Existe una tendencia, entre las escritoras jóvenes, a abordar la cuestión de la violencia en las relaciones afectivas, y de los abusos sexuales en particular; quién sabe si por influencia de las circunstancias sociales (movimiento #MeToo, feminismo), por pertenecer a una generación con más libertad para tratar el asunto, o una confluencia de todo. Están, en primer lugar, las latinoamericanas, como Samanta Schweblin, Fernanda Trías o María Fernanda Ampuero. También las españolas Luna Miguel y Edurne Portela, entre otras, y voces en otros idiomas, como la austríaca Katharina Winkler o la coreana Han Kang. Tampoco se deben pasar por alto las aproximaciones desde la no ficción; es el caso de la estadounidense Joanna Connors y Te encontraré. En busca del hombre que me violó (2016), un texto a caballo entre el testimonio y el reportaje periodístico sobre la experiencia de una violación. Sea desde una perspectiva u otra, con diferentes grados de intensidad literaria, se detecta un interés, una preocupación compartida por un problema estructural que ha sido silenciado durante mucho tiempo. El debut de la italiana Anna Giurickovic (Catania, 1989), La hija (2017), se suma a esta corriente.Maria, hija de un diplomático italiano, pasa su infancia en Rabat. La familia, integrada en la sociedad, parece «feliz». De puertas adentro, el padre entra en la habitación de la niña para hacer lo que no debe. Más adelante, cuando Maria tiene trece años, madre e hija se instalan en Roma. El padre ha quedado atrás, pero no los problemas de la pequeña, que arrastra una serie de conductas explosivas tanto en el colegio como en el ámbito doméstico. La madre, Silvia, no consigue controlar los brotes de violencia de Maria, que rechaza cualquier tipo de autoridad; el traslado a Italia responde, en parte, a la necesidad de comenzar de cero, de buscar un nuevo punto de partida. También la propia Silvia, la narradora, trata de rehacer su vida personal: ha conocido a otro hombre. La novela gira alrededor del encuentro en el que lo presenta a su hija, una comida familiar que no sale como esperaba, ya que Maria, en una faceta desconocida para la madre, se dedica a coquetear con él durante toda la velada. El novio de Silvia, por su parte, le sigue al juego a la chica mientras la madre se hace la dormida.Más que por su representación de los abusos en la niñez (tanto del padre como del flirteo consentido por parte de la pareja de la madre), el interés de La hija reside en su mirada hacia el trastorno (o los trastornos) que desarrolla la víctima: la ira, la inestabilidad, la hostilidad hacia sus seres queridos, las dificultades de adaptación, el comportamiento explosivo en general. Los episodios de violencia se producen, además, en el hogar; con el «enemigo» en casa, surge un obstáculo adicional: el silencio. El silencio de la hija que no desvela el secreto de su padre, pero también el silencio de la madre que no la entiende, que no sabe cómo ayudarla, que convive día tras día con la culpa por no haberla educado mejor. La autora acierta al poner el foco en la relación entre madre e hija después de una experiencia traumática propiciada por el hombre; no es un punto de vista manido y, de algún modo, amplía la perspectiva hacia las consecuencias de los abusos sexuales. Es subrayable también la aproximación al despertar sexual precoz de Maria: su actitud con el novio de Silvia suscita una reflexión acerca de cómo las jóvenes aprenden, por influencia de la cultura patriarcal, a hacerse valer ante la mirada masculina heterosexual en calidad de objeto erótico.
Anna Giurickovic