LA HAMACA DE MI PADREMoisés Cayetano RosadoEn esta hamaca -ahora pintada de verde su estructura de madera y renovada la tela- se sentaba mi padre en las noches de verano. Llena de gente la puerta de mi casa: vecindad amigable, charladora, riente con chistes que subían de tono a medida que pasaban las horas; niños corredores, jaleantes; mucho ajetreo de los que se iban recogiendo, viniendo de la plaza…Mi padre primero la ponía en ángulo recto, sentándose a charlar. Luego la iba inclinando, hasta quedar casi tumbada, y desde esa postura se veía el espectáculo sereno de estrellas en lo alto, mientras que el bullicio seguía alrededor.Algunas veces yo también me sentaba. En sus piernas, cuando más pequeño. A ratos, solo, cuando él se levantaba, siendo ya algo mayor.La maniobra de cerrarla era como el broche final de la jornada, yéndonos a dormir, con la temperatura suavizada, muy entrada la noche.Ahora la tengo yo. En el campo. Como me siento poco al aire libre en el verano, pasan los años sin usarla. Pero está a buen resguardo, entre la sillería de jardín.He vuelto a ponerla sobre el césped (ella que tanto tiempo estuvo sobre las piedras de la calle, en la puerta, en el pueblo). Allí al lado están otros asientos que se usan a menudo: tumbonas, sillas, y esos columpios de mis nietos (más bien de mis dos nietas, pues los dos mayores ya van pasando de juegos infantiles).Cuatro generaciones ahora conviviendo: esa hamaca emigrada como tantos, con el recuerdo de mi padre; esas tumbonas, sillas, nuestras, de nuestros hijos, familiares de su edad y de la nuestra; esa juguetería de los más pequeños…Me he vuelto a tumbar en la hamaca. No es lo mismo: ni peor ni mejor, pero distinto.
Aunque arriba estén de noche aquellas estrellas de otro tiempo, abajo cambió el mundo.