Se puede dar así la notable paradoja de que la fuga de Puigdemont a Bélgica terminará teniendo premio. Sus compañeros de fatigas que se quedaron en España y afrontan en la cárcel las consecuencias de sus acciones, podrían ser juzgados por rebelión además de por malversación. La misma suerte que Puigdemont podrían tener los cuatro consejeros que huyeron con él, en libertad los cuatro también a la espera de lo que decidan los jueces belgas y escoceses sobre las acusaciones de rebelión que les imputa Llarena. Incluso se abre ahora la posibilidad de que Puigdemont quede habilitado para ser investido presidente de la Generalitat ya que la eventual inhabilitación para cargo público no se produciría hasta que su sentencia por malversación agravada fuera firme.
Si el juez Llarena fue demasiado lejos acusando al ex presidente de rebelión - que requiere el empleo de la violencia - en lugar de sedición - que no lo requiere -, tal vez no sea lo más relevante. Habría que empezar por comprobar si la legislación alemana prevé la sedición y con qué requisitos, con lo cual la decisión de los jueces alemanes podría haber sido la misma. Doctores tiene el Derecho para descender a esas disquisiciones leguleyas. Lo relevante es que que el fallo alemán pone claramente de manifiesto al menos dos cosas. La primera, que los sistemas judiciales de España y Alemania han actuado según su leal saber y entender a la hora de interpretar la legislación de ambos países. De hecho, la fiscalía alemana ya ha anunciado que recurrirá el fallo al entender que sí se podría acusar a Puigdemont de rebelión en ese país.
Montar en cólera por la posición de la fiscalía o alegrarse por la de los jueces, como han hecho los independentistas, es simplemente demostrar que la independencia judicial sólo les interesa cuando favorece sus posiciones políticas. Aunque eso no es nada nuevo, como ponen de manifiesto sus hipócritas apelaciones a la Constitución Española o al Tribunal Supremo a pesar del ninguneo y el desprecio con el que reciben sus decisiones. La segunda conclusión, tan importante como la anterior, es que este revés debería ser un aldabonazo para que Mariano Rajoy entienda que un problema político tiene que buscar un camino político, sin que ello implique necesariamente renunciar a la acción judicial.
Los independentistas, que hoy celebran la libertad de Puigdemont, deberían también asumir un mínimo de cordura y poner fin a esta disparatada comedia que vienen representando desde hace meses con el más completo desprecio hacia los problemas del pueblo en cuya bandera se envuelven de la noche a la mañana. Sin embargo, lo que seguramente pasará es que Rajoy seguirá dejando que los jueces le hagan su trabajo y los independentistas continuarán disponiendo de munición de sobra para alargar su pulso indefinidamente. La hora de la política sonó hace mucho y nadie la quiso escuchar y de aquella sordera deliberada derivan reveses judiciales como el de ayer.