San Máximo de Éfeso, mártir. 30 de abril, 14 de mayo y 28 de septiembre.
Procónsul: "¿Cómo te llamas?”
Máximo: "Mi nombre es Máximo”.
P: "¿De qué estado social eres?"
M: "Soy un hombre libre, pero esclavo de Jesucristo”.
P: "¿Cuál es tu profesión?”
M: "Soy un hombre del pueblo y vivo de mi oficio”.
P: "¿Eres cristiano?"
M: "En efecto, como pecador”.
P: "¿Y no has oído hablar de los edictos que se han promulgado recientemente?”
M: “¿Qué edictos? ¿Qué dicen?”
P: "Que todos los cristianos renuncien a sus supersticiones y sirvan a un solo señor, al que todos deben obedecer, y que todos se adhieran a su religión”.
M: "En efecto, ese vergonzoso e ilegal edicto es conocido por mí. Es precisamente esto lo que me llevó a hacerme conocer públicamente como cristiano”.
P: "Así que si conoces el significado de estos edictos, todo lo que tienes que hacer es sacrificar a los dioses".
M: "Sólo hay un Dios al que sacrifico. A él me he dedicado con corazón y alma y me he ofrendado yo mismo desde una edad temprana".
P: “Una vez más te digo, haz un sacrificio si aprecias tu vida. Si te niegas, me veo obligado a presionarte con la tortura".
M: “Eso es exactamente lo que siempre he anhelado. No puedes darme un placer mayor que sacarme de esta miserable y frágil vida. Porque entonces pasaré a una vida de felicidad eterna".
Entonces el procónsul lo hizo azotar. A cada golpe el juez gritaba: "¡Sacrifica, Máximo, sacrifica!” Pero el mártir respondió: "Te equivocas cuando piensas que estos golpes me lastiman. Lo que sufro por Jesucristo no es una prueba, sino un consuelo. No, si fuera tan necio como para desviarme un centímetro de las leyes de Cristo, como está registrado en el Evangelio, sufriría el castigo eterno". Entonces el procónsul le mandó poner en el potro. Y mientras le infligían todo tipo de torturas, no dejaba de repetir: "Reconoce tu error. Deja esa estúpida terquedad. Haz un sacrificio y salva tu vida”.
Pero Máximo se opuso a ello con la misma tenacidad: "Sólo perdería realmente mi vida si hiciera tal sacrificio. Sólo quiero salvarme, por eso no sacrifico. No creas que tus palos, tus ganchos de hierro o tus llamas me harán daño. Porque la gracia de Cristo está en mí, y ella me salvará de tus manos. Entonces disfrutaré de la misma felicidad que tantos santos ya comparten. Se han parado en este mismo lugar y también han vencido tu cruel violencia. Son sus oraciones las que ahora me dan toda esa fuerza y coraje, como puedes ver”.
El procónsul entonces leyó el siguiente veredicto: "La divina misericordia de nuestros invencibles monarcas dicta que este hombre aquí, no dispuesto a obedecer sus sagrados edictos y consecuentemente rehusando hacer un sacrificio a nuestra gran diosa Diana, debe ser apedreado hasta la muerte para servir de ejemplo a los cristianos”.
Y así se hizo, Máximo fue arrastrado por una turba de personas que le lapidó a las afueras de la ciudad, en el año 250.
A 30 de abril además se recuerda a:
San Quirino de Neuss,
tribuno mártir.
San José B. Cottolengo,
presbítero fundador.
Santa María Guyart,
viuda y ursulina.