La gran cordillera de los Atlas y los fantásticos oasis del sur marroquí

Por Arielcassan

Existe una irresoluble lucha interna que tiene lugar en el corazón de todo viajero antes de encarar la visita a un nuevo país: intentar conocer muchos lugares o descubrir sólo unos pocos, pero procurar aprovecharlos más.

El gran filósofo vasco Miguel de Unamuno afirmaba que “Todo lo que parece ganarse en extensión, se pierde en intensidad”, y es lo que ciertamente genera el mencionado dilema cada vez que se organiza un nuevo viaje.

Desde nuestro punto de partida en Marruecos, la ciudadela roja de Marrakech, nos planteamos con Janire cómo seguiríamos nuestro camino por el país africano.
Teníamos sólo diez días para el recorrido, y dada la gran cantidad de atractivos que se hallan en dicho territorio, había que tomar una decisión: ¿extensión o intensidad?

Una ruta posible es dirigirse hacia el noroeste y conocer las ciudades costeras de Essaouira, El Jadida, Casablanca y la capital, Rabat.
La otra es marchar al este, a la frontera con Argelia, donde se encuentra el comienzo del gigante “Desierto del Sahara”, y desde allí volver a España con dirección norte, pasando por la ciudad imperial de Fez.

Intentar recorrer todo en poco más de una semana era jugársela por la extensión, pero entendimos inmediatamente que veríamos mucho pero no disfrutaríamos nada. Preferimos apostar entonces por la intensidad.

Era mi primera vez en África (la segunda de Jani, que ya había estado en Túnez) y por mucha gran mezquita que pueda apreciarse en Casablanca, la primer opción no competía ni por lejos con la tentación de introducirnos en el desierto más grande del mundo, y deleitar a lomo de dromedario las magníficas vistas de un atardecer sobre la fina arena dorada de las dunas saharianas.

Por el relativo “apuro” que teníamos y contando con la lentitud de los buses locales que es habitual en la región, decidimos contratar una de las tantas excursiones guiadas que se aventuran al majestuoso desierto.
La agencia que elegimos en cuestión, nos ofreció un tour de 3 días y 2 noches, con regreso incluído a Marrakech, pero que tendríamos que descartar para seguir viaje hacia el norte por nuestra propia cuenta.

Ya les comenté que los marroquíes tienen una gran habilidad para la venta, por lo que no me pregunten si lo que nos convenció de la empresa fue la buena relación calidad-precio que prometían, o la indiscutible simpatía del vendedor de la foto, Mustafá.

Como sea, se sumaba que la ruta que lleva al gran Sahara ofrece por sí misma un vasto número de interesantes sitios por conocer y que serán los principales protagonistas de este segundo post sobre Marruecos.

Los invitamos a subirse a la furgoneta del amigo Mustafá y partir con nosotros rumbo al desierto. ¿Qué les parece? ¡Allá vamos!

Con Mustafá, el convincente vendedor marroquí de la agencia de viajes

El Alto Atlas, la gran cordillera marroquí:

Si les preguntase acerca de los paisajes que se imaginan de Marruecos, probablemente todos ellos coincidan en imágenes cálidas, ciudades bien coloridas, desiertos de arena dorada y curiosos personajes barbudos y enturbantados con aspecto árabe.

Si bien esto se cumple como patrón para la mayor parte del país, hay una región que se sale de toda la norma.
A unos escasos 60 kilómetros al sur de Marrakech corre la “Cordillera de los Atlas”, un enorme muro de gran altura que divide el norte de África entre la húmeda zona mediterránea y la desértica pre-saharariana.

De hecho, este cordón montañoso que recorre 2400 kilómetros a través de Marruecos, Argelia y Túnez es uno de los principales factores que provocan la sequedad del gran desierto.
Y decía que se escapaba de la regla general del calor marroquí porque durante casi todo el año, algunos de sus picos se mantienen nevados, e incluso hay ciudades como Ifrane, en el Atlas Medio, que en invierno se convierte en un reconocido centro turístico de esquí (¿Esquiar? ¿En Marruecos? ¡Así es!).

En lo que respecta a nuestra aventura, partimos de Marrakech en dirección sureste por la ruta nacional número 9, atravesando la zona central y de mayor altitud de toda la Cordillera de los Atlas, bordeando su monte más alto, el Toubkal, de 4167 metros.

Desde el punto más alto de la carretera (uno de las más altas de toda África), el paso Tizi n’Tichka a 2260 metros, se puede apreciar gran parte de los Atlas, algunas de sus cumbres más elevadas y un imponente paisaje de montaña por el que realmente merece la pena detenerse y dedicarle un buen tiempo a su contemplación.

Paso Tizi n’Tichka, en la Cordillera de los Atlas


Paso Tizi n’Tichka, en la Cordillera de los Atlas


Cordillera de los Atlas


Cordillera de los Atlas

En la antigua Babilonia por un día:

Descendiendo de los Atlas en dirección a Ouarzazate (la principal ciudad del sur del país) se encuentra la ciudad fortificada más llamativa de todo el recorrido.

Se llama “Aït Benhaddou” y resulta ser un verdadero oasis en el desierto pre-sahariano.
Está dividida por el pequeño río Ounila en dos zonas, la vieja y la nueva, y aunque la mayoría de los habitantes actuales reside en la aldea moderna, el antiguo pueblo es su verdadero atractivo, siendo el mejor conservado de todo Marruecos.
De hecho, desde 1987 está inscripto por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

Aït Benhaddou es lo que en español llamaríamos un “alcázar”, un pueblo amurallado gobernado desde un palacio o castillo que se ubica dentro de él (o sea, una “alcazaba”).
En árabe, las traducciones correspondientes serían “ksar” y “kasbah”, que son por cierto el origen de las castellanas (pueden notar la gran similitud de pronunciación).
Aunque parezca algo extraño, creo conveniente mencionárselas porque si llegan a hacer una visita a Marruecos las verán repetirse innumerables veces, sobre todo en panfletos turísticos, y saber la diferencia les ahorrará unas cuántas confusiones.

El ksar de Ait Benhaddou

El principal motivo que hace destacar a este pueblo de otros tantos de la región, es que tanto sus muros como cada una de sus construcciones están fabricadas con ladrillos de adobe originales, que increíblemente han sobrevivido al efecto de la lluvia y de los vientos desde su fundación, aproximadamente en el siglo XI.

Como pueden ver en las fotos, el complejo urbanístico es sumamente llamativo y haber tenido la posibilidad de apreciarlo en vivo es uno de los grandes recuerdos que nos llevamos de este viaje.

Es bueno aclarar que estas construcciones de adobe son muy vulnerables y deben ser mantenidas constantemente. Se estima que si se dejasen abandonadas, cualquiera de estas casas quedaría en completa ruina en sólo 50 años.
Por si fuera poco, en el último siglo el “ksar” antiguo comenzó a despoblarse y sus habitantes ocuparon rápidamente los terrenos del pueblo nuevo, en la otra margen del río, con mejor acceso vehicular.

Desde la inscripción en la UNESCO y por la correspondiente financiación recibida, Aït Benhaddou ha ido repoblándose poco a poco, con varias nuevas tiendas de artesanías, de antigüedades y casas de té abiertas dentro del “ksar”.

Muchos viajeros se quejan de esta “artificialidad” preparada claramente para el turismo, y sin duda, tienen sus motivos.
Pero vale la pena detenerse un instante y ser capaces de comprender que semejante patrimonio se perdería muy pronto de no recibir la citada inyección turística.

Por lo tanto, creo positivo intentar cerrar un poco nuestro corazón crítico, olvidarnos de estas cuestiones y disfrutar de este sitio realmente único, como si la exótica vida que allí observamos fuera realmente auténtica y casual.

El ksar de Ait Benhaddou


Construcciones de adobe en el ksar de Ait Benhaddou

Apenas cruzado el río (ya sea por el nuevo puente o saltando por un paso de roca en roca) y habiendo pasado las impresionantes murallas, nos adentramos en un pueblo que crece desprolijamente hacia la cumbre, que se encuentra a unos 100 metros de altura, y a la cuál se llega por un camino ascendente entre casonas de barro y piedra.

Caminar por esas callecitas enmarcadas en adobe es una sensación inexplicable.
Vernos inmersos en ese paisaje traído directamente desde la Antigua Mesopotamia, me hizo retroceder en el tiempo, unos 3000 ó 4000, hasta imaginarnos que estábamos en la mismísima Babilonia.

Desde la cima, las áridas planicies del desierto marroquí se extienden en 360 grados, hasta el infinito.
El horizonte se achata en toda la circunferencia, y es únicamente alterado por el desdibujado relieve de las montañas de los Atlas.
El río amarronado, que baja de la cordillera arrastrando el barro y los minerales que le dan su color, es decorado con una fila de palmeras desparramadas en la orilla y una mata arbolada de diversas plantas de un fuerte color verdoso que terminan de formalizar el paisaje típico de oasis.

Sólo nos hubiera faltado ver los Jardines Colgantes o a las tropas de Alejandro acercándose al bíblico Ziggurat, para estar totalmente seguros de que fuimos teletransportados a la vieja capital del rey Nabucodonosor.

Ait Benhaddou, desde la cima del promontorio donde se ubica

Por último, me gustaría comentar que Aït Benhaddou no sólo es un sitio de gran interés para viajeros.
Hace muchos años ya, Hollywood también fijo la atención en el “ksar” marroquí, que fue utilizado para filmar numerosas películas ambientadas en el desierto, generalmente con historias sobre Tierra Santa, relatos de Arabia o sobre antiguos pueblos africanos.

Entre los más famosos largometrajes que utilizaron el lugar como escenario, se incluyen “La Joya del Nilo” (1985), “Lawrence de Arabia” (1962), “Jesús de Nazareth” (1977), “La Última Tentación de Cristo” (1988), “La Momia” (1999) y “Gladiador” (2000), esta última recordada por ser el pueblo al que fué vendido Russell Crowe (“Máximo”) como esclavo, y donde comenzó su etapa como luchador en camino a la arena de Roma.

También, a pocos kilómetros de allí en la ciudad de Ouarzazate, se encuentran los estudios cinematográficos más importantes del país y los de mayor extensión de todo el mundo. También se hacen visitas guiadas para ver algunos de los más destacados “plató”, aunque nosotros sólo los vimos desde afuera.

Ahora sí, hora de volver a la carretera, pero antes les dejamos algunas fotos más del increíble pueblo amurallado de Aït Benhaddou, claramente una de las joyas de este viaje.

Kasbahs dentro de Ait Benhaddou


Panorámica desde la cima de Ait Benhaddou, con el río Ounila y el pueblo nuevo


Las típicas kasbahs de Ait Benhaddou, fortalezas reconocibles por las torres en sus cuatro esquinas


Desde la cima de Ait Benhaddou


Todas las construcciones del ksar son de barrio y piedra, como ven aquí


Los estudios cinematográficos de Ouarzazate, los más extensos de todo el mundo

Las Gargantas del Dades:

La primer noche del recorrido la pasamos en un acogedor y grato hotel (¡Si! ¡Si! ¡Un hotel!), ubicado en una zona conocida como “Gargantas del Dades”.

Desde la Cordillera de los Atlas, descienden varios caudalosos afluentes que desembocan en el río principal de Marruecos, el río Draa.
Algunos de ellos, como el “Dades”, han erosionado tanto su lecho rocoso que terminaron formando impresionantes cañones de alturas que superan los 150 metros.

En esta zona de Marruecos, dos “gargantas” se roban el mayor protagonismo: las del Dades y las del Todra.
Nosotros nos adentramos sólo en las segundas, por su mayor elevación y supuesta “belleza”, pero las primeras son reconocidas por poseer una mayor variedad paisajística y gran riqueza arquitectónica en las construcciones erigidas a lo largo de su imponente desfiladero.

Por lo arquitectónico, se puede indicar que hay numerosas “kasbah” aún habitadas y en buen estado. ¿Se acuerdan de los palacios de adobe que les mencioné que había en Aït Benhaddou? Bueno, en ellas vivían los antiguos nobles de Marruecos, y su aspecto de fortaleza está siempre resaltado por las torres que se levantan en sus cuatro esquinas. A las “kasbahs” siempre las reconocerán por tener todas esta misma forma.

Por ejemplo, la de la siguiente foto se llama “Aït Moutad”, se yergue sobre un promontorio protegido por el serpenteante río y perteneció a la acaudalada familia Glaoui. Es una de las más famosas del Valle del Dades.

La kasbah de Ait Moutad, famosa en las Gargantas del Dades

Y en lo que respecta a la variedad paisajística, en Dades se pueden apreciar numerosas gargantas kársticas, pliegues, caóticas formas erosivas, abanicos aluviales, pináculos de erosión diferencial, calizas, basaltos, areniscas, etcétera… Todas estas formaciones datan del período mesozoico y están plagadas de fósiles de rinconellas, entre otros.

Probablemente, estas cuestiones sean de mayor interés para un geólogo que para un viajero, pero algunos conjuntos rocosos como el siguiente, llamado “dedos de mono” por sus inusuales siluetas, no dejan de ser llamativos para cualquiera de nosotros.

Las alocadas figuras de la formación rocosa llamada “dedos de mono”

El palmeral de Tinghir y las Gargantas del Todra:

Tras una muy buena noche de descanso para recobrar fuerzas, volvimos a la ruta en dirección a las otras gargantas mencionadas, las del Todra.

El cruce entre la carretera que recorríamos, la nacional nº10, y el río Todra, se produce dentro del pueblo de Tinghir, cuyo fabuloso palmeral crea uno de los oásis más bellos del sur de Marruecos.

El Palmeral de Tinghir supone una explosión de verdor en tanto desierto árido, donde una interminable serpiente de color verde repta desde las Gargantas del Todra hasta este pequeño pueblo de 40.000 habitantes, la mayoría de ellos, de origen bereber.

El oasis creado por Palmeral de Tinghir, que desciende del Todra


El oasis creado por Palmeral de Tinghir, que desciende del Todra

Los bereberes, otra palabra que escucharán numerosas veces en Marruecos, son el pueblo que habitaba el norte de África antes de la llegada del Islam.
Actualmente se dice que la mayoría de los marroquíes son descendientes de bereberes, aunque muchos ya dejaron la lengua original (el “Tamazight”) y sus costumbres, para abocarse a una vida de estilo árabe.

Se estima que aún hay unos 30 millones de hablantes del idioma bereber en el norte de África, dentro de los cuáles se incluyen subgrupos como los “touaregs” (los famosos pobladores del desierto del Sahara), los “cabileños” o los “chleuhs”.
De todos modos, la gran mayoría de ellos profesan actualmente la religión islámica y por ende, hablan árabe (por ser la lengua litúrgica), francés y español (por haber sido colonia de estos países), entre otros lenguajes.

En Marruecos, de hecho, llama la atención que muchos de sus habitantes, sobre todo los vendedores con cara visible al turista, saben hablar muy decentemente por lo menos cinco o seis idiomas, algo que para nosotros puede resultar casi imposible, pero ellos lo atribuyen a un mayor contacto humano con gente de diversos países desde su niñez, a pesar de la menor escolarización que reciben.

Joven guía de origen bereber, ataviado con el típico turbante


El traje típico bereber. Aladdin, ¡un poroto!

Volviendo al pueblo de Tinghir, donde la mayoría de sus habitantes se dedican a la agricultura, fuimos llevados a recorrer algunos de los campos de cultivo que se encuentran en el palmeral. Allí, cada familia posee (o alquila) una pequeña parcela de tierra donde las mujeres de la zona (principalmente, aunque algunos hombres también) trabajan laboriosamente a pleno sol del día.

Dentro del pueblo, y obviamente incluído en la visita turística, nos condujeron a un taller bereber para enseñarnos (e intentar vendernos sin nada de suerte) las alfombras tan elaboradas y de intensos colores que fabrican los propios residentes locales.

Aunque no estaba en nuestro prespuesto ni en nuestro interés comprar alfombras (tampoco caberían en nuestras mochilas, je!), es interesante poder escuchar sobre los patrones de tejidos y la fabricación de colores con tintes naturales, algo tan ajeno y desconocido en nuestra habitual vida acelerada de ciudad.
La posibilidad que tenemos de ir a un negocio y comprar un bote de pintura de cierto color, o una prenda de ropa ya lista, nos hace olvidar que en algún lado, habitualmente del otro lado del mundo, personas como estos modestos bereberes se encargan de ello como modo de vida.

No sé si seré el único, pero unas cuántas veces ya me encontré a mi mismo leyendo en la etiqueta, el lugar de donde proviene la camiseta que acabo de comprar, e imaginándome cómo debe ser la fábrica o el estilo de vida de los que la hicieron.
Quizás, algún día, compre finalmente una alfombra que diga “Made in Morocco” y recuerde haber estado allí, compartiendo un té y aprendiendo de como trabajan ellos.

Una mujer local trabajando en las plantaciones de Tinghir


Callejuelas del barrio antiguo de Tinghir, con sus arcos y pasadizos oscuros


Hilos pigmentados en exhibición en el taller de tejidos bereber


Tejidos en exhibición en el taller bereber de Tinghir


El dueño del taller bereber nos enseña una de las tantas alfombras que a todos nos gustó pero que nadie compró

Como última parada de este camino, a 15 kilómetros al norte de Tinghir se encuentran las mencionadas “Gargantas del Todra”.

Este enorme cañón rocoso, de más de 150 metros de alto, puede no sorprender por formas tan alocada como las del Dades, pero sus paredes perfectamente verticales, tan cerca una de la otra, pueden resultar incluso claustrofóbicas en algunos pasajes estrechos del desfiladero.

Es un lugar de gran reputación entre escaladores (¡qué envidia!), sobre todo europeos (españoles y franceses) por la relativa cercanía.
Desde la década del 70′, comenzaron a formarse escuelas y grupos de escalada, llegando a ser un destino de renombre mundial y con la presencia de los profesionales más destacados del rubro.

Tal fue el “boom” de las Gargantas del Todra, que para 1990 ya habían equipado medio centenar de vías de subida, triplicándose en sólo 7 años más.
Hoy en día, es raro ver un sector de pared sin cremalleras de chapas y en algunas vías se llegan a producir verdaderos “overbookings” de escaladores que se amontonan al subir.

Nosotros, tuvimos que contentarnos con apreciarlas desde abajo, y volver pronto a la furgoneta que nos llevaría finalmente a la entrada del desierto sahariano.

Pero eso ya será tema del siguiente post, así que para cerrar, les dejo algunas fotos más de este precioso cañon montañoso y otras cuántas que quedaron pendientes del resto del recorrido.

¡Hacia el Desierto del Sahara! ¡Saludos a todos!

Las imponentes “Gargantas del Todra”


En el alto desfiladero de las Gargantas del Todra


¡Odisea por el Mundo, desde Marruecos!


Paisaje rutero del sur de Marruecos, con un cartel indicando la cercanía a la ciudad de Ouarzazate


El oasis creado por Palmeral de Tinghir, que desciende del Todra


Otro paisaje rutero del sur de Marruecos, a la salida del pueblo de Alnif, última parada antes de llegar al Sahara