La desgarradora historia del niño de 2 años que vio cómo desaparecieron sus padres y aún se pregunta por qué él está vivo
- Carolina Robino y Margarita Rodríguez
- BBC News Mundo
5 noviembre 2018
La historia de Puntito Recabarren, de sus padres, sus tíos y sus abuelas. Buscando la verdad.
«¿Por qué yo sobreviví?» Esa es una de las preguntas que por décadas ha marcado la vida del chileno Luis Emilio Recabarren Mena.
Para entenderla, hay que conocer su historia.
Hace 42 años, cuando él tenía 2 años y medio, perdió en menos de 48 horas a su abuelo paterno, a un tío, a su padre, a su madre y al hermano o hermana que ella llevaba en su vientre.
Corría el año de 1976 y Chile vivía bajo el régimen militar de Augusto Pinochet.
El 29 de abril, cuatro miembros de su familia fueron detenidos durante un operativo de agentes de inteligencia.
Él era uno de ellos.
Todos desaparecieron menos él. Fue el único que sobrevivió. Y aún no sabe por qué.
Desde entonces, ha intentado reconstruir lo que sucedió ese día y averiguar cuál fue el destino de sus padres, su tío y su abuelo, que sufrió la misma suerte apenas un día después.
Ha hablado con testigos, leído expedientes, buscado sus huellas en fotos. Pero sigue teniendo lagunas.
En un desgarrador testimonio que ofrece desde su casa en Suecia, donde vive desde 1984, Recabarren, nieto de la inagotable activista por los derechos humanos Ana González, quien murió el 26 de octubre, le abre su pasado, sus recuerdos, su dolor, a BBC Mundo.
Y asegura que luchará por saber quién mató a sus padres hasta que se muera.
El fatídico día
El 29 de abril de 1976, Nalvia Mena Alvarado, quien tenía 21 años, se fue con su único hijo, Luis, a buscar a su esposo a su oficina.
Luis Emilio Recabarren tenía 29 años y trabajaba en un barrio céntrico de Santiago.
En el camino de regreso, la familia se encontró con uno de los hermanos del padre, Manuel Guillermo, y los cuatro partieron rumbo a la casa de los abuelos paternos, Ana González y Manuel Recabarren.
Desde su nacimiento, «Puntito», como le decían a Luis cariñosamente, vivió con sus padres y sus abuelos en esa vivienda.
«Nos capturaron bajándonos del autobús«, relata.
«Llegando al paradero 16 de Santa Rosa, había un operativo con tres automóviles estacionados. Nos estaban esperando».
«Cuando mi padre vio que agarraron a mi madre, que me tenía a mí, intentó hacer algo. Pero lo golpearon y a ella le pegaron en el estómago con un fusil. Después nos metieron en uno de los vehículos y los tres automóviles salieron a toda prisa».
El abandono
El mismo día de la detención, Luis fue separado de sus padres.
En algún momento alguien lo subió a un vehículo negro y lo dejaron a una cuadra de la casa de sus abuelos paternos.
«Me dejó botado en la calle en pleno toque de queda. Una vecina me oyó llorar, se asomó y dijo: ‘¡Es el Puntito!’. Salió, me cargó y me llevó a donde mi abuela».
Al día siguiente, el 30 de abril, su abuelo paterno salió muy temprano a buscar a sus hijos y a su nuera.
Nunca regresó. También despareció.
Desesperada, su abuela Ana González fue a buscar a la madre de Nalvia, Ernestina Alvarado, para contarle lo que había pasado.
Así comenzó la búsqueda incansable de sus abuelas por sus padres, su abuelo y su tío.
El silencio
Después de ser llevado a su casa, «Puntito» no pudo hablar por un mes.
Su crianza pasó a manos de su abuela materna, Ernestina. A Ana la visitaba frecuentemente y se convirtió en una figura constante y amada en su vida.
«Me quedaba dormido llorando todas las noches», cuenta.
«Echaba de menos a mis padres. Ellos me dieron mucho amor. Sentía que no era mi casa, que debía estar en otro lugar, que eso era algo temporal, por eso pensaba que no debía molestar. ‘Debo comerme toda la comida, debo portarme bien’, me decía».
Confiesa que, pese al amor de sus seres queridos, se sentía huérfano y en ocasiones intentó escaparse de casa.
Sus familiares nunca intentaron disfrazar lo que había ocurrido con sus padres.
«Todo el tiempo estuvieron con la verdad cruda, real, sin esconder nada, con el objetivo de procesarla».
«¿Qué hizo mi mamá para que me dejaran?»
Cuando aprendió a leer, trataba de entender la información que había «afuera» sobre las torturas y los abusos del gobierno.
Empezó a preguntarse: «¿Le habrá pasado eso a mi mamá? ¿Le hicieron esas torturas? ¿Le pusieron electricidad a mi papá, a mi abuelo, a mi tío? ¿Qué les pasó en los últimos momentos?»
Y surgieron preguntas muy poderosas que hasta hoy lo intrigan:
«¿Por qué yo sobreviví?»
«¿Qué hicieron ellos para que me soltaran?«
«¿Qué hizo mi mamá para que me dejaran?»
«Y es que en esa época mataban a niños también».
Luego, a través de los testimonios de testigos «se supo que fueron llevados al campo de tortura de (Villa) Grimaldi y después los trasladaron a otros lugares. Ahí se perdió su rastro. Algunos dicen que los mataron y que los lanzaron al mar«.
La decisión de partir
Bajo el cobijo de un sector «solidario» de la Iglesia católica, sus abuelas y otras madres y familiares de desaparecidos se empezaron a reunir.
Así, le dieron vida a la emblemática Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD).
Ana y Ernestina llevaban a Luis a los encuentros y allí era feliz con otros niños que estaban pasando por tragedias similares, pero de las cuales no hablaban entre sí. Sólo querían jugar.
«Corríamos por los pasillos y los patios de la Vicaría de la Solidaridad, que quedaba en el centro de Santiago. Me sentía especial cuando me llevaban allá».
Pero la hora de abandonar Chile había llegado. Tenía 11 años.
«A finales de 1984, cuando mi familia materna quedó destruida, mis otros tíos cayeron en campos de detención y fueron torturados», dice.
Su abuela Ernestina no vio otra opción que llevárselo a él y a otras nietas a Suecia.
«¿Y si aparecen?»
Ernestina lo empezó a preparar para la partida. Le habló de Suecia, de sus bosques, de sus parques, de su socialdemocracia, de sus derechos civiles.
Y eso, más la experiencia de montarse en un avión por primera vez, lo entusiasmó, pero le surgió otra interrogante:
«¿Y si aparecen mis padres? Yo tengo que estar aquí porque a lo mejor no me van a encontrar«, cuenta.
«Pensaba, soñaba que volverían y quería estar ahí cuando eso sucediera».
Pero se fueron.
«Te traeré un regalo'»
A Recabarren se le rompe la voz cuando nos cuenta el momento en que se tuvo que despedir de «un amigo del alma», un niño que vivía en el vecindario.
«Le prometo a Sergio volver…»
A esa oración le sigue un silencio.
«Y…»
Más silencio.
«Le decía: ‘Te prometo volver a Chile y te traeré un regalo’. Lloramos mucho hasta que nos despedimos».
Odio a Chile por lo que me ha causado y, al mismo tiempo, amo a Chile»
Luis Recabarren
De camino al aeropuerto, recuerda «el dolor tremendo de dejar a parientes que trataron de compensar la desaparición (de mis padres) con mucho amor».
«Era la tristeza de abandonar mi país (…) de saber que iba a tener sólo a una abuela», indica.
Suecia
En la nación europea comenzó una nueva vida, aunque con el mismo dolor.
«Seguía quedándome dormido llorando, pero en silencio para no molestar».
«Era un luto perpetuo, pero trataba de estudiar, aprender el idioma, empecé clases de natación, hacía deportes».
Cuenta que llegó a Estocolmo, donde ya había una comunidad chilena que sabía quién era.
«Era mi pueblo, mi gente, recibí un cariño enorme. Los padres sabían la historia, pero sus hijos no».
Un hermano
«¿Cuando eras niño, alguna vez llegaste a racionalizar que pudiste haber tenido un hermanito o una hermanita y que también se lo llevaron?» le preguntamos.
«Todo el tiempo, todo el tiempo», dice.
Y con la voz entrecortada continúa: «Me di cuenta de que esa pizca de esperanza, que seguía haciendo crecer, no me estaba dejando vivir, no me estaba dejando pensar».
«Como niño pensaba con ilusión: ‘¿Será? Quizás tengo un hermano‘. En Suecia crecí con mis primas, por eso me preguntaba: ‘¿Tendré un hermano, tendré una hermana?'»
Soñaba que abrazaba a mi madre por la cintura»
Luis Recabarren
En las noches, cuando dormía, venían los sueños con sus padres.
«Soñaba que abrazaba a mi madre por la cintura».
Cuando cumplió los 29 años, la edad en que su padre desapareció, se preguntaba cómo habría sido la relación con él si nada hubiese pasado: «¿Seríamos buenos amigos?«
«Los amigos de mis padres me dicen que me parezco mucho a mi madre y que también tengo una pizca de mi padre».
La venganza que no llegó
«¿Recuerdas en qué momento te diste cuenta que no volverías a ver a tus padres?», indagamos.
«Fue un proceso largo», responde. Llegó a su fin en Suecia.
(…) ese odio te carcome y no vas a poder celebrar que eres el sobreviviente de tus padres. Y eso lo tienes que contar»
Ernestina Alvarado, abuela materna
«Cuando lloraba en las noches, empecé a aceptar la desaparición perpetua y a pensar que fueron asesinados, que los habían tirado en el mar. Que pasaron por cosas crueles».
«Luchaba contra mí mismo, me decía: ‘Me tengo que vengar, tengo que ser un guerrillero, tengo que encontrar a los culpables'».
Cuando se lo dijo a su abuela, ella se enojó mucho y le dijo:
«¡No, no, no! Eso es lo que ellos quieren, ese odio te carcome y no vas a poder celebrar que eres el sobreviviente de tus padres. Y eso lo tienes que contar, tienes que contar lo que pasó».
Poco a poco, en plena adolescencia, «entendió» que «ahora ellos estaban en paz«.
«Y que yo tenía que encontrar mi centro, mi balance, para poder tener una vida».
Desde esa perspectiva de amor y de búsqueda de justicia que le inculcaron sus abuelas, decidió encarar su vida.
También la enfrentó con algo que sus padres disfrutaban: el arte, la música, el ballet. Estudió en la Royal Swedish Ballet School, se convirtió en bailarín profesional e hizo presentaciones en varios países.
La reconstrucción de los hechos
Recabarren conoce algunos detalles de lo que sucedió el 29 de abril de 1976 porque hubo varios testigos en las fases de la detención y la desaparición de sus padres y su tío.
«Eso es lo que uno lee en los testimonios que se recogieron y en lo que dice el informe Rettig, que recopila cada caso«, indica.
El Informe Rettig fue realizado por la Comisión de Verdad y Reconciliación, un órgano creado con la llegada de la democracia para investigar las violaciones a los derechos humanos durante el pinochetismo.
En 1991, ese informe, que sólo contabilizó desapariciones y ejecuciones, reconoció 2.279 muertes a manos de agentes del Estado.
Un recuerdo «muy fuerte»
Más allá de lo que ha leído e investigado y de lo que le han contado, Luis asegura que, pese a su corta edad, hay algo que recuerda del día en que vio a sus padres y a su tío por última vez.
Y lo logró evocar tras recibir ayuda psicológica enfocada en personas con estrés postraumático crónico en la Cruz Roja de Suecia.
«La psicóloga me ayudó a sacar un recuerdo en el que veo a mi madre muy cerca de mí, hablándome, y detrás de ella hay un cuerpo en el suelo. En la puerta hay otro hombre, está parado. No sé si es mi papá o mi tío, está tratando de ver lo que pasa afuera. Estamos en una habitación».
Ese cuarto, él cree, fue el lugar donde los tuvieron detenidos.
«¿En ese recuerdo cómo ves a tu mamá?», le preguntamos.
«Se veía como un ángel», responde. «Es un recuerdo que tengo muy, muy fuerte».
¿Por qué sus padres?
Cuando le preguntamos a Luis por qué cree que sus padres fueron detenidos, reflexiona sobre su nombre.
«Luis Emilio Recabarren Serrano (1876-1924) fue el fundador del Partido Obrero en Chile hace unos cien años (1912). No sé si somos parientes o no. Nunca ha sido relevante para mí».
Pero más allá de esa posible asociación que los agentes pudieron haber establecido, su padre fue dirigente sindical.
«El padre y los hermanos de mi mamá fueron dirigentes sindicales. Todos eran idealistas, fueron una generación con potencial político que querían un cambio en la sociedad».
El objetivo del gobierno, dice, era romper las familias que tenían una postura política contraria. «Ellos querían matar ideas, (hacer) un genocidio político».
Sus padres militaban en el Partido Comunista. «No eran violentos, no eran terroristas. Sólo querían transformar la sociedad, luchar por la igualdad».
Haciéndose la imagen de sus padres
Luis sabe que sus papás «se enamoraron en un Congreso del Partido Comunista».
Así se lo contaron sus abuelas y sus tíos.
«Mi papá era bien carismático, recibía mucha atención de las muchachas. Pero al principio mi mamá no le daba ni bola porque sabía cómo era», cuenta entre risas.
Desde la adolescencia, Nalvia «se oponía a las desigualdades», le gustaba ayudar a la comunidad y «no era de las que esperaba a que alguien viniera a resolver los problemas de la comuna».
«Tengo la impresión de que mi madre era muy delicada. Cantaba en el coro del liceo francés, dibujaba, tenía cualidades artísticas».
Tanto a su padre como a su madre les gustaba mucho el ballet. Le cuentan que ella escuchaba música clásica cuando lo llevaba en el vientre.
Ambos eran delgados y muy altos «para el promedio de los chilenos». Él mismo mide 1,86 metros.
«Hasta que yo muera»
En una entrevista de Recabarren con la periodista Ivonne Toro del periódico chileno La Tercera, publicada el 29 de octubre, dice que necesita saber quién fue el que mató a su madre.
«Hasta el día de hoy no tengo información concreta sobre cómo fue la operación contra mis padres ni quiénes estuvieron involucrados», le indica a BBC Mundo.
«No se ha podido saber toda la verdad plena«.
«Toda mi vida, hasta que yo muera, voy a buscar la verdad sobre lo que pasó. No voy a parar. Y si muero, mis hijos la buscarán. Esto va de generaciones. Es incansable».
Está casado con la periodista sueca Sara Recabarren y tiene tres hijos de 7, 11 y 15 años. Con ellos aprendió lo que realmente es el amor incondicional.
«Mientras yo sea fuerte, ellos serán fuertes», dice.
«Ellos van a seguir la lucha. Mi inclinación como padre es protegerlos, pero sé que podrán transformar todo este dolor en algo positivo».
«Un deber»
Recabarren dice que mientras se sienta con fuerza seguirá contando su historia. Pero no es fácil.
«Mis tíos que sobrevivieron torturas tienen mucha dificultad para hablar sobre lo que les pasó, incluso con sus propios hijos».
«Ahora que mi abuela paterna no está, lo tengo que hacer. Es un deber».
«Para mí Chile es una paradoja: odio a Chile por lo que me ha causado y, al mismo tiempo, amo a Chile porque soy de allá, porque es mi pueblo y porque después de la muerte de mi abuela siento su solidaridad, su cariño».