Podemos ha conseguido ilusionar a los jóvenes porque utiliza un lenguaje comprensible, directo, creíble, argumentado y parece estar formado por gente como ellos y no por clones prematuramente envejecidos crecidos bajo el abrigo de la partitocracia. En pocos días las jóvenes promesas del PSOE que se presentaban a la secretaría general pasaron de ser ejemplos de renovación a parecer algo rancio, antiguo, como si fueran personajes sacados de un episodio de Cuéntame. Podemos ha construido un discurso social en el que a los menores de 40 años no les cuesta reconocerse porque más allá de ideologías de cartón piedra, los mileuristas hace tiempo que se dieron cuenta que no quieren perder, ni para ellos ni para sus hijos, lo que pensaron que era para siempre. En un sentido estricto podría decirse que son conservadores, pero al modo que postulaba con enorme lucidez Tony Judt: defensa cerrada del Estado de Bienestar, de los derechos sociales, de la educación pública, de la sanidad pública y del establecimiento de unas mínimas condiciones para poder vivir con dignidad. Son ya absolutamente conscientes de que bajo los adoquines no hay nada y que solo apoyando con firmeza sus pies sobre esos adoquines y uniéndose con fuerza entre ellos podrán intentar contener la marea neoliberal que amenaza con dejarlos sin la mínima protección social que les permita intentar ser medianamente libres. Desde diferentes esferas, tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político y mediático se acusa a Podemos de populismo. No deja de ser gracioso ese calificativo en los labios de una casta cínica que ha usado todos los medios a su alcance para mantener a la ciudadanía ensimismada en el sueño capitalista. Las críticas desde la izquierda son las más descorazonadoras. A algunos parece preocuparles más la pulcritud de los dogmas ideológicos convencionalmente aceptados que la consecución de objetivos sociales concretos que consigan cambiar el estado de las cosas.
Hace ya un tiempo que se observa cómo muchos de esos menores de 40 años, que en principio parecían predispuestos a optar por partidos tradicionales inclinados hacia la derecha más liberal e individualista, empiezan a tener claro que por encima de cuentos económicos más propios casi del pensamiento mágico resulta imprescindible vivir en una sociedad donde los derechos sociales básicos estén garantizados. Curiosamente son ahora sus hermanos mayores, pertenecientes a la generación inmediatamente anterior, con vidas acomodadas y discursos aparentemente izquierdistas, esos que les daban lecciones morales, los que terminan defendiendo por pragmatismo y conveniencia la prevalencia de la gestión concertada o privatizada de la educación o la sanidad, la necesidad de ciertos recortes, de los rescates a la banca o de una austeridad que a ellos sólo les afecta colateralmente. Parecen temer perder eso que les permite diferenciarse del resto de la población y obtener significativas mejoras en los servicios que reciben gracias al pago de cantidades económicas minúsculas respecto a sus sueldos y patrimonios (pero inaccesibles para los que se mueven en el mileurismo o por debajo de él), olvidando interesadamente que el grueso del coste de esos servicios se sufraga con los impuestos que todos pagamos mientras que los copagos y los costes adicionales limitan el acceso de muchos a servicios esenciales, destruyendo la equidad social.
Inmersos en este aparente caos ideológico y político los mileuristas empiezan a querer influir políticamente en su presente y en su futuro. Han visto desaparecer antiguas certezas como los partidos y los sindicatos tradicionales, corrompidos por el poder económico y atracados por los piratas de lo público, han dejado de sentirse cohibidos por las batallitas de sus mayores, a los que han visto contradecirse demasiadas veces y ser demasiado incoherentes como para que les puedan mantener el viejo respeto y buscan su espacio, pretenden construir su propio discurso, un discurso político, social y económico distinto, con el que sentirse identificados y que realmente contenga sus prioridades. Y ahí están, finalmente dispuestos a presentar batalla política contra los viejos poderes y las castas corruptas justo cuando parecía que la historia se los tragaría y su papel político y social terminaría siendo irrelevante. Habrá que esperar para ver su evolución pero los zombis mileuristas parecen despertar de nuevo a la vida