Y ahí voy. Los que son incapaces de decir “España” sin que les entre la lepra se preguntan por qué no gobiernan. La crisis en Cataluña les obliga a ellos y al resto de ciudadanos a pensar sobre ello. Se han retratado como nunca antes lo han hecho. Y han dejado claro a todos los españoles que poca defensa del país van a llevar a cabo los que ponen toda la carne en el asador para trocearla. Esos que no pueden sacar los colores de su bandera o tararear el himno, y lo que es peor, censuran a quienes lo hacen. Lo más doloroso de todo, si cabe, es que su discurso político sólo gira en torno a una cosa que para ellos tiene validez sobre todo lo demás: el odio. Odio hacia todo lo que dota a España y a los españoles de significado. Su competencia electoral es la competencia por ver quién odia más y con más fuerza. Un odio que si estuviese forjado en motivos válidamente contrastados podría incluso ser respetable pero nunca compartido. Pero no. Odian la Historia de España sin conocerla. Sustituyen los documentales y los libros por las simplificaciones twitteras del gurú de turno. Desde luego a nadie que quiera un cambio real y sano para España no le puede caber en la cabeza que las opciones se reduzcan a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Ada Colau o Gabriel Rufián.
Es normal que PODEMOS e Izquierda Unida prefieran acudir a la Unión Europea para exigir, nada menos, que le meta mano a la monarquía fascista española por reprimir duramente al pueblo catalán, en vez de concentrarse en ganarse el sueldo y hacer algo útil en los parlamentos de una vez. Y es normal porque su razón de existir es la venganza pura y dura por, según su distorsionada y vergonzante interpretación de la realidad, haber perdido la guerra en 1939. Y eso es todo. No será posible hacerles entender jamás que las guerras y los bandos han sido superados por una sociedad democrática y madura, al menos, si no llegan al poder y se la cargan. Lo que sí es una sorpresa es la torpeza supina del Partido Sanchista Obrero Español Cuando Me Interesa. Tan preocupado por no herir la sensibilidad de los nacionalistas catalanes de cara a una posible investidura futura que no se ha dado cuenta de que si aspira a gobernar algún día más le vale empezar a defender el país del que va a tomar el timón. O lo que quede de él. Está por ver aún si la debilidad oportunista que ha demostrado impidiendo que TV3 sea intervenida para dejar de adoctrinar a los catalanes y todas las trabas que ha puesto durante los momentos más duros de la crisis para solucionar como es preciso la mayor amenaza que la democracia española enfrenta desde febrero de 1981 les va a pasar una factura electoral que les quite el hipo.
No son banderas, ni telas, ni colores, ni música. Asumir la hispanidad como orgullo no es cantar odas a la Patria. Es sentirse afortunado por pertenecer a un pueblo como el nuestro, capaz de las mayores grandezas y de las mayores miserias. Es querer a tu gente y defenderla, más incluso si eres representante público. Pero para quienes odiar todo eso es la motivación principal que impulsa su actividad política no hay solución. Afortunadamente, y confiando en la sensatez y la prudencia del pueblo español, los progres serán desplazados por los progresistas de verdad, y sus formaciones políticas asistirán impotentes a la anemia que la fuga de votos coherentes les provocará hasta su mismo final.
Pablo Gea