Cuando somos niños, necesitamos tiempos de calidad con los padres que nos aporten apego, amparo, seguridad, valía y confianza en nosotros mismos. En mi anterior artículo, “El sentimiento de abandono…¿Cuándo se produce?”, describía varias circunstancias que pueden ocurrir para que los padres no puedan cumplir con este cometido. No solo el abandono físico, como un divorcio o el fallecimiento de los progenitores, puede influir para que este sentimiento pueda instalarse a lo largo de la vida del que ha sido abandonado, sino que también es probable que ocurra cuando, a pesar de haber presencia, los vínculos afectivos padres-hijos no están, están rotos o no son suficientes para que el pequeño crezca con una autoestima sana.
El sentimiento de abandono, hace que aparezcan distintas consecuencias, que pueden marcarnos durante toda la vida y que pueden influir en nuestros distintos entornos, tanto en el familiar, como en el laboral y el social, como un reflejo del daño que se produce en nuestro equilibrio interior, nuestro éxito personal y nuestra percepción en las relaciones que tengamos, tanto a nivel individual como a nivel grupal.
En este artículo voy a describir tres de ellas, que me parecen fundamentales por la huella profunda que es posible que deje a la persona que lo sufre. Después, dedicaré un nuevo artículo para analizar otras dos consecuencias claves, que pueden afectar gravemente a la forma en la que nos relacionamos con nuestros círculos cercanos, e incluso no tan cercanos.
El desamparo
Los abrazos, los besos, el hecho de que nuestros niños sientan que los padres escuchamos sus preocupaciones, el tener tiempo de juego para ellos, que puedan escuchar frecuentemente lo importantes que son para nosotros hagan lo que hagan, que podamos decirles todo lo que valen aunque se equivoquen, escuchar todo lo que les amamos por ser quienes son, dar importancia a sus sentimientos, el hecho de poder apartar el móvil o el ordenador cuando ellos nos requieren, dedicarles un rato exclusivo tras la jornada laboral en lugar de tirarnos al sofá, sustituir los juguetes que les regalamos para que jueguen solos, por actividades en familia… Todos esos actos hacia ellos, hacen que los niños se sientan amparados por sus padres, fortaleciendo vínculos sanos que propiciarán que el niño crezca sintiéndose amado, valorado y parte de su núcleo familiar.
Por el contrario, cuando éste tipo de actos no aparecen, es probable que surja en el niño un gran sentimiento de vacío, difícil de llenar. El sentido de pertenencia a su familia desaparece, porque su percepción es que todo lo que NO es él, es prioritario para sus papás, a los que apenas verá, o estarán siempre demasiado ocupados para él, o serán demasiado rígidos como para tomar a bien cualquier cosa que hagan, o para tomar en serio sus sentimientos. No se sentirá por tanto aceptado y querido. No se sentirá ayudado y protegido, sino indefenso y solo, ya que no percibirá que las personas que le tienen que cuidar le amparen, sino que les notará ausentes y/o lejanas. No se sentirá integrado ni dentro de ese grupo familiar, ni dentro de ningún otro, lo cual será una gran dificultad a nivel de relación con grupos externos a la familia.
Ese desamparo y ese vacío le irán acompañando a lo largo de su vida, como una gran herida emocional que queda por lo vivido, por lo que, cuando sea adulto seguirá manteniendo las creencias de que nadie será capaz de apoyarle, ayudarle o darle el amor y el calor humano que necesita, sintiéndose desprotegido y solo en el mundo, aunque realmente tenga personas que le brinden su apoyo y su cariño.
La autoestima cae y se dificulta la forma de relacionarse
Cuando un niño no se siente querido, vinculado y perteneciente a un núcleo familiar, el concepto de si mismo se distorsiona. Se sentirá rechazado y pensará que ocurre porque no tiene valía, por lo que no creerá que sea merecedor de afecto. Se sentirá inferior a los demás y actuará en base a esta creencia. A partir de aquí, puede que el niño actúe de varias maneras:
– Puede que trate de demostrar constantemente su valía tratando de ser perfecto, por lo que crecerá con una presión constante para crearse una gran capa de perfección que ocultará una gran inseguridad.
– También puede darse el caso contrario, es decir, su comportamiento puede llevarle a la búsqueda de la soledad, aislándose en su propio mundo, volviéndose un niño tímido y retraído que lo que esconde es un gran miedo al rechazo. En este caso, tenderá a relacionarse cada vez menos para evitar nuevos rechazos, volviéndose aún más “invisible” al mundo. Esto le conducirá a sentirse incómodo en grandes grupos, por lo que, será muy complicado para este niño cooperar de forma cómoda y activa en los mismos. Su creencia será que no querrán integrarle al no tener valía suficiente, sintiéndose rechazado en muchos casos, aunque la realidad sea otra.
A lo largo de nuestra vida, vamos arrastrando vivencias y formas de aprendizaje que en muchos casos son erróneas y dolorosas. Experiencias, sentimientos, emociones y comportamientos que se van transmitiendo de forma consciente o inconsciente de unas generaciones a otras. Todos, en mayor o menor medida, hemos sufrido algún tipo de carencia de nuestros mayores, que nos han hecho actuar de formas incorrectas. No se trata de culpar lo que nuestros padres o nuestros antepasados nos dejaron en herencia, porque tampoco sabían en muchos casos, lo que era beneficioso o perjudicial para los que aprendían de ellos. Tampoco se trata de obsesionarnos por todo lo que les puede ocurrir a nuestros hijos de lo que les vamos transmitiendo, de forma consciente o inconsciente, aunque si sería bueno analizar, que tipo de relación tenemos con ellos y qué podemos hacer para mejorarla. También sería positivo analizar de donde vienen nuestros actos y nuestras creencias, para poder avanzar en nuestro crecimiento personal, nuestra paz interior y nuestro núcleo familiar.
Cada persona debe llevar su propio proceso de aprendizaje, por lo que es imposible proteger a nuestros hijos de todo, por mucho que lo intentemos. Lo que si podemos hacer es amarles incondicionalmente, aceptando sus errores y sus aciertos, y por supuesto, darles nuestro apoyo, nuestra escucha y nuestro cariño cuando más lo necesiten.
Mi próximo artículo será una continuación de éste, donde relataré la forma en la que nos puede afectar a nivel de relación con otras personas, el hecho de crecer con la ausencia de nuestros progenitores como compañía. El desamparo en la infancia, que provoca una falta de autoestima grave en el niño, pueden crear graves consecuencias en su forma de relacionarse con su entorno.
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