Revista Opinión

La gran marcha de la Iglesia evangélica en América Latina

Publicado el 23 noviembre 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Parte de América sigue siendo latina y católica, pero ahora también es evangélica. Es oficial: la región latinoamericana ha pasado de ser eminentemente católica a ser simplemente cristiana. El avance de la Iglesia evangélica —o, de forma más precisa, de las Iglesias evangélicas— supone uno de los grandes desafíos para la influencia de Roma, que observa cómo una creciente sangría de creyentes se va de sus filas.  

La evangelización del subcontinente latinoamericano es sin duda uno de los grandes éxitos del catolicismo y su labor misionera. La impronta apostólica romana desde Sonora hasta Tierra de Fuego fue un triunfo de cinco siglos de duración que echaba a volar al mismo tiempo que Lutero clavaba sus tesis en la puerta de la iglesia de Wittemberg.

Dos de los primeros misioneros católicos en llegar a tierra americana allá por el siglo XVI, Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas, iban a ser rescatados por la memoria de muchos obispos y sacerdotes de la segunda mitad del siglo XX por haber optado por los principios de justicia frente a los poderes establecidos. Tras dos guerras mundiales y un conflicto bélico congelado, llegan los años 60 y la Iglesia católica se plantea su papel dentro del contexto europeo y mundial. Esto tendría una serie de consecuencias inesperadas al otro lado del Atlántico.

El éxodo latinoamericano

Indagar en los orígenes de la llamada teología de la liberación supone poner el foco sobre el Viejo Continente. Roma observaba cómo el avance imparable de la secularización desbancaba su papel tradicional en Europa. Tras dos revoluciones industriales, organizaciones como los sindicatos obreros ocupaban el lugar de referencia que anteriormente ocupara. Su alianza con el Estado y su apoyo tácito al capitalismo la habían separado de sus bases y en los años 50 un país católico, Cuba, aplaudía a los revolucionarios y se pasaba al bando socialista.

Estos hechos llevaron a que el Vaticano se replanteara su papel en la modernidad. Los principios cristianos chocaban con algunos de los elementos más voraces del sistema capitalista, a los que había que poner freno, pero a la vez era esencial proporcionar una alternativa que no llevara a la revolución. Surgía así la democracia cristiana y la teología del desarrollo, que planteaba la idea de una tercera vía.

En los años 60 el papa Juan XXIII convoca un concilio con un objetivo ecuménico: reconciliar a la Iglesia con sus bases. Entre otros principios, se defendía que la Iglesia debía servir al pueblo y no a los poderes económicos y estatales. Se fortalecía además el concepto de comunidad de fieles a la vez que se ponía en valor la iniciativa local frente a la jerarquía eclesiástica.

Estas ideas atravesaron el Atlántico llevadas por sacerdotes de diversas órdenes y en especial bajo el brazo del obispo chileno Manuel Larraín, quien tuvo un papel esencial en la aplicación del Concilio Vaticano II en el subcontinente. Para preparar a los obispos de la región latinoamericana y que estos trasladaran la línea marcada por Roma a sus diócesis, en 1968 se convocó la conferencia de Medellín.

El contexto en este continente era muy diferente al europeo: no había tenido lugar una sangría de fieles debido a la secularización, pero sí se daba un contexto de desigualdad extrema. La iniciativa económica de sustitución de importaciones y la aplicación de políticas desarrollistas enfrentaban a América Latina ante el cuello de botella del subdesarrollo: el continente se endeudaba; el éxodo rural acelerado dejaba a muchos sin tierras y otros muchos experimentaron la pobreza urbana. La tercera vía no hacía sino aumentar el control de facto de Estados Unidos y Europa sobre el continente a través de créditos de deuda. Además, la oligarquía económica tradicional aumentaba en peso y poder a costa del empobrecimiento de la mayoría.

La gran marcha de la Iglesia evangélica en América Latina
Unas mujeres celebran la Semana Santa en San Juan Sacatepéquez (Guatemala). Mezclan cristianismo con costumbres tradicionales mayas, un sincretismo al que el protestantismo se ha sabido adaptar muy bien. Fuente: Ebany (Flickr)

En el Concilio Vaticano II se establecía que la Iglesia debía servirse de su poder moral para promover la justicia y situarse del lado de los pobres. La lectura de estas instrucciones en el subcontinente latinoamericano era una verdadera llamada a la acción. Había que escapar de las trampas del capitalismo y la colonización para liberarse. Los obispos son testigos de las injusticias cometidas contra sus fieles y terminan optando por rebelarse contra las estructuras de poder sistémicas. Crece el músculo de la teología de la liberación, simbolizada con el éxodo israelita, una lectura teológica que rompe con la concepción esencialista de “Al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” y termina por ser una llamada a la acción contra las injusticias cometidas en la Tierra.

En pleno contexto de Guerra Fría, Estados Unidos observa atónito cómo fracasa la Alianza para el Progreso promovida por Kennedy y cómo, en cambio, un tradicional aliado en el continente europeo, la Iglesia católica, promueve y alienta la subversión en el subcontinente latinoamericano. La teología de la liberación y su brazo revolucionario eran un problema para el equilibrio de fuerzas de la bipolaridad y Washington refuerza las alianzas con las oligarquías locales, que también temblaban tras cada liturgia.

La elección del polaco Juan Pablo II como papa en 1978 fue una decisión cargada de simbolismo en el marco de una Europa inmersa en un conflicto internacional congelado. Esta decisión pesó sin duda en la distribución de fuerzas dentro de la Iglesia al disminuir la influencia de los teólogos de la liberación en favor del ala más conservadora. Además, Juan Pablo II pide a la Congregación para la Doctrina de la Fe, órgano del Vaticano que vela por la correcta aplicación de la doctrina católica, que se pronuncie sobre la teología de la liberación. A través de dos documentos, Libertatis Nuntius y Libertatis Conscientia, la institución se desmarca en gran medida de la lectura  teológica de los hijos de Medellín por interpretar que liberación, en su sentido fundamental, se refiere al pecado original, de orden superior, entendiendo las esclavitudes de orden político, social o económico como derivadas de este y, por tanto, de un orden inferior.

Este cambio vino acompañado de una acelerada urbanización en el subcontinente latinoamericano que devino en una rápida transformación en el perfil de las demandas sociales. La pobreza urbana se unía al sentimiento de desarraigo con la tierra y se hacían evidentes los límites del Estado. La falta de servicios, junto con la necesidad espiritual de los recién llegados, encontraban que ni el Estado ni la Iglesia católica atendían las demandas de los nuevos urbanitas. Este vacío comenzaría a ser aprovechado por la Iglesia evangélica.

Evangelicalismo in crescendo

El avance de la Iglesia evangélica en América Latina es una preocupación central desde hace tiempo en los pasillos del Palacio del Vaticano. Su rápido crecimiento supone un desafío mayúsculo, casi comparable al de la Reforma del siglo XVI en Europa, y desde diferentes ámbitos se busca dar una explicación que arroje algo de luz sobre este fenómeno.

Para ampliar: “Religión en América Latina: Cambio generalizado en una región históricamente católica”, Pew Research Center, 2014

La gran marcha de la Iglesia evangélica en América Latina
Mientras que la costa del Pacífico es mayoritariamente católica, el porcentaje de evangélicos en Centroamérica y Brasil es notable. Los colores aparecen más oscuros cuanto mayor es la penetración de cada Iglesia en el país. Fuente: Cartografía EOM

El éxodo rural acelerado que tuvo lugar a finales de los años 60 supuso un gigantesco reto para la Iglesia católica ante la falta de personal que movilizar en el subcontinente y con el que cubrir las necesidades espirituales de las crecientes clases urbanas —existía, por múltiples razones, lo que se ha dado en llamar una “crisis de las vocaciones sacerdotales”—. El alto nivel de institucionalización de la Iglesia católica junto con la profunda revisión interna en la que se encontraba tras la elección de Juan Pablo II ralentizaron la capacidad de movilización y adaptación de este actor frente a las corrientes evangélicas.

Con la independencia de los países latinoamericanos comenzaron a llegar las primeras oleadas de población europea evangélica en busca de asentarse y extender sus ritos en el subcontinente. Además, en la segunda mitad del XIX llegaron numerosas sociedades misioneras provenientes de Estados Unidos. Pero en América Latina las corrientes evangélicas que más fieles concentran son eminentemente autóctonas: las pentecostales y neopentecostales. Si bien existen elementos comunes, como la importancia del descenso del Espíritu Santo o la creencia en los exorcismos, dentro del pentecostalismo y el neopentecostalismo caben numerosos grupos, por lo que carece de rigor analizarlos como bloques monolíticos. Entre estas corrientes y el protestantismo europeo originario hay, además, disparidades importantes: aspectos tan centrales para Lutero o Calvino como el sacerdocio universal no se siguen y la relación con Dios en muchas de estas Iglesias no es directa.

La Iglesia católica en América Latina estaba en un proceso de transformación interna tras el pronunciamiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Asimismo. De las respuestas de los conversos del catolicismo al pentecostalismo puede extraerse que los sacerdotes latinoamericanos se habían centrado en lo terrenal en busca de la justicia social y la liberación y habían abandonado en parte la esfera espiritual. Así, muchos fieles necesitaban ver cubiertas sus necesidades espirituales en otra Iglesia y acudían a las nuevas —e inmensas— iglesias evangélicas.

Además de proveer servicios ligados a la caridad y la educación que el Estado no alcanzaba a ofrecer, los evangélicos dan un peso primordial a la comunidad. En un momento en el que estaba teniendo lugar la llegada masiva de campesinos desenraizados a los nuevos espacios urbanos, la posibilidad de tejer redes de apoyo y ayuda en el seno de estas iglesias sumó a favor de las filas de evangélicos.

Aunque tiende a tacharse de argumento conspiranoico, no puede obviarse la influencia de Estados Unidos a la hora de favorecer a las fuerzas evangélicas de sus vecinos del sur. El informe Rockefeller de 1969 concluía que la Iglesia católica no siempre era aliada de Estados Unidos en el continente americano. Se puede poner en duda el peso de las conclusiones de este informe y hasta qué punto Washington influyó en el auge evangélico, pero lo cierto es que hay razones para creer que muchas de estas Iglesias cuentan con apoyo económico que llega de fuera.

Este argumento cobra fuerza si observamos en el mapa el crecimiento de evangélicos. Los movimientos revolucionarios en América Central eran una preocupación creciente para Washington, que no se podía permitir otro Óscar Romero. Es precisamente en América Central donde puede observarse un crecimiento inusitado del porcentaje de protestantes. En El Salvador se pasó de un 15% en 1996 a un 31% de evangélicos en 2013. Los casos de Honduras y Guatemala son aún más pronunciados: en ambos países el porcentaje supera hoy el 40%. Fuera de Centroamérica, encontramos que Brasil es el país con mayor número de evangélicos, aunque los protestantes no llegan al 30% —una cifra por encima de los 42 millones—.

Para ampliar: “Cambio religioso en América Latina, presente, pasado y porvenir”, Llorente & Cuenca, 2014

La gran marcha de la Iglesia evangélica en América Latina
Grafiti del salvadoreño Óscar Romero. Fuente: Rothko Chapel

Gran parte de los poderes económicos y conservadores autóctonos temían, como Washington, la llegada de la revolución y optaban por la inversión en credos alternativos que defendieran una agenda más conservadora. Hoy encontramos ejemplos del poder político de los evangélicos en el subcontinente en el no dentro del referéndum de Colombia, en el que tuvieron un papel central; el creciente peso de los partidos evangélicos en la política de pactos en países centroamericanos como Costa Rica, o el imparable engrosamiento de la bancada evangélica en Brasil. El peso de estos grupos se cristaliza en la política como una fuerza imparable.

El pentecostalismo es una fe mesiánica, por lo que se acopla bien con las crecientes necesidades de una población desatendida a la espera de un Salvador. Aunque gran parte del grueso de fieles son de clase trabajadora, no puede obviarse el papel del pentecostalismo entre las clases más acomodadas; en algunos países existen diferentes Iglesias ligadas al movimiento pentecostal según la clase social. Así, iglesias como la cuadrangular o Misión Cristiana reúnen a los sectores más populares; otras, como la Iglesia de Dios, aglutinan a las clases medias, y otras, como la Iglesia de Cristo, cuentan entre sus fieles a la horquilla con más ingresos. Además, algunos cultos del neopentecostalismo se asemejan a tradiciones sincretistas indígenas y gozan por ello de una mayor popularidad en las zonas rurales.

De la liberación a la prosperidad

Si la teología de la liberación hacía avanzar a las fuerzas más progresistas en el subcontinente, las Iglesias evangélicas pentecostales y neopentecostales inclinan la balanza política a favor de la agenda conservadora. Hoy la mayor parte de los grupos evangélicos defienden políticas neoliberales en lo económico y conservadoras en lo social, con posturas que criminalizan el aborto, contrarias al matrimonio entre personas del mismo sexo y a los avances en políticas de género.

Es frecuente escuchar argumentos que ligan el alcoholismo, el abandono familiar o el maltrato con el catolicismo; esta es una de las razones por las que muchas mujeres de clase humilde se han convertido al pentecostalismo. Este defiende una moral patriarcal, pero a la vez paternalista y protectora, que llama paradójicamente a la participación de la mujer en la esfera pública para defender estos valores.

Algunos factores hacen que se haya llamado teología de la prosperidad a la nueva oleada de evangélicos en la región. Si Weber hablaba de la relación entre protestantismo y capitalismo, en América Latina se empiezan a analizar algunos de los valores morales de la Iglesia pentecostal en relación con la riqueza. A través de una relectura de la teoría de la predestinación —propia del calvinismo—, por la que en la vida terrenal se puede observar si uno es elegido por Dios en función de la riqueza, se concluye algo cercano a que “ser pobre es pecado”. Lo que des a Dios en la Tierra te será devuelto en vida.

Para ampliar: “Origen, desarrollo y crítica de la prosperidad”, Arturo Piedra Solano, 2005

Un factor muy vinculado con la teología de la prosperidad es el inteligente uso del marketing y los medios por parte de los pentecostales. En ocasiones incluso se ha comparado su proliferación con la de una franquicia que segrega y se especializa en un público concreto. Llaman la atención el carisma y la oratoria de sus predicadores y el hecho de que estos grupos controlan buena parte de los medios de comunicación de sus respectivos países. Un ejemplo es Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, que controla la segunda mayor cadena televisiva de Brasil.

Es muy probable que la elección del papa Francisco haya tenido que ver con la sangría de fieles en Latinoamérica. El actual pontífice se ha mostrado muy reconciliador con la corriente de la teología de la liberación y en muchas ocasiones ha planteado la necesidad de optar por los pobres, defendiendo en realidad el Concilio Vaticano II. Los datos apuntan a que el crecimiento del número de protestantes en el subcontinente se estabilizará y no mantendrá el ritmo de las décadas anteriores. La Iglesia católica deberá atender y mantener a sus fieles si quiere continuar jugando el papel que hasta hace poco podía dar por sentado.

Para ampliar: “Geopolítica vaticana del nuevo orden mundial”, Silvina Pérez en El Orden Mundial, 2016

En este tablero de Risk de influencias religiosas, el crecimiento de evangélicos en América Latina supone uno de los grandes desafíos para Roma. El Vaticano tiene además otro frente abierto en el continente africano, donde todo apunta a que el crecimiento de protestantes en el África subsahariana pegará un repunte importante en las próximas décadas. Puede que nos toque ver qué ficha mueve la Santa Sede y si sigue una estrategia diferente a la que ha marcado hasta ahora los ritmos en el subcontinente latinoamericano.


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