Desde la independencia de los antiguos territorios coloniales en África y Oriente Medio, Occidente siempre ha dedicado buena parte de su proyección exterior a los cambios acaecidos en esta zona. El norte de África se ha mostrado como una zona de capital importancia por su proximidad a Europa. Es por ello que las democracias del viejo continente han desarrollado importantes lazos políticos con los regímenes de la región, muchas veces dictatoriales, atendiendo a intereses propios. Sin embargo, este marco político se vio sensiblemente trastocado cuando a finales de 2010, una oleada de manifestaciones recorrió el corazón de Túnez, dando inicio a un fenómeno que se extendió por todo el norte de África y las monarquías del Golfo, que conocemos como primaveras árabes.
En estas líneas nos centraremos en Libia, y trataremos de analizar los principales motivos que pudieron conducir a la intervención militar en un país que se vio dividido por la guerra y cuyas consecuencias aún estamos presenciando.
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El inicio de la revuelta y el camino hacia la guerra civil
El 17 de febrero tiene lugar en Bengasi un ataque al cuartel general de las fuerzas armadas y la inutilización del aeropuerto al tiempo que, a unos 360 kilómetros, en Tobruk, los manifestantes, tras enfrentarse a tiros con la policía, se hacen con el control de los principales edificios oficiales, dando así lugar al inicio de la revuelta. En pocos días, la Cirenaica (parte oriental del país), se ha convertido en el escenario principal de las revueltas contra el régimen, que ha perdido gran parte de su control sobre esta zona. Hacia el 22 de febrero (la Resolución 1970 del Consejo de Seguridad se aprobó el 26 de ese mes) la zona oriental del país está fuera del control gubernamental, la mayor parte del ejército se ha unido a los rebeldes mientras que aquellos que permanecían leales se han visto obligados a abandonar las armas y sus puestos. Cinco días más tarde, el 27 de febrero, se crea el Consejo Nacional de Transición (CNT) que comienza a reclamar reconocimiento internacional de forma inmediata. La configuración de la conflictiva situación inicial en una guerra civil es inminente.
A las dos semanas del inicio de las revueltas, el 85% del territorio nacional estaba en manos de rebeldes y la capital se encontraba rodeada de ciudades que se habían levantado contra el régimen. Sin embargo, a principios de marzo la situación da un giro radical cuando las tropas de Gadafi frenan la ofensiva rebelde hacia el oeste, retoman la iniciativa y anuncian una contraofensiva a gran escala. En la segunda semana del mes de marzo, cuando los rebeldes, descoordinados y superados por la situación parecen haber perdido toda iniciativa, las fuerzas leales al dictador se preparan para asaltar Bengasi, bastión de los sublevados en el este del país. El 17 de marzo el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprueba, con 10 votos a favor y 5 abstenciones, la Resolución 1973, que decreta el establecimiento de una zona de exclusión en el espacio aéreo libio.
Configuración del bando rebelde
Manifestantes en contra de Gadafi, portando la bandera monárquica del anterior gobernante, Idris I
Pero, ¿quiénes eran esos civiles libios a los que había que proteger? ¿Se trataba realmente de manifestantes que reclamaban más libertades y derechos o había algo más?
Si bien es cierto que en un primer momento las personas que salieron a las calles y se concentraban en las plazas para reivindicar sus derechos, a medida que el conflicto se va configurando con el aumento paulatino de la violencia, empezamos a identificar una serie de elementos diferentes que irán configurando lo que poco más tarde se denominó como “bando rebelde”. Entre ellos, encontramos principalmente tres tipos de perfil: desertores del Gobierno y del Ejército, miembros de los clanes tribales del este y, en último lugar, radicales yihadistas islámicos vinculados a Al Qaeda.
Entre las cabezas más visibles del CNT, conformadas por altos funcionarios del régimen de Gadafi, se encontraban nombres como Abdel-Jalil, ex ministro de justicia; Abdul Faa Yunis, ex ministro de interior; Omar el Harriri, militar que acompañó a Gadafi en el golpe de 1969 y que más tarde fue encarcelado o Ali Al Issawi, ex ministro de economía. En lo referente a los clanes tribales, hay que señalar que Libia es una sociedad tribal, que se mantenía unida a través de una serie de concesiones económicas y la represión del Gobierno. Gran parte de las tribus el este que se levantaron contra Gadafi gozaban de una buena posición con el rey Idris, pero desde la llegada del coronel, su situación empeoró en detrimento de las tribus del oeste. Finalmente, la última gran facción que vendría a componer este heterogéneo grupo, son los elementos yihadistas de una entidad afiliada a Al Qaeda en el este del país, concretamente conocida como Grupo Islámico Combatiente Libio. Estos grupos salafistas ya habían protagonizado episodios de violencia en el país y ayudan a entender uno de los motivos por los que Gadafi se sumó a principios de la década pasada a la lucha contra el terrorismo.
Occidente toma cartas en el asunto: el camino hacia la Resolución 1973
El 24 de febrero, una semana después del comienzo de las revueltas, el secretario general de la OTAN afirmó que la organización no tenía intención de intervenir en tanto que la situación no suponía una amenaza ni para la Alianza ni para los Estados miembro. Sin embargo, Anders Rasmussen, Secretario General de la organización, convocó al día siguiente una reunión de emergencia en la que se señaló que el conflicto libio era una cuestión que atañía a todos. Al día siguiente, el 26 de febrero, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobaba unánimemente la Resolución 1970, impulsada por Francia y Gran Bretaña. Cabe recordar que en aquel momento, el régimen del coronel Gadafi parecía tener los días contados (como ya había pasado con Mubarak y Ben Ali) ante el avance de las fuerzas rebeldes.
Mientras el conflicto iba desarrollándose, los países impulsores de la resolución no se quedaron de brazos cruzados y tomaron distintas iniciativas. Estados Unidos envió barcos a la zona para apoyar posibles acciones de mayor calado y David Cameron ordenó a sus militares estudiar las implicaciones de una posible zona de no exclusión. Pero a principios de marzo, cuando el curso de la guerra cambió y la iniciativa pasó al bando de los leales al régimen, Francia y Reino Unido comenzaron a mostrarse cada vez más partidarios de una intervención militar.
La resolución que había sido aprobada anteriormente no daba cobertura legal para la deseada intervención militar, por lo tanto, si Francia y Gran Bretaña querían llevar a cabo dicha operación tenían dos opciones: una intervención unilateral o una nueva resolución del Consejo de Seguridad que dotase a estas intenciones de legitimidad y cobertura legal. Como la primera opción conllevaba unos costes políticos y de imagen considerables, los servicios diplomáticos francés e inglés intentaron que Estados Unidos, que se mostraba dubitativo (hay que señalar que Muamar el Gadafi había brindado a los norteamericanos un importante apoyo en su lucha contra el terrorismo), se sumase a la causa. Así pues, una vez conseguido esto, los tres países emprendieron una intensa labor diplomática para lograr recabar todos los apoyos posibles para su campaña. El 13 de marzo, los tres países presentaron ante el Consejo de Seguridad una propuesta “que iba más allá de la zona de exclusión negociada con sus aliados”. Sin embargo, la resolución que se aprobó cuatro días más tarde no recogía las intenciones esperadas por los impulsores. Las arduas labores diplomáticas no consiguieron el apoyo necesario y para que la resolución saliese adelante se tuvo que negociar una modificación de la propuesta que implicaba limitar la intervención militar y renunciar a cualquier futura ocupación de terreno libio.
Finalmente, el Consejo de Naciones Unidas aprobó la propuesta sobre la base del principio de “Responsabilidad de Proteger”, aprobado en 2005 por la ONU para actuar ante casos de genocidio, crímenes de guerra, limpiezas étnicas y crímenes contra la humanidad. La Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, contemplaba, entre otras cosas, un alto el fuego, solucionar el conflicto por la vía diplomática y una zona de exclusión aérea con el fin de proteger a la población civil de posibles ataques. En ningún momento la intervención debía dar pie a la ocupación de territorio soberano libio o a la utilización de “todos los medios disponibles” para cualquier fin que no fuese la protección de la población civil o facilitar la llegada de asistencia humanitaria. El entorno de apoyo generado por el visto bueno de la Liga Árabe y la Unión Africana a la zona de exclusión aérea fue determinante a la hora de que Rusia y China decidieran renunciar al veto y se unieran a la abstención junto con Alemania, Brasil e India.
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La aprobación de estas organizaciones internacionales era decisiva para que el proyecto saliese adelante; primero, por la necesidad de compartir responsabilidades (varios miembros de la Liga Árabe participaron en la coalición internacional), y segundo, porque era necesario evitar a toda costa que el mundo árabe interpretase la intervención como una nueva cruzada de Occidente contra el mundo musulmán. De esta manera, el 19 de marzo, una coalición internacional liderada por Estados Unidos desde su mando militar en África, AFRICOM, iniciaba la “Operación Odisea del Amanecer” con los primeros bombardeos sobre objetivos antiaéreos libios. Finalmente, el mando de las operaciones militares se transferiría a la OTAN en el marco de la “Operación Protector Unificado”.
¿Por qué se intervino?
Numerosos analistas coinciden en que las potencias occidentales se extralimitaron al utilizar la resolución para revertir la situación y decantar el conflicto a favor de los rebeldes. En varias ocasiones, países como China o Rusia, así como numerosas organizaciones internacionales denunciaron la extralimitación en las acciones militares de los países que protagonizaron los bombardeos. Un ejemplo de este uso parcial de la organización atlántica con el fin de decantar la guerra a favor de los rebeldes fueron los continuos bombardeos de la OTAN todas las noches, entre once de la noche y las cinco de la mañana, sobre edificios bajo control de las tropas gubernamentales en el centro de la localidad de Sirte, causando un alto número de víctimas civiles.
El seguimiento de los acontecimientos en el escenario internacional y, sobre todo, la manera en que se desarrolló la operación ha suscitado un intenso debate sobre las razones que, más allá del manido recurso a la defensa de los derechos humanos, condujeron a la intervención.
La diplomacia francesa: búsqueda de la hegemonía en el Mediterráneo
La diplomacia francesa ha presentado una política reactiva en el contexto de las primaveras árabes. Desde la llegada al poder por parte de Nicolás Sarkozy, tuvo lugar una pronta normalización de las relaciones de Francia con Libia. París buscaba crear las condiciones adecuadas para impulsar su proyecto, la Unión para el Mediterráneo (UpM), que el presidente galo había concebido como su gran proyecto personal, un plan a la vez ideado para rediseñar la política europea en el Mediterráneo y otorgar a Francia una posición destacada de liderazgo acorde a su estatus de potencia regional.
Dentro de este marco que buscaba reconfigurar las relaciones euromediterráneas, el liderazgo individual se convirtió en una herramienta frecuente en busca del fin político, lo que derivó en una actitud de marcada unilateralidad, una política que algunos autores han tachado de oportunista y concebida principalmente en términos de realpolitik. Sólo de este modo se podría comprender el inicial apoyo que el país galo mostró a los presidentes de Túnez y Egipto (país que compartía con Francia la copresidencia de la UpM). Una actitud interpretada posteriormente como una mera muestra de respaldo política a líderes aliados tradicionales. Sin embargo, la precoz caída de estos autócratas en el poder obligó a Sarkozy a dar un giro rápido a su política en la región. Quizás, también de esta manera, se pueda entender que el 11 de marzo Francia, a la que pocas horas después se unió Reino Unido, se convirtió en el primer país en reconocer al CNT como legítimo representante de los libios. Se trata nuevamente de un acto de marcada unilateralidad política, pues se adoptó pocos días antes de que el Consejo Europeo se reuniese con urgencia para acordar una política común en la zona.
Siguiendo esta argumentación, hay quienes afirman que Sarkozy se mostraba partidario de la intervención militar en Libia para demostrar la decidida actitud de Francia frente a la dubitativa política de la Unión Europea; una decisión que buscaba, por un lado, recuperar la imagen dañada tras el traspiés que sufrió la diplomacia francesa con las revueltas de Egipto y Túnez y, por otro lado, recuperar el lugar destacado que le correspondía a Francia en el eje de las relaciones euromediterráneas.
La difícil situación post conflicto
Es significativo observar el orden cronológico en el que se suceden los acontecimientos. Si prestamos atención a la situación militar del momento, en los días inmediatamente anteriores a la aprobación de la resolución, todos los indicios parecían apuntar a una inminente recuperación por parte de Gadafi y sus leales. Hasta el momento, y por lo que se vio posteriormente a lo largo del desarrollo de la contienda, las tropas rebeldes no se caracterizaron por su buena organización y no mostraron apenas puntos fuertes. En el lado opuesto, se encontraban las fuerzas afines a Gadafi. Se trataba de tropas que contaban con una mayor preparación militar, no mostraban la desorganización característica de los opositores y por último, y más importante de todo, contaban con una clara superioridad de carros de combate y con casi el control total de las fuerzas aéreas; a todo esto hay que sumarle la llegada de soldados mercenarios extranjeros que se unieron a filas.
En un artículo publicado por Félix Arteaga para el Instituto Elcano, se señala que pese a todas las aparentes ventajas con las que disponían las fuerzas gubernamentales, ninguno de los dos bandos contaba aparentemente con los medios necesarios para derrotar al enemigo a través de una ofensiva definitiva. Además cabe añadir dos factores: cada facción disponía de los recursos necesarios para garantizar su supervivencia en medio plazo y la existencia de un espacio geográfico que separaba a los dos bandos cubierto por una franja desértica, lo que aumenta la disuasión a la hora de lanzar una acometida importante.
De este modo, nos encontramos ante una coyuntura en la que la posibilidad de que el conflicto derivase en una guerra civil prolongada aumentaba. Por si todo esto pareciese poco, hay otra dimensión a tener en cuenta, y es que Libia comparte frontera con Túnez y Egipto, por lo que no cuesta mucho esfuerzo imaginar el considerable efecto desestabilizador que tendría el país en una región en el que las primaveras árabes se encontraban en su punto álgido. Por lo tanto, ciertos autores consideran que todos estos elementos constituyen la principal razón para explicar la intervención occidental en el conflicto. Siguiendo esta lógica argumental se puede intuir el difícil panorama diplomático que se les presentaría a los líderes que desde el inicio de las revueltas habían criticado al mandatario libio, satanizándolo y tachándolo de dictador y genocida. La victoria de Gadafi se tornaba indeseable. Así pues, se ha interpretar la aprobación por unanimidad de la Resolución 1970 como la condena de la comunidad internacional a la represión del régimen en un momento en el que todo parecía indicar que la situación se saldaría más pronto que tarde con la caída del dictador, como sucedió con sus homólogos en Túnez y Egipto. Sin embargo a medida que avanzaba y se consolidaba el conflicto, las expectativas se recrudecieron y sólo una intervención militar podía conseguir resultados decisivos.
El eterno debate del petróleo
No podía faltar una de las ideas más argüidas a la hora de analizar un fenómeno de esta magnitud. La importancia de este recurso energético en la economía de cualquier país es decisiva, pero lo es todavía más si cabe en los países productores de petróleo y en sus principales demandantes, como es el caso que nos ocupa. De ahí que esta cuestión se haya convertido casi en un lema universal: “Estados Unidos interviene donde hay petróleo”.
Libia es (o era más bien) el cuarto mayor productor de petróleo de África, produce más de un millón de barriles diarios y posee una de las mayores reservas petrolíferas de todo el mundo. Desde que se iniciase el proceso privatizador en el sector, las principales empresas extranjeras ubicadas en el país son europeas: British Petroleum, británica; Total, francesa; y ENI, italiana. Así pues, ante los ojos más escépticos de la versión oficial, el conflicto se presentaría como una valiosa oportunidad para asegurar un mayor acceso a estos preciados recursos energéticos ante la posibilidad de que, como anunciara el coronel en una conferencia en 2009, Libia cerrase el grifo a la inversión occidental e iniciase un proceso de apertura para el acceso y la explotación ante países de creciente demanda como China, Rusia o Brasil. Suponiendo que la intervención occidental vino motivada por esta razón ¿por qué Alemania, que importa más petróleo que Reino Unido y Francia se abstuvo en la votación de la resolución? ¿Por qué Italia, el país que hasta el momento importaba más crudo desde Libia, se conformó con desempeñar un papel secundario en la intervención?
Además, Estados Unidos importa una cantidad reducida de petróleo en comparación con sus socios europeos, y más aún si tenemos en cuenta la gran demanda del mercado estadounidense. Como respuesta, hay quienes señalan que precisamente por este motivo Estados Unidos es el principal interesado en intervenir, pues de esta forma la intervención ofrecería la capacidad para derrocar a Gadafi y sus políticas que durante todos estos años han estado favoreciendo a las petroleras europeas en detrimento de las norteamericanas. Pero si esto es así, ¿por qué iban entonces a apoyar la intervención británicos y franceses?
Finalmente, hay que tener en cuenta una serie de consideraciones. Libia exportaba a Brasil y China un 13% de su producción. Una producción que desde 2011 se ha visto enormemente mermada precisamente por el desarrollo de la guerra civil, que ha socavado los pilares del Estado libio, y la intervención extranjera. ¿Tiene sentido tomar parte activa en un conflicto que está minando la capacidad productora nacional? Además, la mayoría de los ingresos que obtenía el Estado libio provenía de la venta de petróleo, ¿es necesario intervenir para obligarlos a vender? Por último, no hay que olvidar los altos costes económicos que conlleva una operación de estas dimensiones.
La guerra civil libia se dio por terminada con la muerte del coronel Gadafi y la toma de los últimos bastiones gubernamentales, sin embargo, la oposición no consiguió hacerse con el control del país y establecer la necesitada estabilidad para iniciar la reconstrucción nacional. Hoy Libia vive sumida en continuos conflictos violentos y las expectativas de resolver la situación parecen lejanas. En 2011, Libia planteó un reto a la comunidad internacional que se saldó con una actuación sustancialmente diferente al caso egipcio y tunecino. Identificar las razones que motivaron la participación y diseccionar el proceso de toma de decisiones es una tarea tan compleja como controvertida de realizar.