La bella HelenaEl 11 de junio de 1184 a. de C, según los cálculos de Eratóstenes, sería la fecha de finalización de la Guerra de Troya y su saqueo y destrucción por parte de los aqueos. Una guerra bien antigua. Y los motivos, los de siempre, económicos y estratégicos, dominar una zona de paso vital para el comercio y las comunicaciones, aunque la leyenda disfrazara las causas con algo menos prosaico y más romántico como era el amor desgraciado entre dos jóvenes de lugares alejados, la bella Helena, la espartana casada con Menelao, y el caprichoso Paris, hijo de Príamo, rey de Troya. Fue la diosa Afrodita la que empezó a liar el asunto ya que había prometido al príncipe troyano el amor de la mujer más bella del mundo, un premio por haber fallado a su favor en el concurso donde debía elegir a la diosa más agraciada, entre tres. Y las otras dos, las no elegidas, fueron Hera y Atenea, con lo que se granjeó la enemistad de estas. Algo que le costará muy caro a Paris. Cuando Paris viajó a Esparta, a pesar de la hospitalidad recibida por Menelao, sedujo y secuestró a Helena. Los amantes huyeron juntos a Troya. Y después vino el asedio de la ciudad por parte de los aqueos, unidos ante el agravio que el niñato había originado. Ardió Troya. De ello se encargó convenientemente Atenea quien, resentida por el rechazo del hijo de Príamo, se posicionó a favor de los aqueos. Fue ella la que mandó a las serpientes para que acabasen con Laocoonte y sus hijos porque el sacerdote de Apolo iba a dar el chivatazo con lo del caballo que, más que un presente a los dioses era un regalo envenenado, con la barriga repleta de aqueos dispuestos a abrir a sus compatriotas aquella noche fatídica las puertas de la ciudad.