Digamos que lo de Joaquín es lo más parecido a llevar una doble vida. Por la mañana, sale por el Barrio de las Cuevas de Baza a vender sus cupones de la ONCE. Allí es muy conocido entre sus vecinos con quienes se para a charlar y trata de repartirles ilusión con el billete premiado. Es por la tarde, al acabar su jornada laboral cuando se enfunda el maillot y monta en su silla de velocidad para salir a entrenar. Alterna la pista de atletismo con la carretera. Es aquí, en el asfalto, cuando capta la atención de cuantos se cruza por el camino, «la gente lo flipa cuando me ve entrenando, cuando paso a toda velocidad y hay cuatro abuelillos en una placeta me miran y se quedan alucinando», afirma.
Joaquín nació en Bácor, que es una pequeña pedanía de Guadix, de poco más de 500 habitantes. Llegó al mundo con espina bífida, una malformación congénita que redujo su movilidad, que no las ganas de superar objetivos. Porque Joaquín es todo energía. Habla de la vida, de los avatares buenos y malos, como lo hace del atletismo en silla de ruedas. Con cercanía, amabilidad y pasión. Con mucha pasión. Como la que lo ha llevado a ser campeón de España en la última edición celebrada en Alfaz del Pi, en Alicante, el pasado mes de marzo.
Allí, en su segunda comparecencia consecutiva, logró el oro por comunidades autónomas en las categorías de 100 y 200 metros lisos, «no me esperaba ganar, aunque por los tiempos que venía haciendo en los entrenamientos sí que me esperaba hacer un podio. Aun así, que lo pienses es muy distinto a conseguirlo, tienen que pasar muchas cosas para que salga bien el día», asegura.
La velocidad en silla de ruedas le exige un sacrificio colosal debido a la postura que deben adoptar los velocistas, «se trata de jugar contra el viento, de ser lo más aerodinámico posible encima de la silla, por eso vamos de rodillas; aquí la técnica es lo más importante», explica. Para afinar lo máximo posible en la disciplina, Joaquín entrena cada día durante tres horas intercalando el gimnasio con la carretera y la pista de atletismo. Dice que en las instalaciones de Baza recibe un trato exquisito por parte de los trabajadores, quienes prácticamente son parte de su equipo ya que no descuidan los detalles como la presión de las ruedas, «siempre están ahí para echarme una mano», asegura.
Hasta aquí bien, porque sobre ayuda institucional nada de nada «de momento una foto y poco más es lo que he conseguido», bromea. Sabe tomárselo con filosofía y paciencia. Él es su propio manager y con tesón y a base de naturalidad y buen hacer ha conseguido el apoyo económico de tres patrocinadores: el Centro Óptico de Baza, Fitness Baena y Autos Espimar, firmas locales que modestamente echan una mano para hacer posibles las comparecencias de Joaquín en las competencias nacionales.
Además de las dos medallas de oro que Joaquín guarda con orgullo, el deporte le ha reportado mundo y experiencias únicas. «Yo nunca había salido de España y hace unos días estuve en Lisboa para disputar la media maratón. Al final el deporte me permite viajar, me cuesta la pasta, pero es la primera vez en mi vida que he salido al extranjero. También estuve en Barcelona, Valencia, Bilbao... Compites, conoces gente y lo conviertes en tu estilo de vida», descubre.
«La gente me pregunta cómo lo hago. Sé que lo admiran porque saben que no es fácil competir a un nivel alto con una discapacidad. Y cuesta, claro que cuesta», cuenta, con sinceridad. Pero a la vez lanza un mensaje, que vale para todos: «hay días que llueve y no tienes ganas de salir, pero lo haces, te lo tomas como un trabajo y poco a poco te vas enganchando, vas cogiendo ritmo y te sientes bien contigo mismo. Yo he ganado en salud y en calidad de vida», reconoce.
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