La herencia - Vigdis Hjorth

Publicado el 21 noviembre 2022 por Elpajaroverde

Lo primero que sé es que el padre de Bergljot ha muerto. Bergljot me lo dice en la primera frase de la novela que os traigo hoy, así que es lo primero que os cuento. Por entonces aún no sé que Bergljot se llama Bergljot. Lo descubriré más tarde. Sabré antes el nombre de sus tres hermanos: Bård, el primogénito, y Astrid y Åsa, las dos menores.

"Éramos cuatro hermanos, yo era la hija favorita". Así es como Bergljot comenzó a contar su historia o la historia de su familia (¿cuántas historias hay para una misma historia familiar?) durante mucho tiempo, así que supongo que podría haber comenzado así esta reseña. Hubiera podido comenzar así de no ser porque Bergljot se da cuenta de que siempre que ha comenzado así la historia (se) ha estado mintiendo. En todo caso, supongo que toda mentira tiene su parte de verdad, así como toda verdad tiene su parte de mentira. La que no creo mentir soy yo si digo que Bergljot se sintió la hija favorita durante una breve parte de su vida. Tampoco creo hacerlo si afirmo que durante muchos años se ha sentido una proscrita. Todo esto lo iré sabiendo poco a poco. Lo que sí sé enseguida es que fue Bergljot, que va por la cincuentena, quien se apartó de su familia hace ya más de veinte años (¿uno se aparta o lo apartan?).

Me voy haciendo preguntas, como podéis comprobar. Me voy preguntando sobre lo que voy sabiendo, sobre lo que Bergljot me va contando y sobre lo que me tarda en contar.

Son cuatro hermanos, pues. Ya os los he presentado. En el primer párrafo de esta entrada os he mencionado a Bergljot, por una parte; a Bård, el mayor y único varón, por otra; y, finalmente, a Astrid y Åsa. Tenemos, por tanto: una, uno y dos. En el segundo párrafo os he hablado de la des-favorita y de los otros tres. Tenemos uno y tres: la hermana apartada y los tres restantes. De esos tres, Astrid y Åsa permanecen más cercanas a los padres, mientras que Bård, sin haberse apartado del todo como Berglojt, se mantiene a cierta distancia: nuevamente una, uno y dos.

Hay una herencia, lógicamente, pues así se titula esta novela; eso también lo sé enseguida. Hay una herencia que crea conflictos incluso antes de morir el padre. Bård siente que el testamento del padre favorece a Astrid y Åsa (¿los conflictos por las herencias son solo interesados y económicos o sentimos que si heredamos menos es que nos quieren menos o que si heredamos más es porque lo merecemos más?). Si Bergljot apoya la postura de Bård, el una, uno, dos pasa a convertirse en una más uno y dos, es decir, dos y dos: los dos hermanos mayores y las dos hermanas menores. Esta última puntualización importa y mucho, pues los hermanos comparten infancia pero por edad tienen vivencias distintas e incluso diferentes relaciones con los padres.

Dos y dos suena a dos bandos igualados en fuerzas. Hablar de bandos suena a hablar de guerra. Hay familias que son como un territorio en guerra. Hay guerras silenciosas, sutiles, sibilinas. Hay criminales de guerra y víctimas no reconocidas. Hay territorios ¿neutrales? (¿ignorar a las víctimas no es acaso una manera de posicionarse?) Hay naciones aliadas cuyas políticas responden más a mantener su status quo que a hacer justicia. Al igual que hace uno de los personajes de esta novela -que no pertenece a esta familia-, yo también intento "entender las guerras sin simplificar, [...], sin pensar en blanco y negro, bueno-malo, víctima-verdugo, como hacían ellos, como suele hacer la gente, [...]".

Son cuatro hermanos, que, evidentemente, no han nacido por generación espontánea. Han nacido de papá y mamá. Si papá y mamá se unen a uno de los dos bandos, entonces ya no tenemos dos y dos, sino dos y cuatro. La balanza se desequilibra, más aún teniendo en cuenta la ascendencia que suelen tener los padres sobre los hijos. De hecho, Berglojt se ve de la siguiente manera: "El titular de mi proceder en el mundo: "Atada a la infancia". Tenía más de cincuenta años, pero todavía sufría de ese miedo a la autoridad parental que tienen los niños. Que mis hermanos ya no sufrían".

En realidad, el bando original, el cual también ha tenido sus propias guerras internas, siempre ha estado formado por papá y mamá.

Voy a dejar que Berglojt os hable un poco de su madre. Sé que lo que sigue es algo largo, pero creo que merece la pena compartiros el fragmento casi íntegro, pues describe a la perfección una tipología de mujer que se daba con más frecuencia hace unos años pero que aún no ha expirado.

"Mi madre era una mujer guapa. De sus hermanos, mi madre era la más guapa. Los otros tenían otras cualidades, mi madre era guapa. Eso era lo que decían de mi madre, que era guapa. Ella sabía que era verdad, resulta difícil ignorar las expresiones objetivas de belleza. Mi madre tenía su identidad asociada a su belleza, apostaba todo a ella. Mi madre estaba bien torneada. Lo de torneada era una expresión de mi padre. La belleza y el estar bien torneada era la baza que mi madre tenía en la mano. Pero esa es la baza en la mano que una mujer perderá con toda seguridad, razón por la que no puede descansar. La joven guapa lo sabe cuando se fotografía a sí misma desnuda o semidesnuda porque está orgullosa de su cuerpo, y le duele y le atormenta ese hecho tan obvio para todo el mundo, que es algo perecedero, que lo que hace que sea observada, deseada, es algo que va a perder, ¿entonces qué? Es la angustia que les pesa a las mujeres guapas, y sobre todo a esa mujer guapa que no tiene mucho más que mostrar que esa belleza. No está a gusto. Mi madre no estaba a gusto. Mi madre era guapa, pero no tenía ninguna formación, ninguna experiencia, nada de dinero, mi madre era propiedad de mi padre, mi padre estaba orgulloso de su hermosa propiedad, mi madre brillaba, llena de angustia. Mi madre era inocente, en el sentido de falta de experiencia, e ingenua. Muchos hombres prefieren y se enamoran de mujeres ingenuas, mujeres sin experiencia, espontáneas, infantiles, que se enamoran fácilmente, que están llenas de admiración por ellos, afectuosas, entrañables, dependientes, que no utilizan la ironía, que no se contienen. Mi madre carecía de experiencia, era infantil y eligió seguir siendo infantil. Si mi madre hubiera elegido hacerse adulta, la realidad se le habría hecho infranqueable. Mi madre era como muchos hombres querían que fueran las mujeres entonces [...]. ¿Mi madre hizo una elección? Viajar con el viento, esperar lo mejor, no reaccionar, ¿es eso una elección? Ser como una niña y no saber demasiado. Intentar ser ligera, mantenerse en la superficie, ponerle al mal tiempo buena cara, hacer lo mejor que podía en ese lugar en el que al fin y al cabo se encontraba y del que sabía que no tendría fuerza para escapar, ya lo había intentado. [...] Mi madre era real, una mujer vulnerable y bien torneada mientras duró, eso no dura, se deteriora, aparecerán mujeres más jóvenes, más atractivas, ella misma podrá parirlas".

"Nuestro padre tenía miedo. El que no se atreve a temblar tiene mucho miedo y nuestro padre no se atrevía a temblar, no se atrevía a mostrar un signo de debilidad".

"Mi padre evitaba y temía a sus dos hijos mayores porque le recordaban su atrocidad".

"[...] mi padre odiaba a mi madre y a todas las mujeres porque esquivaban su control absoluto y porque las necesitaba horriblemente. Pobre papá".

"[...] mi padre estaba siempre al margen, mi padre estaría como yo, solo con su inmanejable equipaje".

"Quizá mi padre nunca fuera feliz después de aquello. Quizá mi padre nunca fuera feliz antes de aquello. Me habría gustado saber lo que vivió en su infancia, tal vez esperaba que se lo preguntara, pero no se lo pregunté, y ya era demasiado tarde".

Y ahora sobre el núcleo duro formado por papá y mamá:

"[...] ellos querían que todo causara buena impresión".

"Que mis padres preferían verme muerta a acercarse a mí, que me sacrificarían a costa de su honor".

"Decidieron juntos y sin palabras actuar como si nunca hubiese sucedido, lo ocultaron esperando quizá que no les costara su relación conmigo. O calcularon que la relación conmigo valía menos de lo que les hubiera costado haber entablado esa conversación sincera [...]".

Recapitulemos. Esto es lo que voy sabiendo a medida que leo este libro. Sé que el padre de Berglojt ha muerto. Sé que hay un testamento que reparte a partes iguales y a la vez desfavorece, que intenta contentar, acallar, pero no consigue ignorar la frontera entre ambos bandos. Sé que Berglojt se apartó de la familia hace años por algo que ocurrió en su infancia. Sé que el conflicto por la herencia entre los cuatro hermanos esconde algo más detrás. Sé que algo pasó. Sé que algo pasó. Sé que algo pasó. Berglojt vuelve a ello una y otra vez. Me pregunto, aun a sabiendas de que el dolor de cada uno es algo muy íntimo y personal y lo que lo causa es algo subjetivo, si lo que pasó justifica su acritud hacia gran parte de su familia y las vueltas que da acerca de la herencia. Me pregunto si me lo acabará contando. Llega un momento en el que alguna de las cosas que dice me alerta y levanta mis sospechas. Las confirmo hacia la mitad del libro.

La narración de Berglojt es obsesiva. Parece psicoanalizarse y psicoanalizar a los miembros de su familia. Destila culpabilidad, dolor, sufrimiento, falta de reconocimiento, también a veces empatía. Pero es eso: obsesiva, la narración de alguien que no ha superado ese algo, ese aquello. Me recuerda a Édouard Levé en por ese dar vueltas a lo mismo y a la Christine Angot de la segunda mitad de Un amor imposible por esa incapacidad de pasar página y ese reproche constante que transpira. Nótese -porque es revelador- que ambas novelas que acabo de citar contienen un fuerte componente autobiográfico. Más tarde, una reflexión que se hace Berglojt me hará acordarme de la novela de Anna Giurickovic . En este caso hablamos de ficción pura y dura, pero que me acuerde precisamente de esta lectura -por motivos que no creo conveniente revelar- me parece igualmente revelador.

La prosa de Vigdis Hjorth, autora de este libro, es repetitiva. Utiliza la repetición como un recurso narrativo. Habréis podido observar en el fragmento más arriba sobre la madre de su protagonista que la autora no evita la repetición de sintaxis en frases consecutivas y que entre el uso de sinónimos y la repetición de un mismo vocablo opta por lo segundo. Su estilo parece seco, frío, pero también nos regala bellas descripciones inspiradas por la gelidez del paisaje noruego y que incluso a veces se alían poética y metafóricamente con los sentimientos de Berglojt, tal y como ocurre en el fragmento que os dejo a continuación:

"Una oscuridad de esas que caen, una oscuridad de esas que flotan extendiéndose hasta dentro de los edificios y casas y se apodera de todo, no importa cuántas lámparas se enciendan, no importa cuántas velas se pongan en las mesas y en los alféizares, no importa cuántas antorchas se coloquen y se enciendan en las puertas de las tiendas, los centros comerciales y las entradas de las viviendas donde está a punto de celebrarse una fiesta navideña. Una oscuridad que no venía de arriba, del cielo, sino de abajo, de la tierra fría donde yacen los muertos pudriéndose solos en la oscuridad, una oscuridad que fluía con dureza de las negras y tiesas ramas de los helados y temblorosos árboles y de los pequeños y feos arbustos, una oscuridad llena de cuchillos, una oscuridad que cortaba con cuchillos el cuerpo y el alma, una oscuridad que no dejaba heridas visibles, sino tejidos nudosos de cicatrices que impedían que fluyeran la sangre, la linfa y los pensamientos, que picoteaba y se paraba, apiñándose en marañas tirantes e indisolubles".

Lo que sabré después de todo lo que voy sabiendo a lo largo de esta lectura es que La herencia es una novela que tiene un fuerte componente autobiográfico. La sinopsis lo deja caer al final de la misma, pero lo pasé por alto porque lo que me captó fue lo anterior a ese apunte. Parece ser que en Noruega, país natal de la autora y en el que se multipremió esta novela, esto causó un gran revuelo. La hermana de Vigdis Hjorth negó que la familia de La herencia fuese la suya y respondió con su propia novela.

No conozco la verdad de la hermana de la autora. Conozco la verdad de Vigdis Hjorth a través de la ficción que protagoniza y me cuenta Berglojt. Me gusta esa ficción. Su peculiar estilo al principio me extrañó, pero después me convenció. Me parecen sumamente interesantes todas las reflexiones que plantea y el análisis que hace de los diferentes personajes, de sus posicionamientos y de la situación. Soy consciente, no obstante, de que hay lectores a los que ese tono repetitivo y esa especie de obsesión por dar vueltas a lo mismo les puede lastrar una lectura que, por otra parte, por su preferencia por las frases cortas, se lee de manera muy ágil. La propia Berglojt reconoce su incapacidad para desanudar las ataduras de la infancia. Nadie puede evitar ser cómo es. Los bienes materiales no son lo único que se hereda.

"Mi padre era incapaz de dejar de ser como era, mi madre era incapaz de dejar de ser como era, Astrid era incapaz de dejar de ser como era, yo me parecía a ellos en que era incapaz de dejar de ser yo, de ser destrozada y de destrozar".

Me gusta La herencia porque me la creo. Nunca se me había ocurrido pensarlo, pero supongo que las lecturas que más me convencen son aquellas que más me creo, independientemente de que lo que me cuenten sea real o no. Me creo a Berglojt. Me creo a lo que de Vigdis Hjorth haya en Berglojt. A autora y personaje/narradora las avalan esas tres lecturas de las que me he acordado leyéndolas. Sé que esto es algo peregrino y que además no prueba absolutamente nada. Berglojt no tiene pruebas de aquello que pasó (¿una víctima sin pruebas puede ser reconocida fehacientemente como víctima?), pero yo la creo. Creo que ella es víctima y que los demás (ella incluida) son víctimas de sí mismos.

Esto es lo que he ido sabiendo y lo que sé, pero, en realidad, sigo sin saber. Entender sin simplificar implica no terminar nunca de saber. Aun así, respecto a la naturaleza humana, siento que salgo de esta lectura un poco más sabia.

"La desesperación de mi padre, mi culpa, no es fácil ser una persona".

No siempre es fácil convivir con la persona que se es. No siempre es fácil convivir con la persona que han hecho que se sea.

Traductoras: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo

Editoriales: Mármara ediciones y Nórdica libros

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