No tengo vergüenza. La gente se agolpa y deja mensajes que supuran una amarga mezcla de cierta manía y cierta impaciencia. Mucha gente: tanta como en esas películas donde el amo de la casa que se está incendiando ha de abrirse paso entre la multitud y convencer a los bomberos de que le dejen atravesar el cerco (esa cintita de plástico amarillo tan endeble pero tan socorrida) porque la que se quema es su casa. Bueno: el tiempo. El tiempo que empleo en otras cosas más mundanas que la escritura compulsiva de mis devaneos. El tiempo que es oro y el tiempo que es un canalla. Cómo noto que llevo un tiempo sin escribir con espíritu desprendido de algo que no sean libros o discos. Joder. Cómo lo noto. Cuando se acercan muchas cosas y a la vez otras se alejan, lo cual viene a darme la idea de que el universo es, al menos para las personas, bidimensional. Atrás o adelante, izquierda o derecha. Sí: hago un hueco para el mantenimiento de la carcasa. Comer y descansar. El espíritu: los libros que ya ni hace falta que salgan aquí, que insisto que los de UnLibroAlDía ya están llegando conmigo a extremos grotescos. Lee lo que quieras, hasta auténticas porquerías. Despáchate a gusto, vomita en un rincón y ponlo todo perdido que ya enviaremos a alguien a que pase la fregona. Joder, qué individuo adorable el Santi este. La cuestión visual: pero si hasta vi Argo, por primera vez en largos meses una película nueva y no una reposición de tarde aburrida de domingo en un canal de mierda. Ah: y Walter White: esa cita sí que me tiene ahí, cada martes sus tres cuartos de hora para que yo vaya comprobando el lento posicionarse de las piezas sobre el tablero. Para que yo elucubre de que igual sería un buen tema el hablar acerca de cómo ciertas series modernas han entronizado la figura del hombre de mediana edad y escaso atractivo a priori que decide tomar las riendas y revelarse como el auténtico héroe del nuevo milenio. Si, llamese Don o Tony o Walt, tipos con barriga o con gafas o con enfermedades de mucho cuidado que se convierten en paradigmas del hombre medio: el que ya tiene más vida por detrás que por delante, el que tiene que mirar la etiqueta de lo que come, el que cada año por estas fechas piensa si no debería pasarse por un gimnasio para hacer algo más que estar sentado ante un teclado, o en un sofá, o en una sala de espera, o donde sea, porque eso es lo jodido, la edad en que ya no queremos estar estirados sino sentados. Que de eso a echar comida a las palomas hay medio paso.