Pese a todas las previsiones, noticias y avisos del funcionamiento de los aeropuertos internacionales en estas fechas tan dadas a sufrir retrasos y cancelaciones y agravado por la crisis del covid, el vuelo transoceánico Madrid - La Habana salió con una puntualidad que ya les gustaría para ellos a muchos suizos. Y si añadimos que la duración fue menor a la anunciada en un principio, nuestra llegada a Cuba fue como un reloj.
El caos caribeño en el control de pasaportes y en la recogida de maletas lució por su ausencia y en menos de una hora estábamos de camino en taxi (25€ el trayecto, en taxi amarillo) a lo que iba a ser nuestra casa en la capital cubana, Casa Roly, a pocos metros del Capitolio.
Nos recibieron con un refrescante zumo de guayaba, en una sencilla y austera habitación pero limpia y fresca.
Tras dejar las maletas e instalarnos, salimos a comprar unas botella de agua y a cenar algo sin alejarnos demasiado. Compramos unas pizzas para comérnoslas en el patio de Casa Roly. Podríamos llamarlas pizzas como podríamos haberlas llamado, no sé, se me ocurre ¿suela de zapatos? ¡Por favor, qué cosa más mala! Pero a juzgar por las largas colas del establecimiento, ese sabor a "no sabría describirlo" triunfaba entre los locales.
Después de una refrescante ducha nuestro cuerpo y mente, sumidos en un profundo jet lag, nos pidió dormir del tirón hasta la mañana siguiente.
Roly y su mujer nos prepararon un copioso desayuno a base de fruta fresca, tortitas, huevo frito, zumo natural y café. Sabíamos del extremo desabastecimiento que está viviendo el pueblo cubano en estos momentos agravado por la unificación de la moneda nacional y por el cierre del turismo por el covid, así que el plato combinado que nos ofrecieron por 5€ era puro lujo.
La ubicación de la casa fue, también, otra de las cosas a tener en cuenta, ya que se encuentra a tan solo una calle del Capitolio y del Parque Central, en pleno centro de La Habana, zona turística que contrasta con las calles adyacentes bulliciosas y destartaladas.
La arboleda y sombreada plaza está rodeada de emblemáticos hoteles y edificios, entre los que destaca el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el Hotel Inglaterra (el más antiguo de la ciudad) y el Capitolio.
El Capitolio Nacional es el edificio más ambicioso y grandioso de La Habana, construido con el boom del azúcar después de la I Guerra Mundial. Aunque recuerda al Capitolio de Washington es, en realidad, una construcción basada en el Panteón de París. Su reciente restauración lo hace destacar por encima de cualquier edificio de la ciudad.
Accedimos a La Habana Vieja por la plaza del Cristo. Esta zona de la ciudad está repleta de joyas arquitectónicas, alberga más de 900 edificios de importancia histórica que van desde el barroco hasta el art déco, la mayoría de ellos en un estado de decrepitud y de abandono que se te encoge el corazón. El patrimonio arquitectónico más grande de toda América sumido en un profundo deterioro.
A pesar de ello, el ambiente de sus calles, la amabilidad de su gente, la música que sale de cada rincón te atrapa y es imposible no caer rendida a sus pies.
En La Habana Vieja la actividad gira en torno a sus cuatro plazas principales: la plaza Vieja con una variada arquitectura y una amplia oferta de bares y restaurantes, la plaza de San Francisco de Asís mirando hacia el puerto de La Habana, la plaza de la Catedral con la cercana Bodeguita del Medio y la plaza de Armas enmarcada con el fuerte más antiguo de la ciudad y de casi toda América, el castillo de la Real Fuerza.
Perderse por sus laberínticas calles resulta inevitable y es aconsejable llevar un mapa ya que no podremos acudir a Google Maps en caso de necesidad.
Quizás no hay demasiados restaurantes dignos de mención pero no faltan locales para tomarse un mojito refrescante cargadito de vitamina R al son de un buen ritmo cubano en directo. Y para eso no hace falta ir ni a La Florida ni a la Bodeguita del Medio los locales más famosos de la ciudad pero no por ello los mejores.
Y no hay visita a La Habana que se precie sin un buen paseo por el Malecón al atardecer. El evocador paseo marítimo de La Habana, de 7 kilómetros de largo, es una de las avenidas más auténticas de la ciudad y que mejor representa la imagen de Cuba.
Tradicional punto de encuentro, es conocido como "el butacón más largo del mundo". Testigo de eternas conversaciones, se bate a muerte contra los efectos de la corrosión y la dejadez, sus majestuosos edificios se enfrentan a daños irreparables y a la demolición dejando paso a edificios de cadenas hoteleras internacionales que destruirán, sin duda alguna, el encanto y el patrimonio habanero.
A pesar de ser una ciudad totalmente segura, cuando anochece es mejor evitar ciertas zonas e ir con cuidado, las calles no están iluminadas y los primeros días puede impresionar un poco.
Aún así es interesante salir a cenar, tomar algún cóctel o ambas cosas en algunos de los locales de moda de La Habana Vieja que han proliferado en los últimos años gracias a la mayor libertad para abrir negocios. Uno de estos locales es El Dandy ubicado en una esquina de la plaza del Cristo. Un bar sin pretensiones, con un servicio amable y buenos tacos y nachos.
Cruzar La Habana hasta llegar a la plaza de la Revolución puede llegar a ser toda una aventura además de una oportunidad de verle la verdadera cara a la Cuba más auténtica y a la situación que se está viendo actualmente en el país caribeño. Largas colas para comprar los productos más básicos, para sacar dinero o para cualquier gestión administrativa en los edificios gubernamentales. Todo es esperar y llenarse de una paciencia que poco a poco va haciendo mella en unos habitantes que están llegando a su límite. Se respira en las calles, se respira en las conversaciones que tienen con los turistas. Lo que antes era miedo, en algunos casos, o tranquilidad por tener las necesidades básicas cubiertas, en otros, ahora es hartazgo e indignación. Ya nadie calla.
Rodeada de edificios grises y utilitarios, construidos a finales de los cincuenta, la plaza es hoy sede del gobierno cubano y lugar de celebración de grandes concentraciones políticas y famosos discursos interminables.
En el lado norte, en la fachada del edificio del Ministerio del Interior está el famoso mural del Che Guevara, en la del Ministerio de Telecomunicaciones el de Camilo Cienfuegos, dos personajes heroicos de la Revolución cubana que murieron en circunstancias un tanto extrañas, según explican algunas malas lenguas cubanas. No lo cuentan así los libros de historia ni las versiones oficiales.
La vuelta al centro puede ser un tanto dura con altas temperaturas pero siempre hay la opción de coger un taxi coco-loco que te acerque a la casa pasando por el emblemático Hotel Nacional, edificio histórico de estilo art déco y neoclásico que fue sede de una gran reunión de los gánster estadounidense en 1946.
Después de descansar un rato, ducharnos y comer un delicioso mango, tocó el gran momento turista: alquiler de un coche clásico descapotable para dar un paseo por La Habana. El precio hay que pactarlo y cerrarlo con anterioridad. Nosotros lo conseguimos por 50€ las dos horas, aunque nos lo llegaron a ofrecer por 140€ la hora, pero que nadie se venga arriba que es lo que suele pagar todo el mundo. El paseo lleva incluida una parada en "el mejor sitio de La Habana para tomarte un daiquiri", lugar que no tiene porque coincidir cada día y que, además, es probable que ni siquiera sea un buen lugar para tomarlo pero forma parte del engaño consentido por el que hay que pasar si queremos montar en alguno de los espectaculares coches que circulan por la ciudad.
Anochece en La Habana y, aunque se dice, hay buenos sitios para cenar, lo cierto es que cuesta encontrarlos principalmente porque no todos guardan los estándares de higiene europea. Pero como en cualquier lugar del mundo, pagando pueden encontrarse restaurantes de alta cocina. Un palacio algo destartalado, con estatuas y una majestuosa escalera da paso a uno de los restaurantes más legendarios de la ciudad, La Guarida. Con algunas sorpresas culinarias como el atún al azúcar de caña glaseado con coco, el pescado del día al estilo camainero o la tradicional ropa vieja, el restaurante sirvió de decorado para la película nominada al Oscar Fresa y Chocolate.