elegir ese centro de gran nivel, que a todos interesa. Con libertad de servicios sanitarios y de currículo formativo. Sencillo.
Sencillo privatizar también. Dejemos que los propios centros se autogestionen, si quieren.
No obstante seguiremos oyendo el mantra. Ya lo sé. La realidad seguirá gritando no mames. Y el Estado se jactará del número de universidades (de las cuales la mitad no sirve para nada) o de que han construido un nuevo hospital. Seguiremos viendo camas vacías. O pasillos llenos de camillas. Aulas en barracones. Y cosas así. Y miraremos al dedo. Que es lo que nos han enseñado. Busquen en los programas electorales. Nadie se atreve a meter mano al asunto. Excepto el P-Lib. Todos quieren mantener la posibilidad de adulterar la formación de sus hijos. De controlar su acceso a la sanidad. Hay muchos votos en juego. El del miedo. El del adoctrinado. No veremos la luna. No nos dejarán. No veremos que la Libertad funciona. Que por tener muchos universitarios no estamos preparados. Que la sanidad española no funciona tan bien como creemos. Que lo políticamente correcto dista mucho del puto pinche pendejo, anda a chingar a tu madre.
Sigan, sigan cabreándose con el sistema. Y sigan votando por el mismo sistema. Einstein a esto lo llamaba locura. Yo, esta vez me callo, no les digo como lo llamo. Seré políticamente correcto. Por esta vez. Sin que sirva de precedente.
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