La historia es tozuda.

Publicado el 21 octubre 2010 por ArÍstides


LA MENTIRA ARRASTRA A LOS NECIOS POR LA CONTINUA VULGARIDAD. B. Gracián

Hay ocasiones en las que pienso que viajo con los papeles de un país de iletrados y olvidadizos. No puede ser de otra manera, cuando leo que su majestad regia acudió el mes pasado a la conmemoración del bicentenario de la primera sesión de las Cortes de la Isla de León (San Fernando). Y allí, en el lugar en el que los diputados comenzaron a redactar la constitución de 1812, don Juan Carlos -rodeado de la corte celestial de acompañantes- apeló al espíritu de las Cortes de Cádiz.

Y es que la historia de la Pepa se repitió en sus carnes. La primera constitución española proclamaba la monarquía constitucional, lo que generó tensiones sucesorias entre Carlos IV y su hijo Fernando VII (el Felón) a favor de Napoleón y su hermano José I (Pepe Botella) quien al final sería el elegido hasta que al pueblo, harto de tanto afrancesado, le hizo salir por patas. Algo parecido ocurrío con Don Juan Carlos. Las disputas sucesorias entre él y su padre en Estoril son conocidas y sólo se resolvieron a favor del primero cuando el golpista y Caudillo Franco eligió a favor del hijo. Fue pues, otro usurpador, al igual que Napoleón, quien eligió la línea sucesoria.

La historia tiene su aquel cuando un Borbón -Fernando VII- dos años después promulgó un decreto que declaraba nulos y sin efecto alguno toda la obra de las Cortes de Cádiz y quien en 1830 instituyó la Ley de Pragmática Sanción de quien es heredero el artículo de la actual constitución que aparta a las mujeres del trono. Las dos constituciones, la actual y la Pepa, proclaman la división de poderes, la monarquía constitucional y el sufragio universal al que nunca se sometieron los monarcas.

Debiera andarse con tiento su majestad al vitorear el espíritu de dicha Constitución, porque el maltrato que dieron sus antepasados a las Cortes de Cádiz devino posteriormente en las sangrientas guerras carlistas como consecuencia de no reconocer el poder suficiente a las Juntas Provinciales, y posteriormente las sucesivas alternancias republicanas y monárquicas -con abdicación incluida al trono de abuelo Alfonso XIII- que tanto atraso trajo al país.