- ¿Cómo ha ido el fin de semana? – Bueno, yo,… ejem,… Estuve dando un salto supersónico, superando la velocidad del sonido ¿sabes? Me tiré en paracaídas desde la estratosfera, desde algo más de 39 kilómetros de altura. -¿Volaste? – No, no volé. Era caída libre. Caía a 1.342 kilómetros por hora. – Nosotros aquí también. Este diálogo imaginario, o no, sólo falta que se den las coordenadas espacio-tiempo adecuadas, se produce entre un español y el austríaco Felix Baumgartner, quien acaba de pulverizar los récord de salto de altura en caída libre y de velocidad sin propulsión. – Nosotros también caemos, pero no llevamos paracaídas. Lo royeron las ratas… Desde luego, hay personas que saben aprovechar al máximo el fin de semana, esos días de descanso, minivacaciones de unas 48 horas pagadas, al menos hasta que el ojo de Sauron gire su pupila de fuego y arrase también ese logro, otro más. La imagen no es gratuita: mientras el austríaco se encumbraba a los cielos propulsado económica y comercialmente por una bebida energética, yo veía El Señor de los Anillos, por enésima vez, propulsada por el aburrimiento. Si en vez de austríaco, Baumgartner hubiera sido español, se podría decir con total seguridad que no habría saltado. Se habría quedado allí, disfrutando del silencio, mirando a lo lejos por si veía algo parecido al icono de Dios, de Mahoma o de un Buda rechoncho y sonriente, y relativizando los problemas de aquí abajo, si es que se