La hija - Anna Giurickovic

Publicado el 25 junio 2019 por Elpajaroverde
«A los hijos siempre acabas haciéndoles daño, por lo tanto, debes esperar que te lo devuelvan con creces». Esta frase de la novela que protagoniza la entrada anterior a esta, Ataduras de Domenico Starnone, me ha estado persiguiendo durante toda la lectura de La hija y sigue haciéndolo tras voltear su última página. Aún pienso en el daño que se le infligió a Maria desde el momento en que su infancia dejó de ser tierna. Aún pienso en lo irreparable de ese daño.
«Papá le explica a una pareja francesa el sacrificio de Abraham. Es un hombre corpulento, alto, guapo. Maria se da cuenta de que, al pasar, la gente lo mira con respeto y busca su atención. Sabe que es un hombre importante, un diplomático que trabaja en la embajada italiana de Marruecos. Le gustaría arrancarle un rizo naranja de la cabeza y guardarlo en una cajita para poder decir: «Éste es mi papá.»
-«Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada. Porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único hijo.»
Maria está absorta en sus pensamientos. Es la única hija de su padre, y si un día él la atase y la pusiese sobre un altar con leña al lado, ella no se sorprendería. Se imagina que él lo haría mirándola fijamente con sus ojos negros y severos, a través de sus pestañas naranja, que siempre tiene ganas y miedo de tocar. Pensaría que, si papá lo hace, está bien. Le gusta escuchar su voz mientras va de la mano con mamá: se siente protegida. Él tiene una voz profunda, sin ningún asomo de duda».
Maria no es la protagonista de esta novela, pese a lo que pueda parecer. Para mí, la auténtica protagonista es su madre, Silvia. Es a ella a quien acompaño. Son sus pensamientos los que escucho. Es a través de sus ojos que observo. Es a ella a quien siento y comprendo.
«Espero su llamada, y me doy cuenta de que mi estado de ánimo depende de un gesto suyo. Me asusto y me siento aturdida; ¿de verdad puedo permitirme no ser dueña de mí misma? Por momentos, noto que me hundo en la estúpida confianza humana; otras veces, en cambio, percibo la aridez de mi corazón, en el que no crece nada».
A Maria también la siento; es inevitable no hacerlo. Siento su confusión, su desconcierto, su grito mudo, su comportamiento extraño, su rebeldía. Siento su confianza ciega quebrada. Siento lo irreparable y lo irrecuperable en ella.
«Su mirada es inmensa, lo abarca todo y es inabarcable, porque es inocente».
¿Hasta dónde llega la inocencia de quien dejó tan joven de ser inocente, de quien brindó inocentemente esa inocencia y se encontró abruptamente despojada de ella?
Hay algo en Maria que no alcanzo, que no consigo asir, algo así como cuando su padre, Giorgio, mantenía ese lado misterioso, eso que su esposa Silvia no llegaba a descifrar pero que contribuía en cambio a mantener su estado de enamorada. Pero no, no soy justa comparando a Maria con Giorgio.
«¿Tú sabes lo que significa tener un secreto grande y terrible?»
La trama de La hija sucede tan solo en un día. Atrás han dejado el Marruecos en el que el padre fuera diplomático y en el que la infancia de la hija perdiera el calificativo de tierna. Silvia y Maria necesitan volver a empezar y para ello regresan a Roma. Han trascurrido varios años, Maria se adentra en la adolescencia y Silvia descubre asombrada que es capaz de volver a enamorarse. La relación entre ellas es compleja, siempre lo ha sido, por más que Silvia se esfuerce en reparar lo irreparable.
«Era ella quien destruía la idea de familia ideal que yo tenía. Era ella quien me recordaba cada día hasta qué punto yo era una fracasada. Ella, que con su furia quería obligarme a ver. Y yo no veía nada. Era ella la que debía cambiar, no yo ni mi marido, que nos amábamos desde hacía una vida. Giorgio, no obstante, fue a acostarla, le leyó algunos cuentos para que se durmiera. Cuando volvió a la cama, me consoló como de costumbre. Me sostenía la cabeza, acariciándome igual que a una niña, y yo me dejaba llevar aún más, convencida de que él era mi refugio».
Leo la anterior cita, vuelvo a la primera que he dejado en esta entrada y pienso en la madre y la hija buscando protección en un hombre que ni siquiera era capaz de protegerse de sí mismo. Vuelvo y pienso en su pasado como vuelve y piensa Silvia que vive en ese pasado por más que procure aferrarse al presente, como vuelve y piensa en él ese día en que transcurre esta novela, ese día en que Antonio, el hombre que la ha hecho volver a pensar que un futuro es posible, está invitado a comer para conocer a Maria.
Maria está contenta y se muestra encantadora. Silvia desearía verla siempre así y se siente esperanzada. Pronto comprende en cambio que todo ha sido un espejismo que se ha disipado y asiste incrédula y atónita al espectáculo de seducción que su hija orquesta en torno a Antonio.
«Maria me observa con aire casi ofendido. Antonio tiene los labios apretados, como si retuviese un insulto entre los dientes. Mira a mi hija y su rostro se suaviza. Se comunican en silencio: ella alza de forma casi imperceptible una ceja y niega con la cabeza, él esboza una breve sonrisa. El lenguaje de sus cuerpos expresa una complicidad que me resulta incomprensible. Tengo la sensación de estar excluida, como si los observara desde lo alto, desde la mirilla de una puerta, desde el balcón de enfrente».

The Tiber at Sunset, Roma. Fotografía de Jay Bergesen


Maria está espléndida en su papel de Lolita, de La Cigale de Jules Lefebvre, como la calificará Antonio. Silvia nos lo da todo como mujer, madre y personaje. Pero si hay un nombre que tengo que apuntar, subrayar y proclamar a los cuatro vientos ese es el de Anna Giurickovic.
El primer y breve capítulo que nos brinda la italiana es un diamante pulido dentro de esa joyita que es esta novela. No solo asistimos en él al asalto a la inocencia de Maria sino también al gran descubrimiento de una escritora impecable. Me ocurrió algo parecido a cuando comencé a leer Karl y Anna de Leonhard Frank: esa sensación certera que se desprende de la construcción de las frases, de la elección de las palabras, de estar todo en su lugar y estar en ese lugar por algo, que hace que salte la alarma que detecta que estamos ante un escritor solvente que, nos lleve por dónde nos lleve, no nos va a defraudar.
Giurickovic no me defrauda. Me trae los aromas de las calles de Rabat, la llegada del verano a Roma, la sensualidad del cuerpo de una niña y de la mujer incipiente que emerge de ella. Cuando releo algún fragmento de su novela tras concluirla, estos cobran un nuevo significado a mi entendimiento. Lo que antes era desarrollo de la trama ahora me abre nuevos caminos que explorar.
«Islam quiere decir «sumisión» y deriva de una palabra que significa «paz». Sumisión total a la voluntad de Dios».
¿A quién elegimos como Dios al que someter nuestra voluntad? ¿A quién procuramos comprar nuestra paz sin sospechar que la estamos vendiendo?
La hija es una magistral novela sobre los límites difusos de la culpa, sobre la función protectora de los padres, sobre la necesidad de protección, atención y amor que todos sufrimos. No hay en ella blanco y negro, tampoco soluciones mágicas. Las luces y las sombras de cada personaje se dan la mano como lo hacen las palabras en la narrativa certera de Anna Giurickovic.
«Quiero volver a metérmelo aquí dentro -susurró casi riendo, acariciándose el vientre-, que entre otra vez aquí, de donde vino».
El final es un portazo, literal y figurativamente. Así lo siento, como un golpe de efecto brillante.
Aún sigo pensando en la frase de Domenico Starnone. Pienso ahora en su segunda parte, en el daño que devuelven los hijos a los padres y en la posibilidad de que lo hagan con creces. Y sigo, por más que pienso en ello, sin saber si Maria pretendía vengarse de su madre o si, tal vez, como si volviese a ser una niña pequeña, tan solo pretendiera egoistamente mantenerla a su lado exclusivamente para ella. Tampoco sé si el portazo ha sembrado la misma duda en otros lectores. De lo que sí estoy segura, es de que mi incertidumbre hace para mí aún más enorme esta pequeña gran novela.
«En el fondo, pensaba, el amor es capaz de reparar cualquier cosa». 
«Sólo deseo poder echarle la culpa a alguien, ser joven y guapa, tenerlo todo por aprender y no haberme equivocado todavía en nada».

Animal sacrifice at Eid al Adha. Fotografía de TheAnimalDay.org


Ficha del libro:Título: La hija
Autora: Anna Giuickovic
Traductora: Irene Oliva Luque
Editorial: Salamandra
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 192
ISBN: 978-84-9838-935-7
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