Miguel Ángel Moratinos, diplomático de profesión –nunca he entendido eso de diplomático de carrera- ocupó el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación durante 6 años en un gobierno que reservó a la política exterior un lugar muy importante en su programa. Durante las elecciones de 2004, la Guerra de Iraq y el apoyo del anterior ejecutivo a la invasión estadounidense provocaron que la política exterior fuera objeto de debate público. Las tesis dualistas a las que unas elecciones nos tienen acostumbrados llevó a presentar el diálogo en términos de Europa (PSOE) contra Estados Unidos (PP) o, si se prefiere, Multilateralismo contra Unilateralismo hegemónico. La victoria socialista en Marzo de 2004 llevó a Moratinos desde su puesto de enviado especial de la diplomacia europea en Palestina a un Ministerio en el que se puso mucho músculo político.
Sin embargo, la tan vanagloriada experiencia de Moratinos en el campo de la política internacional no evitó grandes fallos diplomáticos, como las declaraciones de Bernardino León ante la nacionalización del petróleo boliviano en 2006, o grandes muestras de diplomacia fallida, como la tan anunciada Alianza de civilizaciones, de la que Tariq Ali dijo, cuando le invitaron a participar, que si queríamos montar un foro donde líderes mundiales se reunieran para intentar solucionar los problemas dialogadamente, ya teníamos Naciones Unidas. Todos estos errores provocaron dos cosas. Por el lado político, fundamentado en un supuesto acuerdo anterior a la formación del gobierno, se aseguraba que Moratinos sólo estaría una legislatura como máximo. Por el lado jocoso, los propios compañeros de partido comenzaron a tildar al Ministro como “Desatinos”, en alusión a su apellido y a los fallos del Ministerio.
Sea como fuere, Moratinos ha logrado aguantar -o le han logrado convencer- durante 6 años en un Gobierno que ha pasado de querer hablar de política exterior a utilizarla como escudo de prestigio del líder. Todo hasta la semana pasada, en la que Trinidad Jiménez se ha hecho con el Ministerio.
La nueva Ministra de Asuntos Exteriores y Cooperación viene con la vitola de ser una experta en Relaciones Internacionales. Perteneciente al grupo de Zapatero desde antes de que éste fuera Secretario General del PSOE, Jiménez ostentó el cargo de responsable de relaciones internacionales para dicho partido y todo apuntaba a que se convertiría en Ministra del ramo en caso de ganar en 2004 las elecciones. Sin embargo, la imagen pública de un Moratinos sabiéndose mover en el escenario de Oriente Medio y la necesidad de darla a conocer entre el público político general en España, provocaron que Jiménez fuera designada por Zapatero para combatir el Ayuntamiento de Madrid al líder del Partido Popular Alberto Ruiz Gallardón.
En la municipalidad madrileña Jiménez aguantó sólo tres años en los que casi no se la vio pisando el suelo de las estancias municipales. Apenas apareció para los debates anuales sobre la ciudad, llegando Gallardón a avergonzarla al replicar su discurso con un sencillo pásese por las Juntas Municipales y entonces podrá opinar con criterio.
En 2006 su nombre volvió a sonar como ministeriable por exteriores. Ya era conocida por el público en general a costa de sacrificar el Ayuntamiento de Madrid, y Moratinos parecía haber cumplido su ciclo. Sin embargo, Moratinos aguantó en el Ministerio y a Jiménez le crearon un puesto a imagen y semejanza de ella: la Secretaría de Estado para América Latina. Antes de ser responsable de relaciones internacionales del PSOE, Jiménez había desempeñado el cargo de responsable de relaciones con América Latina. Su puesto en el Ministerio venía a replicar su labor dentro del partido y, se pensaba, sería la antesala para alcanzar una cartera de gobierno. En 2008, tras las nuevas elecciones ganadas por el PSOE, Jiménez se volvió a quedar sin su premio gordo, aunque le tocó otro en suerte.
Nombrada Ministra de Sanidad y Política Social en un gobierno que había tomado por bandera la elaboración de políticas sociales en tiempos de crisis. Sin embargo, este Ministerio era un premio menor, vivía a la sombra de una Moncloa que aparentaba querer ser líder en asuntos sociales y, por tanto, Jiménez sólo se quedaba con la Sanidad como punto fuerte de su Ministerio.
Podría haber liderado cambios en un sector en crisis, donde la amenaza de la privatización encubierta ensombrece a diversas comunidades, como la de Madrid. Sin embargo Trinidad Jiménez se decidió por crear su propia crisis: la de la Gripe A o Gripe Nueva. Durante semanas y semanas, ahora hace un año, Jiménez realizaba ruedas de prensa, comités de coordinación autonómicos y reuniones interministeriales. Todo a la luz de las cámaras para que se comprobara su capacidad de gestión en tiempos de crisis, para que el miedo a una gripe que nos mataría a todos camuflara el miedo a una crisis que nos dejaba a todos en el paro. Y así, poco a poco, Trinidad se iba haciendo un hueco en los hogares españoles. El que luego la gripe no viniera, que no fuera la tan esperada epidemia que acabara con amenazara con acabar con la civilización occidental, no se le puede achacar a ella. Ella hizo todo lo posible para dar aire a una crisis inventada sólo por el precio de ganar relevancia pública.
Y la jugada parece haberle salido bien. En la remodelación de gobierno de la semana pasada, donde los menos fieles del PSOE se han caído, ella ha ascendido. Por fin ha conquistado su tan ansiado Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, no sin antes volver a recibir un varapalo en Madrid. De su gestión del nuevo cargo cabrían esperar muchas cosas.
Cabría esperar que liderara, por fin, una política agresiva de la Unión Europea contra las violaciones de Derechos Humanos que se producen día sí, día también en nuestro vecino Marruecos. Cabría que asumiera la responsabilidad de proteger a quienes no hace tanto eran ciudadanos españoles, con DNI y todo, y obligara a la diplomacia europea a que se implicara en la resolución del conflicto del Sahara Occidental. Cabría esperar que sancionara a las empresas españolas que obtienen beneficios con la dictadura de Obiang, que apoyara a la oposición democrática guineana. Cabría que pusiera orden en la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, estableciendo un programa adecuado y serio de recursos humanos y cancelara los privilegios del cuerpo diplomático en dicha agencia.
Cabría esperar muchas cosas como estas y otras más de alguien que afirma ser experta en relaciones internacionales y que sabe gestionar crisis. Sin embargo, lo que nos tememos es que Jiménez se invente espacios y crisis para poder destacar en los medios. Que utilice el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación tal y como utilizó el Ministerio de Sanidad y Política Social, para aumentar el prestigio personal a través de la agenda ministerial, que deje los problemas estructurales sin resolver y que, por tanto, la política exterior vuelva al lugar secundario que tenía hasta hace 6 años en el debate político español.
Hoy Jiménez debuta como Ministra del ramo en una reunión de Ministros de Exteriores de la Unión Europea. La principal cuestión a tratar será las relaciones europeas con Cuba, sobre las que Moratinos había realizado gestiones para comenzar la gestión internacional de la transición cubana. Y desde aquí, viendo los antecedentes, ya nos parecería un éxito que la Unión Europea no declarase tras la reunión de hoy una guerra contra Cuba.