La herida abierta

Publicado el 19 julio 2011 por Rbesonias


El cuerpo yacente de la foto no es un indigente echándose la siesta en plena calle, no; se trata del cadáver recién asesinado de Calvo Sotelo, el 12 de julio de 1936. Para el lector despistado, conviene aclarar que estamos hablando de José y no de Leopoldo (segundo presidente de la nuestra democracia). José Calvo Sotelo es un personaje emblemático dentro del contexto de los meses previos a la Guerra Civil española, utilizado a menudo como argumento explicativo y detonante del conflicto militar, con versiones dispares acerca de las causas que rodean a su muerte y los efectos que pudiera tener sobre el nacimiento de la guerra.
Telemadrid ha emitido una serie histórica con motivo del 75 aniversario del comienzo de la Guerra Civil, en julio del 36. Una celebración morbosa y oportunista, que se aprovecha del eterno debate dialéctico entre rojos y azules para sacar rédito personal y de paso obtener publicidad gratuita. Supongo que viene a ser lo mismo que si Alemania decidiera emitir una serie televisiva en recuerdo del día en el que Hitler invadió Polonia. La serie la escribe y dirige Alfonso Bullón de Mendoza, doctor en Historia Contemporánea; su intención inicial parece ser sacar a la luz los asesinatos que los socialistas cometieron durante la guerra y que, a su parecer, son camuflados con mayor indulgencia que aquellos otros que cometieron los nacionales. Bullón está convencido que la Ley de Memoria Histórica, más que ser un derecho natural que poseen las víctimas de uno u otro bando, ha supuesto un desquite oportunista del gobierno socialista para presentar una interpretación de nuestra historia reciente cortada según su propio patrón ideológico. La pregunta que uno se hace es si realmente una serie como la que este catedrático ha dirigido y escrito va a generar el equilibrio, el espíritu conciliador que él parece demandar por parte de la izquierda española. La respuesta es a priori y con rotundidad no; porque su lectura del asesinato de Calvo Sotelo no hace otra cosa que subrayar la implicación socialista en este vil asesinato y presentarla como causante principal del enfrentamiento civil. No hay que ser muy avispado para leer entre líneas que el señor Bullón, por mucha imparcialidad que diga buscar con esta serie, su lectura del hecho histórico no lleva a otra cosa que reproducir el bucle cainita de siempre
y, por si no fuera suficiente, a hacer pensar a la ciudadanía que la Guerra Civil fue causada por un acto de terrorismo socialista.
Hay una
evidente distancia en tono, forma y voluntad -por poner un ejemplo- entre esta serie televisiva y la película de David Trueba, Soldados de Salamina, basada en la novela homónima de Javier Cercas. Esta última toma la figura del falangista Rafael Sánchez Mazas como leitmovit que provoque en el espectador-lector una necesaria reflexión acerca del significado de la Guerra Civil, pero sin poner como carnaza la facilona excusa de las purgas que debe acometer cada bando, sino la búsqueda de emociones comunes que cicatricen las heridas abiertas. El señor Bullón no consigue esto con su versión de la muerte de Calvo Sotelo. Tan solo alienta el revanchismo, la reafirmación en posiciones polarizadas, el odio atávico que aún colea y se expresa en un bipartidismo excesivamente ideologizado. En el fondo, creo que la ciudadanía está ya un poco harta de predicadores que venden versiones históricas escritas a su imagen y semejanza ideológica. Esta actitud no significa que debamos olvidar, pero sí demanda un acto de salud mental colectiva: conciliar, buscar más lo que nos une que aquello que reabre la inquina. La sociedad española está suficientemente preparada para dar este paso de reconciliación; quienes aún parecen instalados en el pasado son algunos representantes de esa generación de intelectuales y políticos que heredó la guerra como patrimonio y no consigue desasirse de su aciaga memoria. Estos lo único que consiguen es perpetuar en la ciudadanía la sensación de que la vida política española sigue siendo el ring pugilístico preconstitucional y no la democracia real, plural y dialogante, que en estos últimos meses ha demostrado ser y seguirá siendo. Los signos de los tiempos demuestran que la sociedad civil demanda de sus representantes políticos, además de honestidad personal y profesionalidad, que antepongan el bien general a sus intereses electorales o ideológicos, que existan pactos de unidad en aquellos derechos que son inalienables. Por el contrario, detestan esa forma insidiosa de hacer política según la cual se consigue más rédito electoral subrayando los defectos del oponente que poniendo sobre la mesa ideas fértiles. La ciudadanía necesita una política conciliadora, con voluntad de consenso. Cuando en una casa los padres discuten, ya sabemos quiénes salen perdiendo: los hijos.

Ramón Besonías Román