Revista Arte

La guía entre las oscuridades del abismo, la seducción más salvadora y entusiasta.

Por Artepoesia
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Las cárites fueron tres hijas de Zeus. Representaban en la antigua Grecia de los dioses y las ninfas la Belleza, la Juventud y el Esplendor. También todo lo alegre o amable de la vida, además de la creatividad y la expresividad más convincente ante los dioses y ante los hombres. Su madre, Eurinome, era tan hermosa que ellas obtuvieron así sus gracias. Tenían tan hermosas mejillas, resplandecían tanto sus ojos, que de sus párpados brotaría ese tipo de amor que aflojaría ya los miembros de aquellos cuantos las mirasen. Eran diosas benéficas, mediadoras ante los dioses e inspiradoras también del ingenio para las Artes. Se las relacionaba con Hermes, el dios de la oratoria poderosa. Por esto los griegos representarían a aquéllas con éste, como si los discursos necesitaran ahora de lo agradable, lo seductor y lo ingenioso.
Ante la entrada de la antigua Acrópolis ateniense, se situaría un relieve que indicaba cinco figuras juntas y caminando. El primero era Hermes, al que seguían las tres gracias o cárites. Pero tras éstas -cogido de la mano de una de ellas- va un pequeño dios. Este es Yaco, que en la procesión de los misterios de Eleusis se dirige hacia el abismo con una antorcha en su mano. Aquí la antorcha son las tres cárites. Yaco es la estrella que porta la luz de los misterios oscuros. Se ha identificado a este pequeño dios con Dionisos. Cuando éste era tomado por los sacerdotes de su santuario en Atenas para ser llevado hasta Eleusis, debía pasar necesariamente la comitiva por el río Cefiso. Este río, cerca de Delfos, estaba consagrado a las tres Gracias, las cuales tenían sus propias celebraciones o caricias -de cárites-, y que serían llamadas también día de Gracias -acción de gracias.
Los misterios ocultos de Eleusis estaban basados en la leyenda de Deméter. Cuando la hija de esta diosa, Perséfone, fue raptada por el dios del inframundo -Hades- y llevada a los infiernos, el equilibrio de la Tierra se dejó sentir. La diosa Deméter era la potestad fértil de la Naturaleza. Ante la búsqueda de su hija, abandonó sus vitales labores. La situación no podía durar mucho, ya que la vida no soportaría tanto tiempo sin su intervención. Se helaría todo, nada renacería ante la ausencia de la cálida y vivificante Deméter. Al final pudo reunirse con Perséfone, y convencer a Hades de regresar a la vida. Pero, no podría estar fuera mucho tiempo, ésta habría tomado ya algunas semillas del fruto de la granada que Hades le ofreciera. Aquel que lo hubiese comido no podría regresar totalmente. Así que se llegó al acuerdo de volver a la vida sólo una estación de las cuatro de cada año.
En la representación dramática de los misterios habría que acudir a un símbolo radiante, iluminador y creativo. Que pudiese dirigir además el trayecto, pero que, también, tuviese la virtud de la elocuencia más convincente, la más amable, seductora y vital. Estos eran los logros que sólo las tres gracias podían ahora celebrar. Por eso eran ellas las que, con su belleza, alegría, festividad, seducción y miradas, fuesen las únicas que los dioses benevolentes podrían ahora enviar a la divinidad profunda e intransigente del hades, para poder auxiliar así con su inspiración.
Años después, cuando Roma reabsorbiera la mitología griega, transformaría el sentido de las graciosas diosas radicalmente. Ellos fueron quienes cambiaron cárites por gracias. Y ellos fueron quienes dejaron de representarlas como un sólo concepto -renacimiento, esplendor armonioso- vertido en tres figuras, para hacer de ellas tres conceptos femeninos distintos y más acordes con una esencia social más tradicional. Acabaron siendo para los romanos ahora Castitas, Pulchritude y Voluptas: la Virgen, la Esposa y la Amante. Así fueron imaginadas por los artistas romanos y luego, mucho más tarde, por los pintores a partir del Renacimiento. Entonces fueron representadas desnudas las tres, abrazadas o tomadas de la mano, unidas bajo un halo de mutua protección. Dos mirarían ahora en una dirección, la tercera miraría, sin embargo, en la contraria. De este modo se simbolizaría, quizá, el desequilibrio estable más esclarecedor y que sirviera ya posteriormente para asentar así, definitivamente, las bases de una tradicional y decisiva sociedad matrimonial.
(Óleo de Lucas Cranach el Viejo, Las tres Gracias, 1531, Museo del Louvre; Pintura Las tres gracias, 1794, del pintor francés neoclásico Jean-Baptiste Regnault, Museo del Louvre; Escultura clásica griega, Las tres Gracias, Museo del Louvre; Fresco romano, Las tres gracias, Pompeya, Italia; Relieve Hermes y las Cárites, siglo V a.C., Museo de la Acrópolis, Atenas; Fotografía artística del chileno Rodrigo Núñez, Las tres gracias, actual, Chile.)

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