Cada recital de Arcadi Volodos (San Petersburgo, 1972) es un placer para el oído y una lección de sencillez aunque el programa sea técnicamente endiablado además de profundo. El pianista ruso es un músico completo y haber estudiado también canto parece dotarle de un lirismo único que para los compositores y obras que trajo a Oviedo para inaugurar la temporada de plata de las Jornadas de Piano, resultó verdadera poesía musical o música poética permitiendo jugar con ese lirismo exento de palabras desde la pureza interior. El plantel de pianistas para estas jornadas que comenzaron en el Campoamor hace ya 25 años de la mano de nuestro añorado Luis G. Iberni es de primera, por lo que Arcadi Volodos tenía que volver a Oviedo y resultó el perfecto anfitrión.
Las Papillons, op. 2 (R. Schumann) sonaron como doce microrrelatos (más la introducción), cada vals con identidad propia y tiempos variados sin perder ningún detalle, el balance entre manos y unos pedales expresivos pero también tímbricos, las dos Polonaise de clarividencia y premonición chopiniana por el pianismo de salón en que convirtió la pantalla acústica nuestro auditorio, incluso la luz tenue sumándose al intimismo, y de ese juego de mariposas de todos los colores y movimientos, carnavales literarios en el subsconsciente pero especialmente el Finale con las seis campanadas limpias mientras flotaban acordes y melodías que en el piano de Volodos hicieron de este joven Schumann un primer capítulo romántico (Daniel Moro Vallina en sus notas al programa titulaba "Tres generaciones del piano romántico").