Resulta cuando menos paradójico que algunos políticos recibieran con tanta complicidad y entusiasmo las protestas de los ciudadanos -hasta ahora súbditos- en algunos países del Norte de África y que hoy, con igual o más intensidad, pongan en duda o desacrediten las manifestaciones de miles de ciudadanos españoles en numerosas ciudades, demandando a sus representantes un cambio de talante, una variación de su relación con la ciudadanía, un discurso fresco y transparente, una reforma estructural en sus políticas sociales y económicas. El que escribe no ve en estas manifestaciones populares sino un explícito ejercicio de democracia, tan legítimo y necesario como nuestro derecho al voto. No existe manifestación más pura de democracia que la voz viva, sin injerencias, del pueblo soberano, hablando con pluralidad cómo y dónde desee. Hace mucho tiempo que no somos testigos de un clamor popular tan tácito y justificado, vindicando otra forma de hacer política. Estas próximas elecciones deberían ser una exaltación plural y libre del ejercicio sano de nuestro derecho como ciudadanos a la disensión, al cabreo, a las dudas, al reclamo sincero de medidas que se pongan al servicio de todos y cada uno de los españoles. No solo votando ejercemos nuestro derecho democrático. Alzar la voz libremente (isegoria) es y ha sido siempre la esencia misma de toda democracia. Acallarla es un intento vano; resurgirá en foros, bares y casas. Una nueva ciudadanía reclama ser escuchada.
El pepé, alérgico a toda movilización social que no sea la derogación de leyes que defienden la libertad moral de la ciudadanía, estigmatiza estas protestas pacíficas tildándolas de confabulación izquierdosa, desacreditando con ello la legitimidad constitucional de las mismas y demostrando una evidente falta de sensibilidad y escucha hacia la ciudadanía a la que se debe y de la que espera su confianza en los próximos comicios. Es hora de que la clase política escuche y calle. Llevamos semanas oyéndolos a ellos blandir sus promesas en los medios. Por una vez, escuchad. Salid a la calle, mezclaos con las personas a las que debéis vuestra profesión y vuestro sueldo. Tomad nota de sus demandas y sus esperanzas de futuro. Y sed valientes. Se nota mucho cuando un político busca su autocomplacencia o la cabeza del oponente antes que servir al pueblo. Arriesgaos, reconoced los errores y no cedáis ante las voces de sirenas del escaño. Odiamos la mentira, estamos cansados de oír repetir siempre la misma cantinela programática. Necesitamos menos palabras y más honestidad y creatividad.
Por primera vez, un periodo electoral se ha convertido en un verdadero diálogo entre políticos y ciudadanos y no en un monólogo. El temor de la Junta Electoral de Madrid a que estas manifestaciones influyan en el voto de los ciudadanos denota una falta de confianza en el buen criterio e inteligencia del electorado. No en vano, el Constitucional ha avalado el derecho a manifestarse durante la jornada de reflexión. Muchos políticos olvidan que el comienzo de nuestra democracia se expresó a través de la imagen de miles de ciudadanos saliendo a la calle, celebrando con ilusión su derecho a expresarse y decidir, a converger y disentir, sin miedo a que nadie les vete su libertad. Hoy tenemos la oportunidad de hacer de este gesto ciudadano una señal de futuro.
Ramón Besonías Román