La generación mileurista comienza a salir de la habitación oscura

Publicado el 27 julio 2014 por José Almeida @jago2019jose
Una de las más importante novedades que ha traído consigo Podemos ha sido que por primera vez la que en algún momento fue denominada generación mileurista, formada por los nacidos en España alredeor de los años setenta, se siente no sólo representada sino partícipe de un proyecto político real de transformación social. Esta generación a la que con justicia se la ha acusado de infantilizada, blanda, individualista, poco luchadora y conformista, ha sido la gran perdedora de una crisis, la del capitalismo de casino, que destruyó para siempre todos sus sueños egocéntricos, infantiloides y absurdos que se sustentaban sobre los cimientos endebles de un trabajo precario que el sistema de manera indecente intentó convertir en singularidad de un nuevo contrato social low cost, en el que el consumo siempre sería posible y la estabilidad laboral era una rémora del pasado fordista. Se procuró que una generación llamada a ser trascendente por su número dejara a sus mayores preocuparse por “el rollo político” y se dedicara en cuerpo y alma a una evasión lúdica, consumista y despreocupada, propia de una eterna adultescencia con la que el capital estaba entusiasmado. Todo estaba permitido, todo valía, nada era imposible mientras durara una burbuja inmobiliaria que en nuestro país, es necesario señalar que presentó un matiz extraordinariamente miserable, ya que sirvió para que nuestros mayores, nuestros padres, esos que nos daban lecciones morales y nos abrumaban con discursos grandilocuentes sobre integridad ideológica, nos vendieran a precio de oro viviendas con cuyas hipotecas una gran mayoría de nosotros se verá enfangado el resto de sus días. Pero esta generación ya había dado muestras de cierta evolución, casi de una mutación cuando sorprendió a todos (a mí el primero) con la marea social, reivindicativa y solidaria que supuso el 15M. Pero ese tsunami, tras el impacto inicial, no asustó a las castas gobernantes porque su evidente imposibilidad de organización y transversalidad social parecían impedir cualquier tipo de asalto al poder. Los jóvenes entonces parecieron volver a dar un paso atrás, parecieron dar de nuevo la razón a sus mayores respecto a su incapacidad de implicación política en cualquier proyecto a largo plazo, pero algo había cambiado por entonces sin que nos diéramos demasiado cuenta de ello: la política se volvió tema de conversación y desde entonces fue imposible no sentirse afectado por ella en todos los ámbitos de nuestras vidas. La generación mileurista se estaba haciendo mayor a base de hostias, maduraba a marchas forzadas y empezaba a mirar a los partidos políticos tradicionales no sólo con la desconfianza habitual sino con un asco profundo, con distancia, evaluando sus debilidades, sus contradicciones, criticando sus componendas y su hipocresía. Se atrevía a dejar atrás el discurso oficial que debiera hacerle defender a unos u a otros dependiendo de cual fuera su ideología trasplantada y comenzaba a hacerse preguntas y a buscar otros modelos, otras soluciones. Comenzaba a organizarse.
Podemos ha conseguido ilusionar a los jóvenes porque utiliza un lenguaje comprensible, directo, creíble, argumentado y parece estar formado por gente como ellos y no por clones prematuramente envejecidos crecidos bajo el abrigo de la partitocracia. En pocos días las jóvenes promesas del PSOE que se presentaban a la secretaría general pasaron de ser ejemplos de renovación a parecer algo rancio, antiguo, como si fueran personajes sacados de un episodio de Cuéntame. Podemos ha construido un discurso social en el que a los menores de 40 años no les cuesta reconocerse porque más allá de ideologías de cartón piedra, los mileuristas hace tiempo que se dieron cuenta que no quieren perder, ni para ellos ni para sus hijos, lo que pensaron que era para siempre. En un sentido estricto podría decirse que son conservadores, pero al modo que postulaba con enorme lucidez Tony Judt: defensa cerrada del Estado de Bienestar, de los derechos sociales, de la educación pública, de la sanidad pública y del establecimiento de unas mínimas condiciones para poder vivir con dignidad. Son ya absolutamente conscientes de que bajo los adoquines no hay nada y que solo apoyando con firmeza sus pies sobre esos adoquines y uniéndose con fuerza entre ellos podrán intentar contener la marea neoliberal que amenaza con dejarlos sin la mínima protección social que les permita intentar ser medianamente libres. Desde diferentes esferas, tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político y mediático se acusa a Podemos de populismo. No deja de ser gracioso ese calificativo en los labios de una casta cínica que ha usado todos los medios a su alcance para mantener a la ciudadanía ensimismada en el sueño capitalista. Las críticas desde la izquierda son las más descorazonadoras. A algunos parece preocuparles más la pulcritud de los dogmas ideológicos convencionalmente aceptados que la consecución de objetivos sociales concretos que consigan cambiar el estado de las cosas. 
Hace ya un tiempo que se observa cómo muchos de esos menores de 40 años, que en principio parecían predispuestos a optar por partidos tradicionales inclinados hacia la derecha más liberal e individualista, empiezan a tener claro que por encima de cuentos económicos más propios casi del pensamiento mágico resulta imprescindible vivir en una sociedad donde los derechos sociales básicos estén garantizados. Curiosamente son ahora sus hermanos mayores, pertenecientes a la generación inmediatamente anterior, con vidas acomodadas y discursos aparentemente izquierdistas, esos que les daban lecciones morales, los que terminan defendiendo por pragmatismo y conveniencia la prevalencia de la gestión concertada o privatizada de la educación o la sanidad, la necesidad de ciertos recortes, de los rescates a la banca o de una austeridad que a ellos sólo les afecta colateralmente. Parecen temer perder eso que les permite diferenciarse del resto de la población y obtener significativas mejoras en los servicios que reciben gracias al pago de cantidades económicas minúsculas respecto a sus sueldos y patrimonios (pero inaccesibles para los que se mueven en el mileurismo o por debajo de él), olvidando interesadamente que el grueso del coste de esos servicios se sufraga con los impuestos que todos pagamos mientras que los copagos y los costes adicionales limitan el acceso de muchos a servicios esenciales, destruyendo la equidad social.
Inmersos en este aparente caos ideológico y político los mileuristas empiezan a querer influir políticamente en su presente y en su futuro. Han visto desaparecer antiguas certezas como los partidos y los sindicatos tradicionales, corrompidos por el poder económico y atracados por los piratas de lo público, han dejado de sentirse cohibidos por las batallitas de sus mayores, a los que han visto contradecirse demasiadas veces y ser demasiado incoherentes como para que les puedan mantener el viejo respeto y buscan su espacio, pretenden construir su propio discurso, un discurso político, social y económico distinto, con el que sentirse identificados y que realmente contenga sus prioridades. Y ahí están, finalmente dispuestos a presentar batalla política contra los viejos poderes y las castas corruptas justo cuando parecía que la historia se los tragaría y su papel político y social terminaría siendo irrelevante. Habrá que esperar para ver su evolución pero los zombis mileuristas parecen despertar de nuevo a la vida