“Al final todos se casan:
el mar y las olas,
la noche y lo oscuro,
el vaso y el vino,
el anillo y el dedo,
la muerte y el cadáver”.
Alejandra Pizarnik
Se ha hecho el invierno de repente.
He deshojado todas las flores.
He arrancado las raíces de la tierra como si no existieran ya para mí más primaveras.
Me he bebido el silencio azul cobalto del amanecer.
Soy una promesa rota.
Una sombra en llamas.
Una ausencia olvidada.
Una voz sin cuerdas.
Me he precipitado contra el suelo empapándolo de lluvia y de sal.
Soy una sonrisa extraña.
Una brújula sin norte.
Una espina ajena.
Un reloj sin arena.
He hecho el amor con la luz vibrante de los ojos de la noche.
Soy una culpa expiada.
Una metáfora continuada.
Un alma cerrada.
Una puerta abierta.
Ahora el otoño se ha topado con todas sus hojas muertas y el verano se deshace, delante de mis ojos, en aquel horizonte de cartón piedra.
Se ha hecho el invierno de repente
en forma de gota que ha colmado el mar, derramándolo sobre este corazón. Inundándolo de palabras.
Que cortan y hieren y rompen y ríen y lloran y cambian y se pierden y se revelan y atan y sueltan y aman y odian y escuchan y preguntan y golpean y fingen y nacen y viven y mueren.
Y mueren.
Y mueren.
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