La irrupción de Podemos y Ciudadanos en la política española se adapta perfectamente al rol que en Matrix venía a desempeñar Neo. Desde el 15M, y con la crisis en su pleno apogeo, el paro y el descontento calaron por fin en una sociedad, la española, hasta ese momento aletargada por el consumismo y la ensoñación capitalista. A medida que el paro crecía, los sueldos bajaban y los derechos sociales se recortaban, se iba destapando la enorme corrupción de los partidos políticos en el poder y éramos testigos del derrumbe del poder financiero. El sistema, por unos breves instantes, se nos mostraba en toda su crudeza, recordándonos que nunca importaría el bienestar social a no ser que estuviesen protegidos los privilegios de los que más tienen. Desde 2011 hasta 2013 la calle empezó a hervir como no lo había hecho en España desde los ya lejanos años de la Transición. Se organizaron las mareas en defensa de la sanidad y la educación, se organizó la defensa contra los desahucios miserables de bancos sin alma, los ciudadanos se volcaban con los mineros, se rodeaba el Parlamento y triunfaban las marchas por la dignidad. Empezaron a detectarse una mayor virulencia en las manifestaciones, una rabia a veces incontenible, conatos de agresiones a políticos, intentos de ocupación de bancos... Todo ello contrarrestado por una cada vez mayor violencia policial. La gente de la calle por fin parecía querer mostrar a los de arriba su hartazgo. De repente, en 2014, impulsados por una innegable capacidad para la confrontación dialéctica, un grupo de profesores de la Complutense, encabezados por Pablo Iglesias, empiezan a tener cada vez más minutos de televisión, transitan de las cadenas marginales a las cadenas del poder (sin que a nadie le extrañe demasiado), y con un discurso cercano, claro y contundente terminan convirtiéndose en los portavoces de una gran parte de esa población que estaba a punto de estallar. En mi opinión no hay duda alguna de que la irrupción de Podemos, a pesar de su discurso antisistema, fue alentada y promocionada por el propio sistema como una forma de controlar la aparición de un estallido social de mayor calado. El objetivo, según esta hipótesis, sería canalizar la rabia incontenible de la gente a través de un movimiento político que permitiera atemperar los ánimos con la promesa de asaltar por fin de las instituciones de manera democrática. Y los muñidores de tal estrategia consiguieron lo que pretendían. Fue un triunfo sin paliativos. Desde finales de 2013 las movilizaciones sociales han caído de nuevo en un triste letargo del que no parecen salir. Los ciudadanos han dejado de salir a las calles a mostrar su enfado y su rebeldía y han vuelto a refugiarse en sus duras vidas y en sus rutinas dejando de lado las luchas colectivas, volviendo a batallar en esas cruentas guerras individuales que el sistema promueve y alienta. Hay un dato que ha pasado desapercibido pero que vendríaa confirmar esta tesis: en 2014 descendieron en un 30% las manifestaciones en Madrid en relación al año 2013. Y en 2015 la tónica sigue siendo sin duda la misma. No es solo que haya menos manifestaciones sino que la asistencia a las mismas ha descendido notablemente y además vuelven a ser aceptables para el sistema: “pacíficas”, poco numerosas y sin conato alguno de la violencia irrefrenable de años anteriores. Vamos a las manifestaciones (si vamos), paseamos, gritamos, cantamos un poco y luego a tomar cervezas. Podemos fue la primera herramienta del sistema para condensar en un enemigo reconocible las aspiraciones de los que querían cambiar las cosas en nuestra época. Iglesias fue el primer Neo de esta historia, alentado por los medios del poder, que otorgaron una cuota de pantalla impensable e inesperada a un partido y a unas ideas que convirtieron los indicios de ruptura social violenta en ejercicios onanistas de tuiteros apoltronados frente a la televisión, jaleando a sus nuevos héroes mientras denostaban a los Marhuendas e Indas de turno, los tontos útiles de un sistema que casi nunca ve necesario dar la cara.
Y aquí estamos, ahora. A un paso las elecciones municipales y autonómicas. Como en 2011, tras el 15M. Con esa horrible sensación de fracaso de nuevo en la boca. Tal vezpeor incluso que en 2011, cuando la explosión social del 15M desembocó finalmente en la victoria aplastante del sistema encarnado políticamente entonces por el PP. Durante cuatro años hemos sufrido, nos han vapuleado, nos han robado, se han reído de nuestras ansias de cambio, nos hemos levantado, hemos peleado, hemos querido creer que el cambio era posible, que sería con Podemos con lo que daríamos la vuelta a la situación. Y justo llegando a la meta la realidad nos está ya avisando que tampoco ahora será. Es la hora de los cínicos, de esos que siempre ven todo con antelación, de los que nunca se fracasan porque hace tiempo que desistieron de intentarlo. Porque lo que dicen las encuestas es que como pasara en 2011, el sistema va a volver a ganar. Ahora encarnado políticamente en la suma de PP + Ciudadanos (y con el PSOE detrás para ayudar, por si hiciera falta). Y si eso pasa será muy difícil levantarse de nuevo…
A pesar de todo, a pesar de saber que el partido se nos ha puesto muy difícil, de que hagamos lo que hagamos el sistema siempre parece ganar, recordemos por una última vez a Matrix, y el Neo de aquella historia, que sí consigue finalmente dos cosas: un empate difícil a última hora y, por el camino, ponerles nerviosos, tocarles las narices, hacer que se muevan incómodos en sus poltronas…Quedan pocos día para las elecciones, nuestra forma de dar aquel telefonazo, ¿llamamos?