La historia de Sarah

Por Negraflor @NegraFlor_Blog
By NegraFlor on 27/03/2014 in Blog

Después de haber empezado la semana con la sección de reseñas de productos, recordarás que te comenté que ahora, las historias de las lectoras se intercalarían los jueves con la nueva sección, en el nuevo apartado que (se me está ocurriendo ahora mismo) se podría llamar “Jueves de las lectoras”. Porque tanto si es con una reseña, o con una historia, el jueves quienes generan contenido son las lectoras (los lectores parece que no se anima, oye). Así que hoy te traigo la historia de Sarah.

No conozco a Sarah personalmente, pero tengo muchas ganas. Empezó a seguirme en Instagram y después la empecé a seguir yo. Un tiempo después apareció por la página de Facebook, y desde entonces, es una de las lectoras más activa… y más crítica cuando corresponde. Y lo agradezco, porque su crítica siempre es constructiva, siempre lo hace sumando, y siempre de forma muy respetuosa. Y por eso me gusta tener a Sarah en Facebook, porque es de esas personas que le da vidilla a la página.

Cuando yo miraba sus fotos en Instagram (es guapísima, ya verás) me dije “Sarah tiene que contar su historia en el blog”, así que le hice la propuesta. Intercambiamos unos cuantos correos electrónicos y hoy, por fin, tienes aquí la historia de Sarah.

Además, la historia de Sarah es una historia un tanto atípica, pero vas a tener que leer su testimonio para saber por qué.

La historia de Sarah

Hola a todas,

Mi nombre es Sarah Mejía, soy una mujer de 30 años, dominicana, afrolatina, madre de una niña preciosa… ¡y una ciudadana orgullosa de su pajón!

Estoy aquí para contarles la historia de mi pelo. Pero antes de hacerlo tengo que advertirles que mi historia no es una historia común, y puede que se aleje un poco de las historias que estamos acostumbradas a ver por aquí. Esto no significa que sea mejor ni peor. Simplemente es diferente.

Y os preguntaréis… Diferente porque? Pues bien, mi historia es diferente porque ,al contrario de lo que comúnmente solemos ver, yo soy una mujer que disfruta tanto de llevar el pelo afro como de llevarlo liso. Y esto es porque gracias a la textura de mi pelo me lo puedo permitir, pero también por comodidad.

Yo sé que lo normal es que la gente cuente su transición de liso a rizado, pero en mi caso esa transición es un poco especial, porque aunque ya no utilizo productos químicos para alisar mi pelo. Sí que me lo aliso con mi plancha GHD y también estoy igual de cómoda que cuando lo llevo rizado.

Entonces, esta historia básicamente trata de cómo liberé mi pelo, mi cuerpo y mi mente de productos químicos para alisar ganando en salud, en fuerza y en belleza para mi pelo (y para mi cuerpo). Todo esto sin perder un ápice de estilo

Mi historia comienza a los 15 años cuando, aprovechado un viaje al extranjero de mi madre, conseguí engatusar a mi padre (nunca ha podido negarme nada el pobre) y convencerle de que mi madre estaba muy desfasada, que no me deja alisarme el pelo, y que yo ya no podía más con ese pajón que me llevaba por la calle de la amargura.

Nunca olvidaré esa primera visita al salón de belleza para alisarme el pelo. Estuve unas 6 horas en la peluquería, con 6 manos sobre mi cabeza, pegándome unos tirones de aúpa. Más de una vez sentí mis lágrimas recorrer mis mejillas esa tarde. ¡Y mi calvario solo acababa de comenzar!

Entré en la peluquería con una INCREÍBLE melena rizada que bajaba hasta mi cintura. Y salí con una increíblemente QUEMADA melena. Esa primera noche mi padre tuvo que llevarme a urgencias porque las quemaduras eran tan brutales que me provocaban fiebre.

A la mañana siguiente amanecí con todo el pelo pegado al cráneo, porque las heridas supuraban una especie de pus que formaban costras. Recuerdo a mi tía Norma con la botella de aceite de oliva empapándome toda la cabeza, para que se despegaran las costras, y también recuerdo esos largos mechones de pelo que se caían cada vez que mi tía pasaba el peine.

Nunca me había arrepentido tanto de haber desobedecido a mi madre. Después de esto, pasé por dermatología, y la doctora Teresa (que era amiga de la familia) no paraba de decirle a mi padre que cómo podía haberme llevado a que me hicieran eso (el pobre no sabía donde se iba a meter). Y yo sentada allí, con mi cabeza llena de calvas. Me receto un champú, una loción, y unas cápsulas de vitaminas.

Pasaron unos cuatro meses hasta que pude ver que mi pelo empezaba a recuperarse, y a partir de ahí reconozco que he cuidado mi pelo hasta el extremo, pero también tenía que seguir alisandomelo cada 3 o 4 meses porque  de lo contrario empezaba a partirse.

Así estuve desde los 15 hasta los 22 que fue cuando me mudé a España y entonces la historia cambió… Ya no disponía de los productos que necesitaba, y aunque me los mandaran de mi país, ya no contaba con profesionales que supieran trabajar ese tipo de productos, ni de pelo. Tenía un problema muy grande encima, porque mi pelo estaba cada vez peor: seco, quebradizo, parecía paja. Todo me había sentado mal, desde el cambio de clima, hasta el agua. Cuando ya estaba completamente desesperada, una paisana me dijo que conocía a una chica que también era dominicana que era peluquera cuando vivía en la isla. Que podría hablar con ella para que viniera a mi casa a alisarme. Así lo hicimos y… Santo dios! Esa sí que fue la peor decisión que he tomado en mi vida. Esa mujer no había acabado de sacarme la crema del pelo cuando vi su cara… Y estaba descompuesta. El pelo se me caía a puñados… ¡A puñados! Yo no daba crédito. No entendía nada, era tanto el pelo que se me partía que casi llenamos una bolsa con mi pelo. ¡Eso fue tremendo!

A la semana siguiente, me miraba al espejo y me echaba a llorar. Pedí cita donde Enri, una chica que tenía una peluquería a una esquina de mi casa y que ponía unas extensiones maravillosas de queratina. Me fui a donde Enri y después de 4 horas y media, salí con una fantástica melena negra azabache (gracias al tinte que me había puesto antes de las extensiones).

Pero lo mejor vino a la mañana siguiente. Había pasado una noche muy rara, no podía dormir y sentía como cuero cabelludo supuraba una especie de “aceite” muy parecido al de mi triste experiencia con mi primer alisado. Al despertarme tenía toooodo el pelo pegado, pero lo que era aún peor ¡se me estaba hinchando toda la cabeza! Se me empezaron a cerrar los ojos, y tuvimos que salir corriendo para urgencia. Al llegar me pasaron corriendo y me pincharon urbason… Salí después de haber estado 7 horas en observación, con una lista interminable de antihistamínicos y con un un diagnóstico de alergia a la Parafenilendiamina (PPD), un componente que tienen casi todos los tintes del mercado y que sirve para fijar los pigmentos.

Tarde casi 15 días en recuperarme de las tremendas inflamaciones que había sufrido. Y en cuanto pude volver a pisar la calle mi primera parada fue donde Enri, para que me arrancara (y es literal) ¡me arrancara! las extensiones. Que gracias a que estaban recién puestas y eran de keratina, eran casi imposibles de quitar sin arrancarme los 3 pelos que me quedaban. Salí de allí 3 horas después… Con un dolor de cabeza terrorífico, con la cabeza echa un asco, y con 350€ menos que Enri no me devolvió de las extensiones.

Después de todas estas experiencia tenía clara una cosa: nunca más volvería a intoxicar mi cuerpo con “basura” para conseguir estar “guapa”. Y es aquí adonde empieza toda mi andadura para conseguir un pelo sano, libre de tóxicos y con el que pudiera sentirme cómoda, hermosa, pero sobretodo ¡sana!

Después de todas estas calamidades vino mi primer gran corte. Me rapé completamente la cabeza y, para mi sorpresa, estaba increíblemente favorecida. Era un corte de pelo muy osado, pero con muchísima personalidad ¡además de muy sexy! Con el que me sentía tremendamente cómoda (nunca olvidaré esa sensación de salir de la ducha ya peinada).

Lo mantuve durante unos 7 meses, tenía que ir a retocarlo cada 20 días más o menos, porque eso sí… El pelo siempre me ha crecido súper rápido. Después de este tiempo decidí que quería dejármelo crecer, y así lo hice. (esta fue la parte más dura) porque una vez que el corte pierde su forma y empiezas a verte ese miniafrito con el que parecía una abuelita, y que me hacia la cabeza mucho más grande. Fue en este momento cuando me sentí frustrada, y para mi sorpresa esas Navidades del 2007 llegaron mis primeras GHD (de las que me declaro profundamente enamorada) que me liberaron y me dieron muchas más opciones de peinado. Desde entonces hemos sido amigas inseparables, he visto mi pelo evolucionar, crecer, y he aprendido a disfrutar de él tanto en su versión rizada, como lisa.

Pero lo más importante de esta andadura ha sido ir madurando y entendiendo que en el pelo tenemos que invertir, igual que invertimos en nuestra piel…
Tiempo y dinero. Con esto no quiero decir que tengamos que gastarnos una fortuna en productos capilares. Pero sí creo que tenemos que invertir en productos de calidad: Un buen champú (para mí es fundamental), una buena mascarilla, un par de buenos aceites ecológicos y de primera presión en frío (no son nada caros y dan muy buenos resultados): pueden ser de coco, argán o jojoba. Y buenas herramientas de trabajo, que sin duda marcan la diferencia.

Con el paso de los años me he rapado la cabeza un par de veces más. Porque de verdad me gusta cómo se me ve el pelo a lo Halle Berry; pero también reconozco que sufro con el proceso de dejarlo crecer.

En este momento disfruto de una media melena muy versátil, que suelo llevar rizada o lisa según me apetezca, pero lo mejor es que es una melena sana, brillante y fuerte de la que me siento muy orgullosa.

P.S.: Ya sé que las chicas que suelen compartir la historia de su pelo, lo llevan única y exclusivamente rizado; pero a mí me parecía interesante aportar mi experiencia y mi punto de vista. Porque yo sí creo que no tienen porque ser incompatibles cuando sabes como cuidar tu pelo.

Ésta es la historia de Sarah. Una historia que, lejos de transmitir tristeza, por el descubrimiento de esa alergia, ha devenido una oportunidad para aprender a sacarse partido; o al menos eso me ha parecido a mí. Y también me parece muy interesante obtener otro punto de vista y saber que podemos alisar nuestro cabello sin necesidad de químicos y que, si cuidamos bien de él y lo protegemos del calor, podremos llevar el pelo siempre que nos apetezca. La clave es conocerlo y cuidarlo.

¿Qué te ha parecido la historia de Sarah?

A mí me encantaría que le dejaras tu opinión en la sección de comentarios. Y sé que a ella también le va a gustar, por el amor y el cuidado con el que ha preparado la historia y ha hecho una selección concienzuda de fotos. Así que no te cortes y dile qué te parece su historia.

Si tú, como el resto de chicas que ya lo han hecho, quieres compartir tu historia en el blog, envíame un mail a flor@negraflor.com, con el asunto “Historias de las lectoras” con las fotos que quieras (si es más de una, yo haré una composición) y publicaré tu historia en el blog, y las fotos en el álbum de la página de fans y en el tablero de Pinterest.

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