Sin rumbo, deseando perderse
Sinj La ciudad de Rubén Lardín es Barcelona, pero podría ser cualquier otra; y quizás el propio Rubén Lardín podría ser también cualquier otra persona. Hay en esta Hora atómica un deseo de fundirse con la nada que nos rodea y de pensar con los dedos; porque Lardín piensa al mismo tiempo que escribe y escribe al mismo tiempo que piensa; y lo hace con cierto desdén, con el interés justo por un siglo XXI plagado de pequeñas catástrofes que hemos pasado por alto. Lardín se deambula por una ciudad que no sabe que está en ruinas y se divierte jugando con las películas, los cómics y los libros que dejó esa extinta civilización que es la nuestra.No existen capítulos en La Hora atómica, solamente hay espacios en blanco que posiblemente sean los momentos en los que a Lardín no le apetece escribir. En esos espacios en blanco quizás suceda una novela, pero todo eso no le interesa a esta narración sin historia que se despliega como una radiografía desenrollada en la que vemos las blancas entrañas de un hombre soltero que bordea los cuarenta años. Un hombre de inverosímil normalidad, que sería escéptico si no descreyera de tal condición y que consigue estar perdido sabiendo exactamente donde está.
elogio del paseante
Fulgencio Pimentel, 2017Compra en Casa del Libro
Alberto Ávila Salazar