La identidad quebrada de un errante

Publicado el 24 octubre 2016 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Los ríos profundos (1958) es una novela escrita por José María Arguedas, donde se relata la historia de su protagonista, Ernesto y de los personajes que se interconectan con ella a lo largo de sus aventuras. Sin embargo, más que el simple relato de historias que ha vivido un niño, Los ríos profundos versa sobre la profundidad de las raíces andinas en una sociedad que no había resuelto entonces (y no resuelto aún) el más íntimo de los asuntos pendientes que podría tener: la identidad de sus ciudadanos. A lo largo de este relato se presentan los recuerdos de un niño que vive en una sociedad abigarrada, donde la diversidad aún no aprende a convivir sanamente, las visiones de mundo son inconciliables y las relaciones de poder son asimétricas. Todo lo que el niño Ernesto ve es discriminación, sufrimiento, sometimiento del más débil y ensalzamiento de la figura más poderosa. Ante este escenario Ernesto debe construir su identidad luchando con los demás por un significado, pues es un niño que vivía dividido entre lo indígena, lo mestizo y lo blanco; entre lo que es, lo que quería ser y lo que le imponían ser.

A lo largo de la lectura van surgiendo muchas interrogantes, pues es esta una novela que interpela al lector y constantemente le invita a visitar los rincones de su conciencia que mantiene cerrados. Sin embargo, en esta ocasión nos quedaremos con una interrogante: ¿Logra Ernesto, ser andino, forjar su identidad en el desarraigo? Responderemos esta pregunta apoyándonos en autores que nos proporcionarán sustento para argumentar nuestra postura de que el ser andino no logra una identidad sino en contacto con su tierra y su pueblo. Es por eso que a Ernesto le cuesta tanto definirse y constantemente explora lugares desde donde poder ser él sin imitar ni ser discriminado por ello. Además, nos basaremos en la condición de errante de Ernesto, pues él siempre está viajando con su padre, luego va a una escuela que no es su hogar permanente para, hacia el final de historia, también comenzar un viaje de encuentro con su padre cuya realización desconocemos.

En ese errar de Ernesto se deja entrever la búsqueda de identidad en un país que no sabe lo que es, pero que ya ha decidido lo que quiere llegar a ser y lo que debe eliminar para conseguirlo. Los constantes viajes que hace Ernesto con su padre muestran esa búsqueda de un lugar donde asentarse, donde echar raíces y poder desenvolverse con normalidad. Sin embargo, eso no sucede. En cambio se presenta la evolución de Ernesto, quien obtiene un aprendizaje significativo desde los viajes y las experiencias que vive, pero sólo aprende lo cruel que es el mundo, la cantidad de peligros que acechan y la injusticia que configura a su sociedad. Podría no haber viajado nunca, podría haberse mantenido en su aldea seguro y habría aprendido lo mismo, pero libre del prejuicio dominante.

El problema fundamental que se vislumbra en la evolución de Ernesto es que el andino es telúrico y necesita ser con la tierra. Podemos entender que Ernesto, al ser un errante, tenía aún mayor dificultad para construir su propia identidad dentro de una sociedad compleja que lo rechazaba, pues el errante no logra conectarse con las normas de su territorio y esto le fuerza a construir una identidad sin fundamento real, siempre dispuesto a cambiar para encajar en otro grupo humano. La condición de viajero no es especialmente nociva, pero sí es esencialmente negativa para el ser andino porque éste se construye con y en su tierra. Esto no es evidente en la novela de Arguedas la cual no discurre sobre la identidad de su personaje principal, no obstante, deja bastantes resquicios donde uno puede apuntar para comprender que Ernesto es también un indio en busca de una identidad en un mundo donde serlo es condenable y no serlo por completo, también.

Dice Fernando Diez de Medina que “[l]a dependencia del hombre con relación al suelo que lo contiene, es hecho inmemorial”1. Esto es aun más cierto en el caso del hombre andino, pues éste se construye en relación con su entorno, lugar donde residen sus orígenes, sus mitos, sus cánticos y su sentido de vida, su ser mismo. Ernesto es un niño que vivió en contacto con el mundo indígena por mucho tiempo y es allí donde se encontraba más a gusto, pero por la condición de abogado itinerante de su padre nunca pudo abrazar una tierra y echar raíces en ella. El asunto principal no es si Ernesto era indio por su apellido, color de piel o procedencia sino que lo era porque se sentía parte de ellos y del entorno natural. Es por esta razón que podía apreciar los paisajes que le rodeaban, los ríos profundos que le daban el fluir a la vida en atadura. Diez de Medina afirma que “[i]ndio es una actitud de espíritu, no un hecho racial. Es la intuición del suelo, la comprensión del pueblo en que estamos sumergidos, la responsabilidad de cada uno por la sociedad que lo contiene”2 y eso se refleja absolutamente en el personaje de Ernesto, quien siente un llamado interno a acercarse siempre al mundo indígena y a estar comprometido con sus causas, cantos, y diferentes expresiones que contenían su visión de mundo y, por ende, su identidad.

Allí donde el ser humano y el entorno son parte del gran todo es donde el ser andino encuentra su lugar y es con el mundo. Por eso el ser andino no se construye viajando y Ernesto, pese a sufrir una evolución importante dentro de la novela, no se constituyó nunca en un ser completo porque no tenía un sitio donde forjar su identidad. En ciertos pasajes de la novela, sobre todo cuando describe el entorno, Ernesto da la impresión de sentir una profunda nostalgia por el espacio que le rodea, como si lo tuviese pero a la vez le fuese lejano; como si lo conociese pero no pudiese aprehenderlo. Allí se descubre el problema de Ernesto de ser un viajero errante sin hogar, pues al no poder afirmarse como parte de su tierra se siente perdido y siempre va en busca de sus raíces, de algo que le acerque al lugar donde se realiza.

“Enriquecido en apariencia por la variedad del suceso, en el fondo el viajero no aprende mucho. Mira solamente y el mundo fluye ante sus ojos. Porque aprender es conocer. Conocer es entender. Entender es amar. Y amar es quedar junto a lo amado, en dichosa permanencia, profundizando la maravilla del instante”3. El viajante aprende tanto de cuanto ve, pero no se construye en esencia fuera de su territorio pues no tiene un sitio desde donde proyectar su ser y afirmarse en su entorno. Quizás por eso Ernesto siempre tiene nostalgia de ese pasado que compartió con su gente más cercana en una tierra más propia porque el habitante y su terruño finalmente siempre terminan siendo uno solo, conocen los secretos el uno del otro y se aman recíprocamente. Quizás por eso hacia el final de la novela Ernesto escapa, nuevamente emprende un viaje, pero esta vez de retorno: se interna nuevamente en la cordillera para regresar al pasado que es también su futuro.

Cuántas veces en la literatura hemos visto ese mismo viaje de retorno para hallar la paz, para iluminarse nuevamente y retomar el rumbo. En el caso de Ernesto parece ser el viaje definitivo para internarse en su tierra y desplegar su ser. El retorno a casa y la búsqueda del padre marcan ese viaje que inicia Ernesto, esta vez solo, para reencontrarse con sus raíces, con la tierra desde la cual nunca debió salir para sentir el uno con el todo de la comarca y ya no más el yo contra todos de la ciudad.

Ese es finalmente el viaje de Ernesto, el retorno al hogar, la búsqueda de la identidad en el espacio que lo conforma, que lo delimita como ser. Los ríos profundos es sin duda una novela esencial que retrata a través de Ernesto el viaje del alma andina que, escindida hace siglos, busca su territorio, busca la conciliación para volver a ser con la tierra, porque el hombre andino se sabe vinculado al todo que le rodea y comprende su horizonte en cuanto toda su cotidianeidad está ligada a lo sagrado, a lo trascendente y no sólo al desarrollo económico, racial o social. Por tanto, no se puede afirmar que Ernesto, en tanto ser andino, logre forjar su identidad en el desarraigo; hace falta más que anhelo para ello, se requiere apego, conocimiento y amor por el terruño que cobija y no contar con uno es la destrucción.

Por Cristal

llavedecristal.wordpress.com

1DIEZ DE MEDINA, Fernando,  (1950). Nayjama.  (pp. 79).

2Íbid (pp.54)

3Íbid (pp. 40)