Revista América Latina

La historia del primer profesional en Informática de Mendoza que hoy vive en una situación que limita con la pobreza

Publicado el 24 abril 2012 por Mariosimonovich
Vivo en un terreno prestado en una casilla de madera de 7 por 2 metros, sin gas natural ni agua caliente. Me alimento de lo que cultivo en mi pequeña huerta. Ya no me alcanza para ir al súper a comprar lo indispensable. Tengo estudios de post-grado de Master y Doctorado.
Hace cuarenta minutos tomé un café en el YPF de Lavalle, haciendo tiempo para venir aquì, a Jocolí, a dar mi clase semanal de Lengua. Estaba leyendo Los Andes y quedé impactado con la carta de lectores titulada "Casi Justicia Social", al punto que decidì actualizar este blog desde la primitiva Internet de la escuela Tito Francia para que la historia de Daniel Martín se conozca màs.
Hace una semana y media escuchaba en Parque Norte, Buenos Aires, el testimonio de un chileno profesional que habìa perdido todo con el terremoto en Concepciòn. Fue durante la visita al país de Emaús, la presidenta del movimiento Focolares. El momento màs doloroso fue cuando dijo que teniendo diploma tuvo que hacer cola para pedir comida. El caso que ahora conoceremos de Daniel tiene otra trascendencia, porque no se trata de una vìctima de un sismo, sino de dos cosas concretas: la marginalidad con que viven muchos expertos de la informàtica que pese a su experiencia hoy no se los tiene en cuenta en el àmbito laboral, màs la inseguridad y la inflaciòn que parece no tener fecha de vencimiento en Argentina. Entre otras cosas me impactò porque yo tambièn estoy intentando abrir un camino propio en la informàtica y al igual que èl, mi madre tiene Alzheimer y mi papà muriò por una negligencia médica en un hospital privado, que fue la Sociedad Española de Socorros Mutuos de la calle Lavalle. Una historia que duele y que tendrìamos que hacer algo para que no siga siendo asì. Es la experiencia, la dura y triste experiencia, como mensaje, y que los diarios tendrían que aprovechar la riqueza de su historia para convertirla en un relato informativo con galería de fotos, más que una indiferente carta de lectores:
Creo representar a miles de personas sin voz, sumergidas en el dolor, agotadas de pedir respuestas o sin posibilidades de contactarse con los medios de comunicación, quienes están bajo la línea de pobreza o son indigentes. Y los hay, y muchos, aunque Cristina no los quiera ver.
Tengo 52 años, fui el primer profesional recibido en Informática en Mendoza, tengo estudios de post-grado de Master y Doctorado. Fui organizador y presidente de Congresos y Exposiciones Internacionales. Estudié en universidades privadas (no le debo nada al Estado). Siempre pagué mis impuestos. Alguna vez tuve casa propia, familia, y un auto importado. Ya no los tengo. Hace 4 años que estoy desocupado. Las personas de más de 40 años ya somos viejas y no servimos para los chicos-gerentes de veinte o treinta.
Fui víctima de la inseguridad. Me robaron 5 veces en un año, me desvalijaron toda mi casa. Luego me la usurparon. El usurpador era un policía amigo del comisario de Chacras. Cuando se hizo presente el oficial de justicia para la restitución (lo que debía ser un secreto), el policía ya tenía todo cargado en un camión y se estrechó en un abrazo con el comisario.
Matías Quiroga era y lo seguirá siendo, hijo de mi amigo Oso, con quien tuve el honor de compartir ser Campeones Argentinos de Remo. Lloré mucho a Matías, sentí que podría ser mi hijo. Mientras tanto, el Juez Mathus, como el ex Juez Romano, quien disfruta de las playas de Reñaca, y muchos otros jueces y funcionarios directa o indirectamente culpables, gozan de muy buena salud, despilfarrando nuestro dinero.
Creo ser un buen padre. El ex gobernador Jaque le prometió a mi hijo Leonel que devolvió una billetera con 20 mil dólares a su dueño, una beca para todos sus estudios. El gobierno de Pérez no respeta la palabra de quien lo llevó a ser gobernador. Ya a Leonel nadie lo recuerda y no sirve para hacer proselitismo, ni tapar o cubrir promesas rimbombantes acerca de hacer desaparecer la inseguridad utilizando el famoso mapa del delito de Jaque.
El Sistema de Salud estatal y público es indignante, denigrante, injusto. He aprendido a levantarme a las 4 o 5 de la mañana para pulular entre miles de personas por los centros de salud y hospitales públicos (algunos enfermos, ancianos, o madres con sus bebés pasan la noche en la puerta) para intentar ser uno de los 4 o 10 agraciados con el premio de un turno para que una semana después un doctor llegué a la hora que quiera y atienda ese numerito en 10 minutos y una hora después se retire (los mismos que después hacen paro y no nos atienden cortando calles exigiendo miles de pesos e ítems como riesgo de insalubridad y otras cosas increíbles).
También suelen llamar para ver si hay alguien con alguna urgencia porque si no, no viene a atender porque le duele la cabeza o cualquier otra excusa.
Para cada consulta o estudio, hay que pagar (¿la cooperadora?). Para hacerme unos análisis de sangre en el Hospital Central me pidieron $50 (creía que debía ser gratuito, qué tonto soy). El resultado estará dentro de 16 días. No importa, total mi enfermedad espera. Espero que antes no me desangre, tenga un derrame o me dé un ataque.
La radiografía no me la pueden hacer porque el aparato está roto desde hace 5 meses. En el Lagomaggiore no me la quieren hacer porque soy paciente del Central (ah, es como un partido de fútbol Lago vs. Central).
Mi madre falleció de Mal de Alzheimer en el hogar San Vicente de Paul, que el Estado no hizo nada para que no lo cerraran. A mi padre lo mataron por mala praxis en el Hospital Español, uno de los más prestigiosos de la provincia (sí, ya se, este es privado, pero igual el Estado debería hacer algo para controlarlos y protegernos).
Vivo en un terreno prestado en una casilla de madera de 7 por 2 metros, sin gas natural ni agua caliente. Me alimento de lo que cultivo en mi pequeña huerta. Ya no me alcanza para ir al súper a comprar lo indispensable, porque los precios suben todos los días, aunque el Indec, Moreno y Cristina, otra vez, no lo quieran ver. No hace falta que autoricen los aumentos.
Aún así, soy feliz, ya que no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita, y vivo sumergido dentro de una utopía esperando que algún día nuestros gobernantes sean un poco más creativos, sensibles, y justos permitiéndonos vivir una vida y una vejez (o por lo menos la viva Leonel o sus hijos) en un nuevo país con algo mejor que, parafraseando a nuestro amigo ex callejero, una…   Casi Justicia Social.
Daniel Martín - DNI 13.806.592

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