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Casi todos los expertos nos recuerdan a John Loud, de Weymouth, Massachusetts, como el inventor del bolígrafo. Por lo menos recibió la primera patente de un cilindro con tinta y una bola en un extremo para escribir. Fue la patente número 392046 de Estados Unidos, de 30 de octubre de 1888. En el texto de la patente, Loud explica que su “invención consiste en un depósito de tinta mejorado, especialmente útil entre otros propósitos, para marcar superficies ásperas –como madera, papel rugoso, y otros artículos- que una pluma no lo puede hacer”. Loud trabajaba con pieles y necesitaba un instrumento de escritura para marcarlas.
Loud utilizaba un cilindro con la tinta, una bola metálica gruesa en el extremo para escribir y otras dos bolas de menor diámetro para que, junto a la grande, se deslizaran y no se atascaran. A estas últimas bolas las llamaba “anti-fricción”. Era difícil fabricar estas bolas y Loud fabricó algunos ejemplares de su invento pero nunca lo comercializó.
En los años siguientes, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se presentaron varias patentes con el mismo sistema de bolas e, incluso, se fabricaron algunos de estos instrumentos de escritura, pero todos ellos tuvieron poco éxito. Las patentes se presentaron en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, Checoslovaquia y otros países.
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En los años treinta se empieza a conocer al húngaro Laszlo Jozsef Biro, nacido en Budapest en 1899 y un verdadero “hombre del Renacimiento” tal como lo considera Henry Gostony, experto norteamericano en bolígrafos. Había estudiado medicina, era escultor, practicaba la hipnosis, pintaba, y era escritor y periodista y, además, inventor, que es lo que aquí nos interesa. Habían desarrollado una lavadora, un cambio automático para coches, la levitación magnética para trenes, un explosivo inflamable que luego sería el napalm, un método de separación de isótopos,… y, así, hasta 32 patentes.
Lazslo y su hermano György, químico, inventaron un instrumento de escritura con la bola en el extremo del cilindro para la tinta. Al diseño de Loud, con su bola central grande y las pequeñas alrededor para evitar una fricción excesiva, añadió un conducto de muy poco diámetro para llevar la tinta desde el depósito hasta la bola central. Así, consiguió que la tinta llegara a la bola por la gravedad y, además, por capilaridad al ser el conducto muy estrecho. La tinta, mejorada por György, el hermano químico, era muy viscosa para evitar los derrames y la evaporación pero, también, debía secarse lo más rápidamente posible en el papel.
Sin embargo, no consiguió que su invento interesara a financieros y fabricantes. Por casualidad, en un viaje por vacaciones en el Lago Balaton, en Hungría, o, según otros autores, en una estancia en los Balcanes, en Yugoeslavia, por su trabajo como periodista (era editor de un periódico con una tirada muy baja), una persona se interesó por aquel extraño instrumento de escritura que Biro utilizaba. Era el Presidente de Argentina Agustín Justo que le invitó a trasladarse a su país y, allí, montar una fábrica y comercializar su invento.
Era 1938 y, en principio, a los hermanos Biro no les interesó el viaje a Argentina, pero se veía venir la guerra en Europa y eran judíos. Huyeron a París en 1940 pero, cuando los nazis llegaron a la ciudad decidieron marchar a Argentina. En París habían conocido a un financiero, también húngaro, Johann Georg Meyne, dedicado a negocios de importación y exportación, que les ayudó a escapar y les acompañó a Argentina. Trabajaron juntos en el desarrollo del invento de Biro y se convirtió en uno de sus mejores amigos.
En Buenos Aires, Laszlo Jozsef Biro se convirtió en Ladislao José Biro, su hermano György fue Jorge Biro, y a Johann Georg Meyne se le conoció como Juan Jorge Meyne. Ladislao José Biro fundó la empresa Biro-Mayne-Biro, con su socio y su hermano.
Para 1943 ya tenían un modelo que funcionaba y al que llamaron Eterpen. Los hermanos presentaron la patente en Estados Unidos y se les concedió la certificación el 11 de diciembre de 1945 con el número 2390636. Antes, desde Hungría, habían patentado el invento en su país y en Suiza en 1938, en Francia en 1939, y, más tarde, desde Argentina, en ese país en 1940 y 1947.
Los hermanos Biro lo llamaron “esferográfica” pero se popularizó, sobre todo en Argentina pero también en muchos otros países, como biro, por el apellido de su fabricante. Poco después apareció el término bolígrafo que, por lo que sé hasta ahora, llegó desde España. El industrial catalán Amadeo Arboles registró en 1946 la marca “bolígrafo” a nombre de su madre Antonia. Al principio se le conoció como “pluma atómica” pero, en 1960, el término “bolígrafo” y el instrumento habían sido aceptados por el público y eran de uso común.
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Pero volvamos a 1943, en plena guerra mundial. Henry Martin, que había ayudado en la financiación del invento de Biro, le compró los derechos y contrató la venta de miles de bolígrafos a la RAF, la Real Fuerza Aérea inglesa, para usarlos en sus bombarderos. Funcionaban bien en altura, no les afectaban los cambios del clima y llevaban tinta que no se secaba y duraba mucho tiempo. Eran evidentes sus ventajas para el uso militar.
Llegó la noticia al Departamento de Guerra de Estados Unidos y, después de probarlo, se lo ofrecieron a las compañías Eversharp, Parker y Sheaffer y, aseguraron que, si los fabricaban, se los comprarían. En agosto de 1944, comenzó la fabricación en la Sheaffer.
Entonces entra en nuestra historia Milton Reynolds, de Chicago. Unos seis meses después de la decisión del Departamento de Guerra, Reynolds se interesó por el invento. Era un empresario, nacido en Minnesota, que había invertido en muchos negocios e inventos, y se había hecho millonario y, también, se había arruinado unas cuantas veces. Por ejemplo, fue uno de los primeros inversores en Syntex, la empresa pionera en la píldora anticonceptiva.
Mientras tanto, en Argentina y en 1944, Biro había cedido los derechos del bolígrafo o, mejor, del biro, para Estados Unidos a las compañías Eversharp y Eberhard Faber por dos millones de dólares. Comercializaron el invento con la marca Birome, de Biro y Meyne, y lo llamaron esferográfica.
Reynolds vio, en un comercio de Chicago, unos de los escasos bolígrafos de Biro. Era uno de los fabricados en Inglaterra por la compañía Miles-Martin para la RAF. Reynolds creyó en la importancia del producto y pensó que tendría unas grandes ventas al acabar la guerra. Declaró que era el sueño de los inversores. Viajó a Buenos Aires para conocer a Biro e investigar el origen de aquel producto tan sugestivo y que veía con un gran futuro. Allí se encontró con que los derechos ya eran de Eversharp y Eberhard Faber y volvió a Chicago dispuesto a fabricar su propio bolígrafo.
Contrató a un par de expertos ingenieros mecánicos y fabricó un prototipo de bolígrafo que no era exactamente igual al que vendía Biro. Este tenía la patente en Estados Unidos y Reynolds no lo podía copiar. En el bolígrafo de Biro, la tinta llegaba a la bola por gravedad y capilaridad pero, en el de Reynolds, solo lo hacía por gravedad. Y Reynolds era un genio de las ventas y lo anunció por todas partes. Decía, entre otras cosas, que “escribe bajo el agua”. Además, en años anteriores, Reynolds había vendido otros productos a muchas tiendas y grandes almacenes y, por ello, tenía una buena lista de posibles clientes con sus encargados de compras. Contactó con Gimble, unos grandes almacenes de Manhattan, firmó con ellos una exclusiva y les vendió 50000 bolígrafos que todavía no había fabricado. Volvió a Chicago y buscó una empresa para fabricarlos. La producción comenzó el 6 de octubre de 1945 y, solo 23 días después, los primeros bolígrafos Reynolds se vendía en Gimbel, en la tienda de la calle 32 de Manhattan con fecha 29 de octubre de 1945. El precio era de $12.50, aunque solo costaba 80 centavos fabricar cada unidad. Se convirtió en el perfecto regalo de Navidad de aquel año. Hacía mes y medio se había rendido Japón y había terminado la Segunda Guerra Mundial.
Para fabricar su bolígrafo Reynolds fundó la Reynolds International Pen Company. Consiguió, después del estreno del 29 de octubre, vender ocho millones de bolígrafos en seis semanas y por valor de $5.3 millones en tres meses. La compañía Eversharp, que tenía los derechos de la patente de Biro, denunció a Reynolds por copias su producto, y Reynolds contraatacó con una denuncia contra Eversharp por restringir la libertad de comercio. No he encontrado datos exactos de quien ganó todos estos juicios pero, está claro, todos se beneficiaron de la publicidad que despertaron. Era lo que se llamó la “guerra de los bolígrafos”. Fue cuando Eversharp fundó Parker, y un socio de Reynolds, Paul Fisher, creó Fisher, compañías que compitieron con Reynolds y todavía se mantienen en el mercado.
Cuando Eversharp empezó a vender sus bolígrafos con licencia Biro, era mediados de 1946 y el mercado ya era de Reynolds. Además, llegaron al mercado más de 150 firmas vendiendo cada una sus propios bolígrafos. Los compradores pronto detectaron que los bolígrafos Biro de Eversharp no eran tan buenos como los de Reynolds. Lo mismo pasaba con muchos de los bolígrafos de otras marcas: eran malos, las ventas cayeron y el precio comenzó a bajar desde aquellos extraordinarios $12.50 del primero de Reynolds. Sin embargo, las ventas, en número de bolígrafos vendidos crecían vertiginosamente: casi nada en 1949, 50 millones en 1951, 300 millones en 1957, 475 millones en 1958, 650 millones en 1959, 900 millones en 1061, y 1000 millones en 1962.
Pronto Reynolds comenzó a exportar sus bolígrafos a todo el mundo y, sobre todo, a Europa donde había dinero para comprarlos. Pero fue en Francia, en concreto, donde apareció el que conseguiría colocar un bolígrafo en el bolsillo de casi todos los habitantes de nuestro planeta. Se llamaba Marcel Bich y, con Edouard Buffard, fundó en Clichy, Francia, una empresa que fabricó un bolígrafo de plástico en 1948. Lo comenzaron a vender en Francia en 1953 con la marca, ahora famosa, de BiC, pensada solo con quitar la h del final del apellido del fundador. Era de plástico transparente y de sección hexagonal, lo que facilitaba el agarre y escribir con precisión por el usuario. La bola es de tungsteno según una patente sueca. Las bolas del bolígrafo de Biro eran de acero inoxidable y se fabricaban según técnicas de los relojeros suizos. El BiC escribe entre tres y cinco kilómetros de tinta.
En 1958 compró Waterman y entró en el mercado de Estados Unidos. Fue el modelo Cristal el primero que se vendió en aquel país. En la actualidad, BiC vende 20 millones de bolígrafos al día, unos 57 por segundo, y la empresa ha declarado que, en toda su historia, habían vendido 100000 millones de bolígrafos.
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EDUARDO ANGULO
“Historia del bolígrafo”
(cultura científica, 13.05.18)