Pero no, el Barça se pertrechó, apretó los dientes y reemprendió su velocidad de crucero. Probablemente ver la Liga casi perdida relajó al vestuario culé. Seguramente, el nuevo mazazo de Abidal sirvió para aunar fuerzas. Causas internas barcelonistas aparte, lo que sí está claro es que el Madrid no ha sabido gestionar lo suficientemente bien su renta. Lejos de haber sufrido un bajón de juego, al Madrid le entró el vértigo en el primer atisbo de duda o se acomodó en exceso en el colchón de puntos obtenido. Sea como fuere, las tornas se han invertido y ahora es el Barça el de la dinámica positiva y el Madrid el abanderado del canguelo.
Históricamente, sobre todo en los últimos años -basta recordar la memorable Liga de Capello en 2007 o la presión del Madrid de Juande a la caza del primer entorchado de Pep- solía ser el club de Concha Espina el bravo perseguidor, el incansable soñador, el perfecto héroe afrontando la adversidad. Se sentía a gusto el Madrid en esas lides, atrincherado, en comunión total y ávido de atormentar al líder Barça con su imponente figura al acecho. Y a veces fue suficiente, por más que, a menudo, se diera el caso con más fe que fútbol y con más testiculina que quilates.
Las tornas han cambiado. Ahora es el Barça de Pep el resucitado boxeador herido. Levantado a trompicones de la lona y jaleado por su público, ha logrado hacer tambalear al favoritísimo Madrid de Mou, que jornada a jornada da muestras de una fatiga mental preocupante. Los goles postreros ante Málaga o Villarreal, las espantadas esperpénticas de Mourinho ante la prensa o el enésimo bochorno del enajenado Pepe -magníficamente resuelto por Arbeloa-, evidencian la ansiedad del equipo blanco.
Tres ligas consecutivas del mejor Barça de la historia aderezadas, entre otras cosas, por dos Champions excelsas, parecen haber hecho flaquear las piernas del Madrid cuando parecía que solo tenía que subir los últimos escalones antes de recoger su título de Liga. Mientras Pep liberaba a los suyos de presión descartando sus opciones ligueras, Mourinho y su descerebrado cuerpo técnico resucitaban los fantasmas del pasado reciente y generaban una angustia innecesaria en el seno de su equipo. ¿Cómo explicar si no, la filtración de transferibles para el próximo verano, el renovado desencuentro entre Casillas y el entrenador o los desaires a Granero como cabeza de turco?
El Madrid no se ha visto en una así. Si gana la Liga será pese a Mourinho en este tramo final. El Barça no tiene nada que perder: viene de ganar, tiene a tiro la final de Champions y una bala más, la Copa del Rey. El Madrid es un manojo de nervios, incómodo y ante un escenario complicado. Por delante, el Vicente Calderón y el ogro europeo que mejor le tiene tomada la medida y quien más ganas le tiene -Barça aparte-, el Bayern de Munich.
Se avecinan quince días cruciales en el devenir de esta Liga y del futuro próximo del madridismo. Veremos si la plantilla blanca opta por la autogestión o se deja llevar por la vorágine esquizofrénica de su cuerpo técnico. Por ahí van a pasar buena parte de sus opciones de éxito.