Cuando el tío amaneció acuchillado en el callejón del otro barrio, nadie se sorprendió.
— Algún usurero se habrá cansado de esperarlo —decían.
— Por fin mi hija va a levantar cabeza —replicaba el abuelo.
La tía, pobre, se quedó con la cabeza gacha porque en cuanto volvimos del entierro, comenzó a vomitar apuestas, billetes de lotería, barajas, dados. El abuelo se asustó.
— En cuanto se saque toda esa porquería de encima estará bien —lo tranquilizaron.
Se equivocaban porque después, entre arcadas cada vez mas dolorosas, despedía besos, cartas de amor, jazmines. Se puso muy flaquita. Y débil, apenas se le escuchaba la voz.
Ahora ya no habla y la última vez que fui al baño, salía ella tapándose la boca con un pañuelo. Lo escondió dentro del puño. Quiso disimular pero yo lo había visto: estaba lleno de sangre.
Texto: Patricia Nasello
Narración: Susana García Santamarina