Un cuarto de siglo después, convendría tal vez recordar que más del 80% de los equipamientos culturales y deportivos con los que hoy cuenta Madrid se hicieron en los 10 años de gestión municipal de la izquierda. Conquistó Tierno las calles para la cultura y para el arte, fomentó la participación ciudadana, convirtió Mercamadrid en un envidiable polo comercial, reforestó la M-30, impulsó los Recintos Feriales, reformó Mercados municipales y barrios, recuperó el Manzanares (ese aprendiz de río, que diría Quevedo) y puso en marcha un Plan de Saneamiento Integral para depurar el agua que hasta entonces se vertía sin tratar. Fue también el primero, y así lo ha admitido el propio Gallardón, “que comprendió que Madrid debía reencontrarse con su río y apostar por infraestructuras no agresivas”.
Ahí están también, como testigos mudos de su legado, obras e ideas, en una relación no exhaustiva, entre las que tampoco deben faltar el Plan 18000 para la construcción de vivienda social en régimen de cooperativa, el Pasillo Verde Ferroviario, el Planetario, el Campo de las Naciones, el Tanatorio de la M-30, el Auditorio, la Operación Atocha y los primeros pasos para desmontar el scalextric, la limitación del tráfico en el centro de Madrid y la regulación del aparcamiento mediante la ORA…
Todo esto, y mucho más, en apenas siete años de gestión. No es tiempo de nostalgia, pero para un socialismo madrileño huérfano de referentes, el legado redivivo de Tierno es algo más que una pauta para el futuro.