La fe católica enseñaba como Verdad que Dios crea libremente y da libertad al hombre, y no puede "oprimirle" con una gracia que anule dicha voluntad, pues estaría destruyendo su propia obra, al eliminar el libre albedrío. Pero tampoco la voluntad del hombre puede por sí sola alcanzar la salvación, sin la gracia efectiva de Dios. Los pelagianos rompían este equilibrio entre la gracia de Dios y la voluntad humana, negando la prolongación del pecado original en la raza humana partiendo de Adán, único al que habría afectado este pecado. Por ende, el bautismo de infantes era innecesario. También propugnaba que la gracia era supletoria en la salvación, para la cual bastaba el conocimiento y el seguimiento de Cristo. San Agustín había refutado con amplitud y profundidad estos errores, demostrando que todas las acciones humanas dependen de Dios, que es el que otorga gratuitamente al hombre la salvación. En 418 había sido condenada esta herejía por el Concilio de Cartago, convocado por el papa San Zósimo (26 de diciembre). Esta condena fue luego refrendada por el Concilio de Éfeso, en 431.
Por su parte, el semipelagianismo, del que fueron partidarios San Juan Casiano (23 de julio y 29 de febrero, Iglesia Ortodoxa) y San Vicente de Lérins (24 de mayo y 1 de junio) consideraba que algunos movimientos de la voluntad humana preceden a la gracia. Según los semipelagianos, la fe no sería un don de Dios, sino que dependía de la voluntad humana, la cual con pretender hacer el bien, ya podía salvarse. El semipelagianismo admite la doctrina sobre el pecado original. San Agustín rebatiría esta corriente teológica con dos obras: "De la predestinación de los Santos" y "Del don de Ia perseverancia", reafirmando la doctrina católica sancionada por los dos concilios antes mencionados.
Fausto participó en un principio de esta corriente semiherética (recordad que no sería condenada hasta 529, en el Sínodo de Orange), incluso cuando el hereje Julián, pelagiano, fue desterrado encontró refugio en Lérins. Era una respuesta a la doctrina agustiniana, aún no desarrollada, de la predestinación. Una predestinación entendida incorrectamente corta las raíces de la moral cristiana y de las buenas obras, pues si estamos predestinados irremediablemente a la condenación o a la salvación, de nada valdría una buena moral. Si embargo, una vez esclarecida por la Iglesia la doctrina de la predestinación, dentro de la fe católica, Fausto y su monasterio adhirieron la doctrina de San Agustín como verdadera.
Sobre 452 Fausto fue elegido obispo de Riez, sucediendo a San Máximo (27 de noviembre), que también había sido abad de Lérins. Con ocasión de ello, Fausto dijo en un sermón: "Lerins ha dotado a la Iglesia de dos obispos sucesivos. Está orgulloso del primero mas se ruboriza por el segundo". San Sidonio Apolinar (21 de agosto) da testimonios también sobre la elocuencia de Fausto y su facilidad para la predicación.
Fausto fue consultado por el papa San Benedicto II (7 de mayo) acerca del asunto de la gracia y las obras. Él contestó: "Me pregunta (…) si el conocimiento de la Trinidad es suficiente para la salvación En las cosas divinas, respondo, no solo se exige la creencia, sino también el agradar a Dios. La fe desnuda sin méritos es vacía y vana". En 473 el tema de la fe y las obras saltó de nuevo a la lidia con la herejía predestinataria, cuyo mayor propagador fue Lucidio, un presbítero que llevó al extremo el asunto de la predestinación. Según esta herejía, algunos hombres estaban predestinados al pecado, y por eso pecaban inevitablemente; mientras que otros estaban predestinados a hacer el bien, y vivían vidas santas por necesidad inevitable. Por ello, no existía el mérito; la acción de Dios insuflaba a los hombres según la voluntad divina: a unos en la condenación, a otros en la justificación. Fausto le escribió una carta que condensa la fe católica de modo brillante. Algunas traducciones aparecen firmadas por más obispos en el marco del Sínodo de Arlés, en 475, pero probablemente estas firmas sean de apoyo, y no de realización de dicha carta que, correctamente, se atribuye a Fausto.
Dicha carta dice "pensamos que el que pierde su salvación por culpa suya, podría haber sido salvo por la ayuda de la gracia, si hubiera cooperado con ella; y, por otra parte, que el que, cooperando con la gracia, logra la salvación, podría, por negligencia o por su propia culpa, haber sido condenado. Excluimos toda soberbia, porque consideramos como un don lo que hemos recibido de la mano del Señor". Además, contiene estas proposiciones:
1. Anatema a aquellos que niegan, como Pelagio, el pecado original y la necesidad de la gracia.
2. Anatema a aquellos que sostienen que el cristiano bautizado que cae en pecado mortal lo hace a través de la inherencia del pecado original y no a través de la acción de su libre albedrío.
3. Anatema a aquellos que sostienen que el hombre está fatalmente condenado a la muerte espiritual en virtud de la voluntad predeterminada de Dios.
4. Anatema a aquellos que enseñan que los que están condenados no recibieron de Dios medios de salvación.
5. Anatema a los que declaran que una vaso de deshonor no puede elevarse para convertirse en vaso de honor.
6. Anatema a los que afirman que Cristo procuró la salvación de algunos y no de todos los hombres.
Lucidio suscribió la carta, comprendiendo el peligro de excomunión que cernía sobre él. Acató la fe católica sin fisura alguna y su herejía terminó. San Leoncio de Arlés (1 de diciembre) y los Padres Sinodales de Arlés pidieron a Fausto que escribiese una obra sobre la gracia y la predestinación, exponiendo la recta doctrina católica. Así, Fausto se puso manos a la obra y escribió "De gratia Dei" y "Humanae mentis libera arbitrio", dedicando ambas a Leoncio. Pero si bien las obras son una maravilla expositiva, yerran al culpar a San Agustín como la fuente de todas las herejías sobre la gracia, la predestinación y la libertad del hombre. Si bien es cierto que el predestinarianismo agustiniano está tocado por su maniqueísmo, las contribuciones de San Agustín a la fe católica son suficientes como para pasarle por alto esta "culpa".
Este ataque al gran Padre de la Iglesia hizo caer sobre Fausto la losa del tiempo y el olvido, pues su memoria no fue incluida en martirologio alguno, ni celebrada nunca, máxime cuando había acogido a un pelagiano desterrado. Durante siglos han sido muchos los detractores de Fausto, pero al purificar su memoria y escritos, puede verse la integridad católica de su doctrina.
Fuente:
-"Vidas de los Santos". Tomo X. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.
A 28 de septiembre además se celebra a
Santas Lioba y Tetta, abadesas.
San Simón de Rojas, presbítero trinitario.