Durante ese histórico momento, millones de personas en el mundo entero guardaron unos instantes de silencio mientras reflexionaban sobre el costo terrible de la guerra: la pérdida de vidas y el sufrimiento. Se esperaba que «la Gran Guerra», como se la denominaba, pusiera fin a todas las demás.
A pesar de los numerosos conflictos militares devastadores que le han seguido, no ha disminuido la esperanza de lograr una paz duradera. Y la Biblia brinda una promesa esperanzadora y realista de que, un día, las guerras finalmente se acabarán. Cuando Cristo vuelva, la profecía de Isaías se hará realidad: «… no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra» (Isaías 2:4). En ese momento, la hora undécima pasará y comenzará la primera hora de paz permanente en un cielo nuevo y tierra nueva.
Hasta que llegue ese día, aquellos que siguen a Cristo deben ser representantes del Príncipe de Paz mediante su manera de vivir y en la diferencia que marcan en nuestro mundo.
La paz verdadera solo se logra en Cristo.
(Nuestro Pan Diario)