La hornacina y el libro

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

La aldea fue un pueblo en su día, y de cierta entidad, porque el casco urbano no es pequeño. Ahora quedarán diez o quince vecinos, viejos reviejos que toman el sol en sillas de anea mientras airean una y otra vez los mismos recuerdos. Aquí no hay alcalde y depende, administrativamente, de otro pueblo. El abandono se nota por todas partes: casas ruinosas, tejados caídos, huertos enmarañados, los huecos oscuros de puertas y ventanas que hace tiempo se pudrieron. La iglesia está cerrada a cal y canto. Hace años que no baja ningún padre a dar misa, me han dicho. En el huerto trasero hay un cementerio : árboles añosos, hiedras, zarzas, una alfombra de hojas muertas. Las tumbas están señaladas por herrumbrosas cruces de hierro o desmoronadas lápidas de piedra y, aún así, algunos ramos de flores, algunas cintas, desafían al olvido. Al fondo, en el rincón más umbrío, hay una lápida con una hornacina de cristal que guarda un libro. Un libro viejo, con la portada gastada por el sol y las inclemencias. No puedo evitar la tentación de abrirla, el candado roñoso no es obstáculo, y sacar el libro. Las páginas, húmedas y amarillentas, se desprenden al pasarlas. Busco el título: Vida y costumbres en Argentina, por un tal Ernesto Portales. La impresión es muy antigua, pero la fecha de edición es ilegible; sin embargo, más arriba puede leerse una dedicatoria: Con todo el cariño, te recuerda esta Navidad: Juan José. Diciembre de 1904.

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