Las redes sociales no son el universo de nada. Ni aquí, ni allá, ni en ninguna parte. Es apenas un conglomerado estadísticamente insignificante para cualquier tipo de análisis riguroso. Pero sí, se ha transformado en una vidriera interesante y digna de atención donde se trata de vender conflictividades pasadas, divergencias ya zanjadas o convencer a los incautos pululantes para tomar una posición en otras guerras por venir.
Parecería ser que el pensamiento que antes teníamos que resolver en el ejercicio intelectual de contrastar libros, apuntes, declaraciones y podía insumir años completar, ahora se tiene que resolver en cuestión de horas en manifiestos de apenas 280 caracteres.
El "Out of Context" no es sólo el título que muchas cuentas de Twitter utilizan para bromear con imágenes sobre algún tópico, justamente, fuera de contexto. Es la premisa del común de la población mundial para volcarse al desenfreno de un revisionismo histórico falaz o de establecer creencias que atentan contra la evolución del intelecto humano.
El aislamiento social, la irritación ante la prologanción de la pandemia, las medidas gubernamentales provocadas por la cuarentenas al estilo antipático de la tríada Fernández - Larreta - Kicillof o directamente suicidas al modo Bolsonaro, exacerbó el "ya fue todo" y la gente lo único que quiere es cagarse a trompadas. Justamente, fuera de contexto.
Las polémicas, la verborragia y las posturas extremistas volcadas en un escenario virtual son la excusa para hacer un "refill" de bronca y desprecio por la otredad. Para que al momento de salir a tomar aire, la mínima chispa encienda el fuego en las calles.
Todos van pregonando su disconformidad con todo, con el mechero de un postulado pos-pos-post-aristotélico-peronista: "la única verdad es mi verdad" o la clásica premisa marxiana (de Groucho): "Estos son mis principios y si no te gustan tengo otros". Caer bien en el target de contactos en Facebook o seguidores en Instagram y de paso irritar al adversario, parece ser la estratagema de supervivencia entre la decadencia moral y económica de las burguesías, el fin de todo sistema de recompensas y la visión fatalista que sólo se puede ser más pobre.
Todos van anhelando el momento del "yo te dije" para realzar egos aniquilados por la la falta de competencia sexual, tener a los hijos en casa 24/7 o haber completado los videos de Paulina Cocina en Youtube. Manifestar neutralidad, equilibrio, paciencia (cada vez más escasa), te condena a la hoguera.
La gente se quiere a cagar a trompadas porque es la última condición atávica que parece válida ante el triunfo de la incertidumbre. Esa que, como decía Nietszche, debía ser sólo empleada "para una remota utilidad" y ahora es la regidora del sueño de los mortales, dueña de toda y cada una de las acciones que se deban emprender o dejar en el tintero.
Las certezas, mínimas o grandes, ahora son las migas de pan que uno dejó en el camino a desandar y que desaparecieron en la voracidad de algún animal hambriento o simplemente el viento se encargó de volarlas para recordarnos que la humanidad no es el universo de nada. Ni aquí, ni allá, ni en ninguna parte.