Pequeños detalles. Pequeños objetos. Pequeñas grandes historias. Eso es lo que hace Paul Auster: compartir con nosotros la "biografía" de su máquina de escribir, hablarnos esa inseparable compañera desde la década de los 70. En 1.974, Paul Auster regresa a Nueva York. En el viaje, su máquina de escribir acabó destrozada y no podía permitirse comprar otra. Un antiguo amigo de la facultad lo invitó a cenar y le comentó que tenía una máquina guardada que ya no utilizaba, que podría vendérsela. Se trataba de una Olympia portátil y desde entonces, nos cuenta Auster, "del teclado de esa máquina ha salido hasta la última palabra que he escrito".
Cuando lees a Paul Auster, tienes la sensación de que vive intensamente, nada se le pasa por alto. Es capaz de hacer literatura a partir de anécdotas, casualidades y pequeños sucesos del día a día, sucesos que podríamos protagonizar cualquiera. Acudir a sus libros siempre es un acierto.
"La máquina de escribir está sobre la mesa de la cocina, y mis manos están sobre el teclado. Letra a letra, he ido viendo como escribía estas palabras".