Sin más preámbulo que un hondo suspiro –mezcla de malestar y hastío-, Edgardo se despertó súbitamente envuelto en un sofocante y pegajoso sudor. Sentía muchísima sed; como si un volcán acabara de estallar en su estómago, corroyendo las viseras, para destilar luego, su milenario vapor a través de cada uno de sus poros. Cada fibra de su ser se estremecía sin pausa al compás de los silenciosos estertores que sacudían su alma. Temor?, Si, era eso. Pero, a qué? Alguna pesadilla?. Si esa era la causa, no lo recordaba.Se incorporó levemente y al hacerlo una tímida vocecilla en lo profundo de su cabeza –la cual, sin palabras hurgaba en sus miedos- dejo paso a una repentina picazón que tornó su cuerpo más nauseabundo. Sin embargo, la ignoró; la manipuló con tozudez, empujándola bien abajo –allí, donde toda representación de lo ficticio pierde importancia- y respiró hondo. Alargó su mano hacia la mesa de noche buscando el interruptor de la luz pero no lo encontró. Se estiró un poco mas y se dio cuenta que el velador no estaba allí. “Donde diablos esta el velador?” –pensó-. Y mascullando, abandonó el caos de sábanas húmedas tanteando en la absoluta oscuridad. Una vez de pie, dio unos pasos en línea recta hacia la pared. Sus manos recorrieron la montaña de ropa, abandonada en una silla estratégicamente ubicada bajo la ventana. “Debo arreglar todo esto” –pensó, con fastidio-, y giró hacia la izquierda para rodear la cama. Una vez situado entre la cama y el placard se percató que de el espacio entre ambos parecía más estrecho de lo normal. Como si los muebles se hubieran complotado en su contra y reducido los espacios; todo para que él se tropezara, o golpeara. Cuando estaba a punto de tocar el placard se detuvo. Tenia la sensación que algo zumbaba muy cerca de suyo… como si algo estuviera allí agazapado a la espera de tocar con sus fríos dedos, la mano de la incauta presa. “Esto es ridículo” –pensó- y sacudió su cabeza forzando a los irrisorios pensamientos a desaparecer. Sin embargo evito el placard.Atribuyéndole estas ideas y sensaciones al errático proceder de la mente cuando la oscuridad predomina, dio unos cuantos pasos hacia adelante. Se detuvo y alargó sus manos buscando la pared. Estas, describieron irregulares círculos en la espesa negrura que reinaba pacíficamente. En vano –y durante un indeterminado tiempo- continuó moviendo sus brazos en el aire. Parecía que la áspera superficie se rehusaba al encuentro con su piel. Nada. Como si la habitación hubiera extendido sus limites hasta los confines del universo, burlándose de aquel insignificante ser humano. En ese instante, se sintió muy pequeño, diminuto –como una solitaria hormiga perdida en una vasta planicie desértica- y una descabellada idea cruzo su mente: que tal si al estar inmerso en esa oscuridad había perdido el sentido de ubicación?. Que tal si en lugar de estar cerca del placard –con la cama a su espalda-, se encontraba en el rincón más próximo a la mesa de noche?. Eso significaba que una vez de pie frente a la ventana, había girado en la dirección contraria a la que debía. Eso significaba que la sensación de que algo lo acechaba, no provenía del placard, sino de su cama. Sería eso y no una pesadilla lo que lo despertó en primer lugar y al estar tan dormido no fue capaz de detectar?. “No… no... Eso es imposible” –pensó-. “Me puse de pie, di unos pasos y toqué la ropa. Luego gire a la izquierda y estuve frente al placard!” –dijo por primera vez en voz alta-. Sacudió la cabeza lleno de rabia y el tic nervioso en su ojo derecho hizo acto de presencia. Pero por mucho que el enojo y racionalidad dominaban su mente, la duda ya había afianzado sus garras y el tiempo –su secuaz inseparable- había detenido su marcha. Mientras Edgardo permanecía de pie, arrancado sin misericordia de la normalidad y luchando por recapitular cada paso desde aquel borrascoso momento en el cual se había despertado, un casi imperceptible jadeo llenó la estancia y lo catapultó fuera de sus pensamientos. Su corazón dio un vuelco y su estomago se anudó al tiempo que el acre sabor de las bilis ascendía rápidamente por su garganta. No hubo tiempo para buscar respuestas, ya que el instinto tomó el control y actuó por él. Dos pasos hacia el frente fueron mas que suficientes para arrojarlo de bruces contra la puerta. Sus manos –despojadas ya de toda naturalidad y humanidad en el movimiento- recorrieron rápidamente la superficie en busca del picaporte. Al hallarlo, lo giró y estupefacto descubrió que la puerta no se abría. El jadeo –que al comienzo había sido muy bajo- resonaba ahora brutalmente a su alrededor, erizando su piel y contrayendo cada uno de sus músculos. Inmerso en ese mundo de horrores, comenzó a tirar del picaporte con violencia. Nada. Una fuerza sobrenatural mantenía la puerta cerrada y a él preso de la irracionalidad que allí reinaba. Ya no pretendía descubrir que sucedía –ya que la supervivencia primaba en su cabeza-, y la mera idea de darse vuelta estaba descartada. “Algo” ahora, se arrastraba a su espalda. Lo sabía. Un “algo” demasiado vago como para describirlo pero dueño de una presencia tan irrefutable como el terror que invadía su alma; un “algo que desde hacía tiempo intentaba apoderarse de él.De pronto el jadeo desapareció. El silencio que precedió fue tan profundo que penetró en sus oídos, causándole un momentáneo adormecimiento. Sus piernas flaquearon y tuvo que soltar el picaporte y apoyar las manos en la puerta para evitar la perdida del equilibrio. Unos instantes después, comenzó a sentirse aliviado. Ya no escuchaba nada y parecía que todo volvía a la normalidad. “Habrá terminado?. “Se habrá dado por vencido?” –se preguntó esbozando una tímida sonrisa-. Se incorporó y sacudiendo los brazos dejó escapar un poco de la tensión que se había instalado en sus músculos. Justo cuando creyó que podría recobrar la compostura y el control de la realidad, un fétido olor se coló por su nariz. Su rostro se contrajo y evitando a toda costa vomitar, trató de respirar por la boca. “Que esta sucediendo?!!!” –gritó aún sabiendo que se encontraba solo-. En medio de otra ola de terror, una ínfima luz de cordura se abrió paso y le advirtió que debía calmarse, respirar –aún en ese asqueroso olor- y tratar de encontrar la explicación racional a todo… o una solución Aún cuando todas las variables lo llevaran a un camino que no quería afrontar: Ese “algo” que se arrastraba en la oscuridad, que respiraba como un moribundo y que lo envolvía en su fétido aliento quería apoderarse de él y tomar control de su vida. Entonces, tomó una gran bocanada de aire y se dio vuelta para hacerle frente de una vez por todas. No necesitó de sus ojos para saber que “eso” estaba justo frente a él, ya que podía sentir los movimientos en el aire. Al ser consciente del inminente contacto, toda resolución de enfrentarlo se desvaneció en el instante y girando sobre sus talones arremetió contra la puerta como un animal salvaje. Los insistentes golpes propinados en la madera y los alaridos que emergían de su garganta no alcanzaban a acallar la voz que ahora reverberaba entre las cuatro paredes: “Debes dejarte ir. Yo tomaré tu lugar y todo mejorará”. La desesperación por huir, por salvar su vida lo llevó a golpear la puerta con mas fuerza y salvajismo, y en vano clamando por piedad. Unos momentos después su mente colapsó y Edgardo se desplomó inconsciente.El chasquido en la cerradura al destrabarse y el chirrido de la puerta al abrirse, lo hicieron reaccionar. Abrió los ojos pero la luz fue tan brillante que lo encegueció. Le dolía cada centímetro del cuerpo pero sin embargo, este dolor era nada comparado con la lacerante punzada que atravesaba su cabeza. “Vaya noche, tuvo nuestro amigo” –le dijo el enfermero al medico mientras revisaba sus signos vitales-. “Si… otro de sus episodios. Sigue creyendo que un extraño ente quiere apoderarse de él.” –contestó el medico-.
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