El final de los años setenta, su estrambótica estética (vista desde el catalejo que nos permite observarla casi cuarenta años después) y la más que acertada banda sonora repleta de momentos mágicos acompañados con sus inconfundibles pases de baile siempre unidos a las lentejuelas y falsos brillos, son sin duda el esqueleto visual perfecto para este película, que si por algo se caracteriza, además de por su fallido guión, es por el gran reparto de actores que tiene en sus papeles principales. Christian Bale está asombroso en su papel de timador de pequeña monta que en el fondo tiene buen corazón, cuyo alma gemela Amy Adams, se muestra tan explosiva como guerrillera en un conflicto en el que no existen las trincheras. Una ausencia de reticencias que en apariencia tampoco tiene Jennifer Lawrence, pero que nos deja sin la posibilidad de argumentar nada en su contra cuando nos despliega, con grandes dotes interpretativos, ese bello e inofensivo universo en el que se halla perdida. Todo lo contrario que Bradley Cooper, histriónico, ambicioso y narcisista, que en su ensimismamiento compulsivo solo es capaz de salvarse a sí mismo, pero no a la sociedad a la que defiende a través de su cargo como agente del FBI.
En definitiva, La gran estafa americana es una nueva denuncia que pone en tela de juicio la sociedad que entre todos hemos construido, pero en la que algunos solo han sabido ver el juego de las medias verdades, esas que solo satisfacen a los falsos egos de los falsos dioses de una sociedad enferma de unos no menos falsos mandamientos.
Ángel Silvelo Gabriel.