La hora atómica. Rubén Lardín

Publicado el 26 junio 2017 por Revista PrÓtesis @RevistaPROTESIS
Viste de negro y sin moda para hacer ver que es un tipo de la calle

Sin rumbo, deseando perderse

Sinj La ciudad de Rubén Lardín es Barcelona, pero podría ser cualquier otra; y quizás el propio Rubén Lardín podría ser también cualquier otra persona. Hay en esta Hora atómica un deseo de fundirse con la nada que nos rodea y de pensar con los dedos; porque Lardín piensa al mismo tiempo que escribe y escribe al mismo tiempo que piensa; y lo hace con cierto desdén, con el interés justo por un siglo XXI plagado de pequeñas catástrofes que hemos pasado por alto. Lardín se deambula por una ciudad que no sabe que está en ruinas y se divierte jugando con las películas, los cómics y los libros que dejó esa extinta civilización que es la nuestra.
No existen capítulos en La Hora atómica, solamente hay espacios en blanco que posiblemente sean los momentos en los que a Lardín no le apetece escribir. En esos espacios en blanco quizás suceda una novela, pero todo eso no le interesa a esta narración sin historia que se despliega como una radiografía desenrollada en la que vemos las blancas entrañas de un hombre soltero que bordea los cuarenta años. Un hombre de inverosímil normalidad, que sería escéptico si no descreyera de tal condición y que consigue estar perdido sabiendo exactamente donde está.


elogio del paseante

Baudelaire hizo una definición muy parca de flâneur, escribió que es un caballero que pasea por las calles de la ciudad; lo que no llegó a decir es que es un hombre sin rumbo, que solamente tiene una idea muy vaga de por dónde le conducirán sus primeros pasos, pero que luego está dispuesto y, por supuesto, desea perderse. En este perderse La hora atómica se encuentra a gusto, en un tic tac radiactivo plagado de impresiones y lugares. Rubén Lardín es este flâneur indolente y algo dandy a su pesar, que viste de negro y sin moda porque se camufla para hacer ver que es un tipo de la calle. Pero no, probablemente no lo sea. Y, tampoco se engañen, este artefacto con forma de novela tampoco es un novela. ¿O no recuerdan aquel cuadro de Magritte con la inscripción Ceci n'est pas une pipe?
Fulgencio Pimentel, 2017Compra en Casa del Libro
Alberto Ávila Salazar