El museo ya lo conozco. Mi interés está en la exposición. Recorro las salas previas reiterándome en lo que siempre he pensado sobre esta institución de la calle San Mateo: le falta discurso expositivo y le sobran vigilantes. La colección de piezas sobre el XIX español es fantástica, pero uno tiene cierta sensación de acumulación de cuadros y objetos sin explicación alguna. Hace falta un panelito interpretativo, una grafía, un esquemita, qué sé yo…
Cuando llego al que creo inicio de la exposición, una minúscula sala con grabados, pregunto a una de las vigilantes: ―“¿Aquí comienza la exposición?”.―“Aquí comienza y aquí termina: esta es la exposición”, me responde con una sonrisita ante mi cara de incredulidad.
Resulta que la exposición, anunciada en todas las guías culturales de Madrid, no es más que una colección de veintitantos grabados, minúsculos casi todos ellos, colgados en una sala de cuatro metros cuadrados. Y punto. De interés, sin duda, pero poca cosa para merecer, por sí solos, una exposición. Lo único interpretativo que tiene la muestra es el título “La Gloriosa, la revolución que no fue”, cuyo sentido uno no alcanza si se atiene exclusivamente a la contemplación de tan magro contenido. Tras mi chasco, a la cabeza se me viene otro título: “La Gloriosa, la exposiciónque no fue”.