La hora del medicamento

Por Gabriel Benítez @BrazosMi

Estamos llegando ya al verano. ¡Bendita estación! Hay muchos que prefieren el invierno, lo sé, pero yo soy de verano, de largas tardes con amigos y ahora con mi familia, de vacaciones y buen tiempo, de atiborrarme de helados, de sentarme a cenar en terrazas, de ir a la piscina o la playa... El calor es un mal menor, no me afecta demasiado.
Por fin, dejamos atrás el frío. Este año, tenía ya ganas de que se fuera y puede que más que nunca. Muchos padres me comprenderán. El resfriado en un niño pequeño, muchas veces acaba en bronquitis, ya que sus vías respiratorias son estrechas y la mínima congestión en ellas, puede llegar a producirla.
Este invierno ha sido muy duro para el crío en cuanto a eso. Ha llegado a estar hospitalizado casi una semana y todo. Por suerte, su pediatra sabe lo que hace y tiene una buena solución para evitar las temidas bronquitis (que los papás consulten cada uno a su pediatra, yo sólo transmito mi experiencia como padre 😉). Este remedio se basa en administrarle al crío un antihistamínico y un aerosol. No será la solución más acertada para muchos, pero mi hijo no ha vuelto a tener una bronquitis en cinco meses.
Hace unos días, con la llegada del buen tiempo, hemos ido aplazando y recortando las tomas del antihistamínico para que dejara de tomarlo. Hemos hecho lo mismo con el aerosol y, finalmente, ya nos hemos deshecho de ellos. Espero que podamos olvidarnos de ellos por una larga temporada…

De la tortura al juego


El pobre, los primeros días lo pasaba mal. A un niño de poco más de un año (era la edad que tenía cuando empezó el tratamiento), ¿cómo le explicas que tiene que ponerse una cámara que le tapa boca y la nariz por donde aspirar el aerosol? Lo del antihistamínico fue más fácil, bastó con mezclarlo con la comida. Además, da cierto sabor a fresa y ya en los últimos meses se lo tomaba directamente de la cuchara.
Sorprendentemente, tras una semana o poco más, dejó de llorar. Eso que a mí me parecía más una tortura que otra cosa, acabó convirtiéndose en un juego para él. O, dicho de otra forma, en un ritual al despertar y antes de irse a dormir. Con la tontería, aprendió a contar del uno al diez, que eran los segundos que le manteníamos la cámara puesta, y al quitársela aplaudía; después, llegaba el antihistamínico en jarabe, el cual estaba dulce, así que le gustaba; y, por último, su biberón. ¡Qué alivio que se tomara todo eso de tan buena forma!
¿Cómo han pasado vuestros hijos el invierno? ¿Ha sido tan duro para ellos en cuanto a eso?