La historia del color carne

Publicado el 14 abril 2015 por Fabianscabuzzo @fabianscabuzzo

(Por Alejandro Campos) Mi particularidad es el no existir. Soy ese color que recibe la penitencia y el horror de ser llamado por la singularidad del tono de piel de la raza dominante; soy el color carne. Detente un momento a pensar, ubica mi tonalidad, mi mezcla de colores primarios. ¿Cuándo has visto a una persona cuya piel sea "color carne"? Absurda ironía.

Rojo, efervescente y agitador me dice que soy producto de una conspiración racial de occidente en donde se enseña a los niños a discriminar a través de algo tan simple como los colores. Azul, mucho más conciliador, me habla sobre este hecho. En sus frecuentes erudiciones me dice que soy la concepción de la falta de una palabra que defina quién soy, o de una historia que explique cuál es el incidente detrás de mi creación. Azul no lo dice pero veo en sus ojos la palabra abominación.

Dorado, aquel que guarda las tradiciones y costumbres de los viejos pueblos, me consuela al contarme de aquellas culturas que me concebían como un verdadero color, con nombre, atributos e importancia propia. Suspiro profundamente pero no logro recordar mi propio pasado glorioso.

Heme aquí, al borde del color, desconociendo mi propia historia, carente de identidad y con pocas esperanzas hacia el futuro. Pienso en todos los probables "color carne" que han de existir entre tanta multiculturalidad, tantos colores hermanos que sufren mi propia condena o viven en la dicha al poseer una identidad real. ¿Buscar redención? ¿Con quién? ¿Con el Creador? Nadie lo ha visto jamás, pero hay quienes aseguran que existe, otros menos crédulos viven sin la premura del pecado y la culpa. Yo, por mi parte, he de vivir de mi inexistencia, mi condena y de mi mala memoria.

El desasosiego y el crecimiento de una profunda tristeza dentro de mí encaminan mis pensamientos hacia una sola dirección: la posibilidad de un cambio. Siempre he admirado a Rojo, a pesar de su mente que proyecta las más estrepitosas conspiraciones, es un color de carácter, honor, poder y gloria. Ante el resto de los colores no inspira sino respeto y admiración, aunque haya quienes lo tilden de loco y maniático. ¿Qué posibilidades tiene uno de cambiarse a si mismo? De ir en contra de esa naturaleza, esa esencia, esos principios y esa mezcla que terminan por definirlo a uno mismo. "Los colores nunca cambian" reza uno de los proverbios más conocidos de Dorado, sin embargo hasta él podría equivocarse. Es bajo este desesperado pensamiento que recuerdo la vieja leyenda de nuestro pueblo; el godete de colores. Cuentan los más viejos colores, Blanco y Negro, que nacimos, como consecuencia de la experimentación del Creador en una pequeña superficie de madera en donde el universo se fusionó en una infinidad de gama de colores, de ahí venimos todos y a allí eventualmente todos iremos a parar. Sólo se necesita dejarse de ir, renunciar a nuestra propia condición, a nuestra existencia y seguir.

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Un dolor de cabeza ocasionó que volviera a un estado consciente, sin embargo y a pesar de mi letargo, noté que algo había cambiado dentro de mí. Al saberme distinto, transformado, me apresuré a llegar a un ojo de agua que yacía cercano a mí y en él me vi reflejado. Noté que mi reflejo me transmitía cierta intranquilidad pero harta curiosidad. Me vi en ese momento efervescente, rebelde y subversivo; me miré Rojo Escarlata. Me percaté que las preocupaciones sobre mi propia inexistencia carecían de fundamentos ahora que poseía una identidad propia, un poder y una historia propia. No sería más el color desdeñado por los artistas, el color confundido de los niños ni el color producto de una incongruencia social. Me había convertido en aquello que siempre había deseado, ser alguien más.